jueves, octubre 27, 2005

los tiracoñazos (pura práctica -y siempre terminamos arrepentidísimos porque a veces nos pasamos de la raya-)

No es que aguardamos tranquilitos el tren como la gente normal y corriente (eso, leer el periódico, tomarse un café, asumir la espera con calma y paciencia, humano civilizado y correcto que mira el reloj y no se exalta), pero es que tampoco compramos el boleto para ninguna parte y, aunque en realidad pensamos abordar sin pasaje en mano -ni pasaporte, ni visa- no toleramos que el taquillero nos diga que no hay puesto, y protestamos si el servicio llega algunos minutos retrasado. Somos de los que abordamos el vagón a juro y nos ponemos bravos, además, si el acomodador nos obliga a levantarnos porque no es nuestro puesto sino el de esa señora de respetable presencia. Pero no es sólo eso (eso, en realidad, es lo de menos). Es más aún. Si el tren -de lo lleno- no se detiene e intenta pasar de largo, pues con nuestros poderes de Hulk el Increíble, que no sabemos de dónde sacamos -menos aún cuando hemos "enflacado" tanto, como nos dice cierta hada- detenemos la poderosa máquina, que hace chirriar con el frenazo. Y no sólo nos montamos nosotros -carajo, somos descarados, mas no egoistas-, sino que auxiliamos a todos los pasajeros a punto de quedarse varados y les conseguimos puesto arrimando con el culito a los que pretenden quedarse sentadotes y cómodos, ajenos al peso de la edad de las viejitas y de las crías de las embarazadas.
Somos los tiracoñazos, los que nos enfrentamos al mundo con demasiado en contra y nos peleamos con las piedras del camino, porque por Dios, debería haber autoridades que asfaltaran la vía. Los tiracoñazos no toleramos que otros se tropiecen con piedras que alguien dejó regadas en el camino, bien por negligencia o bien por rabia. Los tiracoñazos no es que nos quedamos quietecitos mientras el funcionario hace el registro de las piedras, no más por conocer el inventario y registrar las caídas y sacar la raíz cuadrada del promedio de tropiezos por roca. Los tiracoñazos declaramos huelga de hambre en la vía y les hacemos tragar las piedras a los inútiles. Y con nuestra rabia -a veces dolorosa rabia- seguramente el camino será más ligero para los otros porque probablemente nunca más transitemos esa vía.
Claro, a veces nos pasamos de la raya los tiracoñazos. En la playa, por ejemplo, condenamos las prácticas bárbaras de la pelotica de goma sobre nuestras cabezas o de la música tuquitituqui invadiendo el sonido de las olas. Entonces armamos nuestra pequeña revolución libertadora por el derecho a la paz en la arena y voceamos por el derecho ciudadano a oir el aleteo del mar. Y peleamos con quienes se creen con la propiedad de perturbar la tranquilidad ajena. Pero después les dejamos la playa tranquilita y limpia de abusos al montón de tiracoñazos pasivos que siempre esperan que alguien como uno dé el primer y único golpe. Nos darán la razón, probablemente bajo cuerda con un "estuvo bien esa" o con una simple -y para nada comprometedora- mirada cómplice, porque con nuestra acción de quijote a destiempo disfrutarán de la playa que dejamos para ellos purísima, mientras nos dedicamos a desterrar latas del agua y animar a los peces a armar su verdadera fiesta.
Los tiracoñazos somos buenísimos, en serio. Esperamos que el semáforo esté en verde. Nos rebelamos ante el desamor y los despropósitos. Nos exaltamos ante el abuso y la injusticia. Y, sobre todo, somos los grandes defensores de la vida, porque hay que vivirla, dando traspiés -lo entendemos-, pero evitando que otros te provoquen -y se provoquen a sí mismos- las caídas.

lunes, octubre 24, 2005

los atrevidos (pura teoría -por ahora-)

este post es para mí, tan atrevida y no me atrevo ahora que necesito más que nunca atreverme, y no me atrevo quizás por temor al abismo que acompaña cada atrevimiento (pero claro que me voy a atrever, cómo no)...pero sobre todo este post es para esa amiga bloguera que está luchando entre el miedo y la valentía que acompañan al atreverse o al intentar atreverse.

Si los torpes esperamos el tren en un andén clausurado por el Seniat, si los tímidos buscamos un refugio en el subsuelo para no oir el crujir de los rieles cuando la máquina avanza, si los invisibles se quedan con la mano levantada y el tren no se para, los atrevidos no sólo nos subimos en el ferrocarril sin boleto, sino que lo hacemos cuando está a media marcha, o mejor aún cuando va a toda velocidad y hay lluvia y se oyen truenos y tenemos a lex luthor persiguiéndonos por ser cómplices de supermán (los atrevidos solemos ser tiracoñazos -vendrá el post- y justicieros de lo imposible -vendrá el post también-). Y los atrevidos no sólo desafiamos los vientos y los túneles y el frío, sino que además, de frescos, bajamos al vagón de primera clase y nos ponemos a tomar té con las ancianas que se olvidan de nuestra fea facha (nos prestan el baño y sus bellos chales) porque tenemos excelentísimos modales y hablamos de tejidos, de viejas películas de amor y hasta tenemos cuentos de la guerra civil española que no vivimos.
los atrevidos, pues, nos atrevemos. el miedo acompaña, como una mezcla entre veneno y adrenalina, todo acto de un atrevido. y el miedo es esa puerta que está a medio camino entre subirse al tren a riesgo de caerse o quedarse quieto, tranquilo y quizás arrepentido pero a salvo el pellejo. si no hay miedo no hay atrevimiento, hay quizás descaro o desparpajo, pero no esa sensación única del que se atreve, es decir, del que salta sus propios obstáculos, del que se reta, por sobre sus inseguridades y temores, por ejemplo, a tomar esa decisión que hay que tomar -que tengo que tomar, ya saben-, o a dejar ese trabajo de quince y último e inventarse su propia jefatura, o a hablarle a ese ser imposible, o a llamar por teléfono a ese desconocido -montadísimo en un pedestal por nosotros mismos-. si bien el atrevido seguramente colgará sin hablar las dos primeras veces, no se conformará para siempre con simplemente oir la voz de ese otro, siempre se atreverá a decir Hola en la tercera llamada, pellizcándose una pierna con una mano y temblando el auricular en la otra.
Los atrevidos no pensamos en el futuro. Nos atrevemos. Es imposible medir respuestas, pronosticar certezas, calcular probabilidades. Nos atrevemos. Soltamos las amarras y la timidez y nos lanzamos al vacío, en un parapente que no comprobamos si tenía alas.
Los atrevidos hacemos de tripas corazón, tragamos grueso; a los atrevidos se nos hace un nudo en la garganta, que atreverse no es cosa fácil, que atreverse es variar el movimiento de rotación del mundo. los atrevidos trascendemos en nuestro acto de lanzarnos al escenario de la vida sin el guión aprendido, improvisamos medio tartamudeando quizás pero con una sonrisa tan amplia y un discurso tan coherente que el auditorio sin duda aplaudirá.
los atrevidos tenemos antecedentes de atrevimiento. los atrevidos le mandamos una carta a Serrat en medio de un concierto, los atrevidos le escribimos un poema al violinista de la segunda fila de aquella Sinfónica Juvenil de hace veinte años, los atrevidos nos regresamos a la selva un día sólo para que ese héroe de sangre e ideología rojas vuelva a desvestirnos con los ojos -con los ojos, únicamente (lamentablemente)-. Los atrevidos hacemos esa pregunta innecesaria pero precisa, los atrevidos escribimos y qué importa qué piense ese otro que nos lee con ojos saltados y tos, los atrevidos tenemos afinidad con las sábanas en rebulicio, con los sudores propios y ajenos, con la lluvia franca e imprevista, con los huracanes -siempre se den entre dos y sin testigos en otros pisos-. Los atrevidos pisoteamos terremotos y surfeamos malas mareas, rescatamos príncipes que nunca aprendieron el arte de la esgrima. También cantamos en el baño, porque a veces -hay que reconocerlo- perdemos un poco la vergüenza, hacemos el ridículo, somos el escarnio público.
Coño, pero a veces los atrevidos nos amarramos las manos y nos lanzamos al río, con un saco de piedras en los pies. Y allí nos quedamos, esperando que el agua nos despida la falta de arrojo. Claro, tenemos siete vidas, y las piedras no pesan nada, y la cuerda es demasiado floja y flotamos porque amamos la vida y nos atrevemos a vivirla.

todo tímido, todo torpe, tiene su atrevido agazapado, pero ese atrevido cuando sale, nunca olvida su condición inicial y lleva en el bolsillo torpeza y timidez para no caer en la provocación de la soberbia y ser, al fin y al cabo, el más humilde de los servidores de los instantes. Todo atrevido sabe que lo será sólo, únicamente, en el aquí y en el ahora, que su transformación a hombre lobo dura minutos y que si no se monta en el tren ahora que está avanzando, ahora que llueve, ahora que vienen los guardias -ahora, con todo en contra- no lo tomará y aguardará en el andén otro tren que no se devuelve.


viernes, octubre 21, 2005

se vende Chávez


para los venezolanos que están en el exterior y que leen este blog (por cierto, la imagen habla por si sola, pocos comentarios bastan)

Es de verdad-verdad. No vayan a creer que es broma mía. Es producto de la creatividad de un venezolano (aún no se sabe quien, pero hay que felicitarlo por el ingenio) y está fabricado en China.
Vaticinan que será el juguete de la temporada (pero para adultos). El que esperan vender en diciembre y que seguramente ya se agotó. La página Mercado Libre.com, que lo promocionaba por Internet a 35 mil bolívares, ayer lo dejó de exhibir en sus páginas, seguro por exceso de peticiones -por cierto, cuando vi la lista de compradores (pensando que hallaría a Leopoldo López, Henrique Capriles o JUlio Borges), había un tal Guerrillero2004 tentado por el consumo-. La tienda del Sambil que lo vendía a 60 mil, después de que apareció en un periódico debe haberse quedado sin un sólo muñequito.
Habrá quien lo compre para entronizarlo en el altar de la sala y prenderle velitas. Habrá quien por el contrario lo adquiera para ponerlo patas arriba y montarle un trabajo de magia negra. Habrá quien piense que será un producto altamente cotizado entre los coleccionistas del año 3.000, habrá quien simplemente considere que será un buen souvenir que regalarle a sus amigos en el exterior. Habrá quien lo bese, habrá quien lo insulte. Un Chávez al alcance de la mano a quien hacer quizás más tangible.
El caso es que se vende. Que es un juguete al que se le pueden poner y quitar las botas. Que hasta habla (no sé cuál discurso) y tiene el lunar en la frente. Viene en dos versiones, vestido de rojo y de militar, ambas con boina. Hay quien asegura que lo hicieron de color más claro que el original de carne y hueso, hay también quien sostiene que le afinaron el perfil. No tiene pipí, como todo ken que se precie de su condición ¿metrosexual?
¿Jugarán los niños con Chavecito -o los papás-? ¿Vendrán ahora los kenes de la oposición? (coño ¿quiénes?) ¿Y la barbie? ¿será Lina Ron? ¿Marisabel -¿dónde está?-? ¿o alguien sacará del maletero aquella barbie de Irene Sáez que algún otro creativo venezolano inventó cuando era candidata presidencial?
No sé, sólo sé que el venezolano es volado. Así como quien inventó el ken Chávez, habrá quien se las ingenie para darle el uso que le sea propio, bien sea desde el amor o desde la rabia. Como cualquier fetiche.

miércoles, octubre 19, 2005

(los invisibles -post invisible y provisional en espera del post de los "atrevidos" porque quizás es su abrebocas)

de niña quería ser invisible. eso lo escribí en mi novela -inédita, más inédita aún si habla de invisibilidades-. mezclaba un montón de ingredientes de la cocina, del baño, los ponía en un frasquito y luego me echaba muy delicadamente una gota en la palma de la mano. no lograba la invisibilidad. y la soñaba. y volvía a mi experimento científico. una, otra vez.
quizás empecé a lograrla cuando me negaba a maquillarme. a veces también lo lograba con ciertas blusas varias tallas mayores. y con los silencios. la invisibilidad, gran aliada. quería ser invisible no sé, quizás para que allí se extraviaran la timidez, la torpeza y ese, mi peligroso atrevimiento, mi gran aliado a veces, pero que me produce tanto, tanto vértigo.
hoy, no sé, amanecí con ganas de invisibilidad. transparentar, borrarme con la goma de borrar que siempre me como de los lápices (eso merece su historia aparte), desaparecer con la varita mágica que no tengo. iba por el centro y de pronto dije qué diablos hago yo con una franelita sin mangas, con los bluyines ceñidos aunque algo grandes porque he adelgazado sin buscarlo en los últimos dos meses. iba por el centro y me preguntaba por este año, precisamente, que debía borrar del mapa, junto con toda la visibilidad que debió ser invisible en los últimos meses.

si los torpes esperan el ferrocarril en la esquina opuesta del andén, y los tímidos silban, miran de ladito y se hacen los locos para no abordarlo, a los invisibles el tren pasa y los ignora y a veces incluso hasta los atropella y ni un quejido que muestre al mundo que están allí, bajo los rieles. los invisibles -si salen vivos del accidente ferroviario- pasan felices por la vida y nadie se da cuenta de que pasaron por el lado y no los saludan y no tienen que decir los buenos días. los invisibles no se sienten -quizás ni ronquen-, hacen silencio, no les suenan los zapatos cuando andan en puntillas. los invisibles pasan desapercibidos, nadie se acuerda del nombre, tropiezan con la misma piedra pero la piedra cree que lo ha tropezado otro y por eso el segundo tropezón no cuenta en las estadísticas. eso quiero, andar quedo, que no se me descubra la mirada. ser anónima, cara común, de esas personas que la gente deja con la palabra en la boca porque no los han oido.

pero cuando me da por ansiar la invisibilidad más invisible, también me da por el atrevimiento. como hoy. sí, soy atrevida, cómo no, a pesar de ser tímida y torpe, o con mi torpeza y con mi timidez a rastras y saboteándome.
por si acaso, hoy, en mi faceta atrevida, prepararé la fórmula de la invisibilidad y la tendré en el bolsillo. aunque esa pócima siempre me falle.

sábado, octubre 15, 2005

los tímidos (teoría y práctica)

Teoría tímida

Si los torpes esperamos un tren que ya se fue de un país en el que no hay rieles, los tímidos nos escondemos bajo el andén, no vaya a ser que el tren llegue a tiempo y tengamos que abordar y compartir el asiento con un desconocido al que le tocó la ventanilla y que nos preguntará la hora y dirá qué buen clima el de hoy ¿usted se ha casado? Si los torpes tropezamos en la acera con esa persona que mantenemos cristalizada en la última nube y la pisamos sin querer con nuestros duros pies, más terrenales que nunca; los tímidos nos pasamos a la acera de al lado y buscamos un paseante -preferiblemente gordo o alto o con doce niñitos a su lado- que cubra nuestros pasos y si podemos nos detenemos y silbamos, damos la espalda, o nos agachamos disimulando que un pañuelo imposible se ha caido, mientras el ser que nos intimida (que probablemente sea nuestro vecino puerta a puerta, nuestro jefe en la oficina, el compañero de pupitre, el mejor amigo que nos cuenta que ama -tímido igual- a esa otra amiga tan lejana) camina sin vernos por la acera original que no nos atrevimos a andar, y posiblemente camine solo (o acompañado pero solo) y torpe o tímido o indiferente, porque timidez e indiferencia se funden cada tanto en sinónimos, aunque sean tan anónimos, e incluso, no se sabe, quizás él también se había cambiado de acera antes o se haya puesto un sombrero y un sobretodo invisibles o use lentes de sol a plena noche o se haga el cegato que dejó los lentes en casa aunque tenga visión 20/20. Y claro, después nos acusaremos con el dedo, maldeciremos la maldita timidez, la oportunidad perdida -siempre se nos extravían los chances-, y probablemente en la otra acera ese otro también la maldiga, aunque eso sí, nunca reconoceremos la timidez del otro -siempre será distancia-, siempre la timidez será absolutamente nuestra, como un virus que no se contagia, sino que se extrema con los años. Somos los dueños y señores de ésa, nuestra tara de nacimiento.
Los tímidos hablamos en clave pero nunca damos la contraseña, esperamos que el otro la entienda y si es tímido, seguro que la entiende, pero tampoco se atreverá a revelarla o tendrá su propia clave, y ambos lenguajes secretos se harán guiños y andarán como flotando, ajenos al tacto.
Los tímidos no bailamos y si bailamos, lo hacemos mal para avergonzamos de que bailamos y afirmar que somos el hazmerreir de la fiesta, que mejor estamos en el rincón, entre la abuelita en silla de ruedas que alguien dejó olvidada y el niño tremendo que amarraron a la pata de la mesa.
Los tímidos no estamos en fiestas sociales, bien sabemos asumir el anonimato, siempre habrá una silla en la cual esconderse -abajo, se entiende- con una copa en la mano que nos sostiene para no desmayarnos, si es que la silla -abajo, se entiende- no ha sido adueñada por otro tímido (o por el niño tremendo que se desamarró) o la copa tiembla demasiado en nuestra mano inquieta, siempre serán alborotadoras y bailarinas las manos de los tímidos, dispuestas a arrojar el vino en trajes ajenos. Los tímidos envidiamos a las avestruces que tienen donde alojar la cabeza; a los canguros que tienen un bolsillo incorporado para guardar el susto; a los leopardos, veloces, listos a salir corriendo -pero nosotros, los tímidos, no corremos tras la presa, corremos de la presa-; a los peces que no tienen que ir a fiestas ni aprender a caminar en tacones ni sonreir con la risa a cuestas; a las serpientes que no tienen que hacer vida social ni caerle bien a nadie ni hablar de ese tema que no nos interesa, qué carajo hago yo aquí si pasaban una película tan buena en el Centro Plaza. Los tímidos siempre tendremos las manos sudadas aunque no sudemos; agarraremos un papelito que leeremos por horas -con tal de no mirar al frente- aunque no tenga letras; no sabremos qué decir cuando tenemos tanto que opinar; y seremos torpes, torpes, torpes cuando se nos requiera moderación y certeza.
Los tímidos nos perdemos el tren que se fue del país donde no hay rieles, pero generalmente terminamos abordando ese tren del que nos escondimos en el andén. Y nos montamos porque teníamos el boleto en la mano -y a veces sin boleto- porque, en el fondo, nos encanta la desventura de vernos, hechos un lío de maletas y palabras, en el asiento que nunca está al lado de la ventanilla junto a un extraño que será un enigma (esperen el post de "los atrevidos").

...
Ejercicio práctico de un encuentro entre tímidos

Pongámoslos en Caracas. Pongámoslos hace cinco años y a mitad de la treintena, cuando los treinta ya se cumplieron y los cuarenta suenan lejos aunque están más cerca que nunca. Pongámoslos a mediodía y por una o dos horas.
Los dos tímidos almuerzan. Ella ha pensado todo eso que le quiere decir. Le dirá -lo ha pensado bien, ha estudiado las frases, ha pasado noches sin dormir imaginando el momento, amueblando cada detalle-: "Me gustas ¿no te has dado cuenta?" (al final ni fue tan original, pero es que sus frases originales la llevaron a imaginarse montada encima de la mesa del restaurancito chino del centro y desistió de la idea). Pero se lo dirá al final del almuerzo, piensa, porque cada vez que se ven empiezan a hablar de otras cosas, de su trabajo, del trabajo de ella, de su vida, de la de ella, de su pareja, de la de ella, de la infancia, tan cercana.
Se conocen desde hace tiempo. Demasiado. Aunque tampoco se conocen. Pero se saben. Los gestos. Cada quien intuye lo que sin decir dirá el otro. Hablan de otra cosa -y se divierte, lo juro, ella la pasa superbien, y también él, aunque eso ella nunca lo va a decir- pero también sólo piensa (mientras comen las berenjenas que les gustan a los dos y que siempre piden, mientras hablan de dinosaurios, o naranjas, o la bondad de los egipcios -vaya ejercicio mental-) cómo le dice "me gustas", sin montarse sobre la mesa. Es como si hubiese un discurso visible y otro latente, y hay que estar pendientes que no se confundan. Digno de Olimpiada Matemática. Una especie de juego de interpretación de silencios. Mejor busca otra forma. No le dirá me gustas, lo sabe, aunque quisiera decírselo al final, cuando pueda salir corriendo y llegar quizás hasta la autopista Guarenas -Guatire. Mejor lo obligará -con disimulo, con indirectas, con preguntas a medias (como si fueran preguntas de las que no quisieran oir la respuesta) a decirle por qué él le dijo que ella ya sabía lo que él quería decirle. Eso fue en el anterior almuerzo. Claro, que quizás lo que él quería decirle en el anterior almuerzo no era lo que ella imaginaba -aunque se lo negaba- que él quería decirle, tal vez es que quiere hablarle de su proyecto de cambiar el mundo (ahora, cinco años después, y desde ese estatus en el que está -y que le impide tener almuerzos en los chinos- lo está cambiando, o al menos, pone granitos y más granitos de arena, generosos siempre, enormes granitos). O quizás lo obligará a decirle por qué él le dijo que la decisión era de ella. Eso fue en el almuerzo anterior del anterior almuerzo. Claro, la decisión no puede ser la decisión de usar tacones -que ni a él le gustan ni a ella tampoco- o de pintarse las uñas -que él detesta y ella también-. Así que la decisión sólo puede ser ESA decisión, que media Venezuela se imagina, y ella también, pero en ese instante no y no y no, piensa, cómo va a querer él que ella se decida ustedes saben a qué, seguro que no es lo que quiso decirle, seguro que ella lo malinterpretó todo y oyó mal y se le salió por un oido algo que nunca entró.
A veces él le habla de otra, que a veces ella no sabe si es ella; y ella le habla de otro, que él nunca sabrá que es él o sí lo sabe y lo disimula (pero si lo sabe y lo disimula es que ella no es la ella de la que él habla). El le cuenta que tenía una foto de niña de esa otra y ella insiste en preguntarle quién es esa otra -que cree que es ella misma pero a la vez se dice que no, que no es ella- y él insiste en decirle que trabaja en lo mismo que ella pero en otro lado y tiene la misma edad que ella y que la conoce desde niña como a ella y que le dice las cosas sin decírselas y que no se atreve.
Eran tan felices entre códigos, risas, silencios, disimulos, juegos de inteligencia a ver quien dice menos, quien deja más por decir; era el de ambos un universo tan sin besos que ella nunca sabrá si él -y si ella misma, en realidad- los deseó realmente. Aunque los besos estaban como en freno de mano, reservados para una despedida que siempre terminaba siendo un nuevo motivo para imaginar el próximo almuerzo, para que nuevamente ella jure que dirá "Me gustas" y quizás -aunque ella no lo crea- tal vez (tal vez, ojo, que me refugio en el tal vez y con ello no pierdo al personaje) él también lo jure.

lunes, octubre 10, 2005

los torpes

pertenezco a éste, el Movimiento Internacional de los Torpes Sin Remedio. somos de los que tropezamos no sólo con la misma piedra sino con otras, con piedras ajenas, con las que antes no tropezamos, incluso con piedras que están en caminos por los que no pasamos. somos de los que tocamos la puerta equivocada y aunque nos responde un vecino que no conocemos de un edificio que no es el nuestro, entramos, nos sentamos en el sofá de otro, vaciamos los pies de zapatos, nos servimos un vaso de agua de una nevera demasiado caliente. somos los que nos bajamos en la estación del metro que ya pasó y caminamos por calles que nunca hemos visto rumbo a un sitio que ya no sabemos cuál era, pero no importa, siempre habrá una quincalla que nos recuerde comprar una aguja para hilvanar la camisa que se nos descoserá aunque cuando suceda no encontraremos la aguja y saldremos al metro a buscar la quincalla, pero al bajarnos, en la última estación, notaremos que no tenemos ese cenicero chino que venden esos chinos y quedará tan bien -aunque no fumemos- en la casa forastera cuyo timbre tocaremos mañana y allí esperaremos, ansiosos, a ése que fuma, que estrenará el cenicero que probablemente se ha perdido en un café a mitad del camino. somos de los que se olvidan del desayuno o lo toman varias veces en un mismo día y en la noche poco después del atardecer y ante el plato de cereal nos preguntamos por qué no amanece nunca, qué madrugada tan larga y sin hambre. somos los que juramos que guardaremos el secreto y lo guardamos con la vida y con el silencio más pertinaz pero el secreto nos grita a voces que lo desnudemos y más bien terminamos haciendo hacemos strep tease en medio de la avenida, pero como no revelaremos un secreto foráneo -torpes somos, no chismosos- terminamos diciendo ésa nuestra verdad que teníamos escondida en el joyero de la abuela, junto a aquella corona de oro y diamantes (siempre será oro y diamantes todo lo que brille) de cuando obtuvimos el reinado del kinder, si es que lo obtuvimos. somos de los que nos acercamos y nos acercamos y nos acercamos cuando nos han puesto una cerca eléctrica, y nos electrocutamos y seguimos, como el coyote del correcaminos, acercándonos así nos sigan poniendo las trampas que nosotros mismos no hemos sabido activar. somos de los que gritamos duro cuando se pide estar ca-lla-ditos y nos miran y somos un escándalo aunque ya hayamos guardado la cabeza, y el corazón, diez kilómetros bajo tierra. somos de los que buscamos cotufas en el vaso de refresco en medio de la oscuridad de esa película tan intensa y no tocamos la mano de ése que tampoco toca nuestra mano pero al que le ha caído todo el líquido en el pantalón. somos de los que no comemos con delicadeza y siempre se nos cae una gota de salsa en la blusa blanca justo cuando íbamos a ver a alguna perfección que siempre admiraremos pero a la que no le alcanzamos la sonrisa. somos de los que aseguramos que vamos a decir todo eso en una salida y planeamos besos y versos pero entonces pasamos la velada conversando sobre dónde estarán los restos de Colón o qué está en el otro lado de un agujero negro y mientras, en algún rincón del cerebro, está la frase contundente que llevaría al asombro y a la calma pero que nunca revelaremos. somos de los que no hablamos pero lo decimos todo y se nos sale el alma por los ojos. somos de los que nos preguntamos, o no, qué fue lo que hicimos, porque siempre, siempre, somos los culpables de los espantos y los terremotos y las marejadas. somos de los que no nos sabemos el padrenuestro y profesamos groserías y tenemos hijos a los que les decimos que hay que compartir la mitad de la barra de chocolate aunque probablemente te la roben entera. somos de los que no leemos el horóscopo para no presentir piedras en el camino -nos tropezamos con ellas, mejor, de sorpresa-, ni nos bañamos con cariaquito ante el mal de ojo en el que no creemos porque confiamos en los criterios del oculista, ni nos sabemos citas de autores para quedar inteligentes y cultos ante la audiencia. somos de los que tartamudeamos ante éste, el público, a pesar de la edad y las horas-hombre (horas-mujer en este caso) sobre las tablas del teatro y de la vida. somos de los que enmudecemos porque siempre se nos va a olvidar ese nombre ante el rostro que nos saluda con demasiada confianza. somos de los que rompemos jarrones sin rabia o con ella, de los que perdemos tenedores, de los que alborotamos la cartera sin conseguir las llaves, de los que rompemos suelas y nos estorban los zapatos, de los que quemamos la sopa incluidos -solidarios- los dedos con ella, de los que nos reimos de esa, la tan querida torpeza, que nos hace tan, especialmente, poco importantes, poco responsables y tan poco adultos . somos de los que siempre tenemos motivos para ponernos rojos, para quedar en ridículo, para pasar vergüenza, para ser el hazmerreir. somos de los que saboreamos los instantes.



(en la oscuridad de mi casa, aún sin bombillos porque el electricista -otro torpe- no da pie con bola)

sábado, octubre 08, 2005

¿por qué se me bajan las pantaleticas por Sabina?

A Sabina, por supuesto, y a los defensores de Sabina también, aunque se hayan retirado a vivir a Plutón

Advierto: si viene a Venezuela, entraré al hotel, pediré el número de su habitación -privilegios de la prensa-, convenceré a alguna señora de la limpieza para que me abra la puerta del cuarto (lo amo, doñita, entienda, ¿nunca amó? A que convenzo a cualquiera con ese argumento, aunque no sea tan verdad, que yo el "te amo" no lo ando lanzando por ahí a los cuatro vientos, que creo en la palabra "te amo" y no la malgasto cuando se puede decir honestamente "te quiero" o "me gustas") y lo esperaré, así, espléndida, desnuda (no mejor, desnuda, pero bajo las sábanas, bajo el cubrecama, o quizás en pantaleticas -para justificar el título del post-), espero que bronceada -ya se me quito el baño dorado-, y asustadísima, claro, eso no podía faltar, que tampoco es que soy tan volada.
Sabina es humano. Eso es lo primero que nos une. Humano y no Dios. Y se regodea en eso. En su imperfección, que nos muestra la nuestra. Es un enamorado del amor, un enamorado de enamorarse, que es el estado más ciego, más inconsciente, más irresponsable, más infantil y por lo tanto el mejor para escribirle unos versos. Sabina tiene humor y se ríe de sí mismo, y se vuelve a reir de sus equivocaciones y destrozos. Sabina es un excesivo, en el amor, en la caña (coño, yo ahí no), en la vida. Sabina gana y pierde -sobre todo pierde- y lo anuncia en metáforas, a sabiendas que no es el único. Se entrega -y vaya- con un solo mandamiento: ser de verdad hasta en la mentira. Chavela Vargas se lo dice: "Me gustaste por sincero, me dijiste que me fuera para el carajo".
Conocí a Sabina -no personalmente, me desmayo- cuando nadie lo conocía en Venezuela. Una prima de España me mandó un cassette (no, no había CDs, mis hijos se reirán si leen esto) con varias canciones y no me podía creer que existiera un tipo que había escrito cosas como Calle Melancolía, Juana La Loca o el hermoso homenaje a Madrid (amo Madrid, aunque me prohiba a mí misma decir amo). Lo oía día y noche y en algún momento se jodió el cassette. Años después pude comprar sus canciones precisamente en Madrid y sí, en CD.
Sus canciones me gustan todas, pero siempre hay unas que oigo y ya está, y me gustan y ya está, pero hay otras que se me metieron en los huesos y no hay manera, son un virus. A mis hijos, por cierto, ya les pegué la enfermedad Sabina.
Nombrar canciones será un compromiso, porque lo sé, lo sabemos, soy desmemoriada y siempre, siempre, me quedará alguna colgando. Bueno, pero una de mis canciones más cercanas es la de la Magdalen, esa, la de "la más señora de las putas, la más puta de las señoras", pero hay otras que no me canso de repetir como Contigo "y morirme contigo si te matas y matarme contigo si te mueres, porque el amor cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren" o Y nos dieron las diez "y nos dieron las diez y las once, las doce, la una, las dos y las tres..." Y por supuesto, 19 días y 500 noches, Y sin embargo, Que se llama soledad, Noches de boda, Donde habita el olvido, Quién me ha robado el mes de abril. Y por supuesto, por supuesto, mil veces por supuesto, Peor para el Sol "que se acuesta a las 6 en la cuna del mar a roncar mientras un servidor le levanta la falda a la luna". Y claro que La del Pirata Cojo, que cantan mis chamos como un himno, "pero si me dan a elegir entre todas las vidas yo escojo la del pirata cojo con pata de palo, con parche en el ojo, con cara de malo". Y también Amor se llama el juego "en el que un par de ciegos juegan a hacerse daño", y La Orilla de la Chimenea, Así Estoy Yo Sin Ti, La Canción de los Buenos Borrachos. Y pare ya, dejo a Sabina hablar -para que lo adoren, que yo soy generosa con mis amores- en algunas frases sueltas de sus canciones:
"Ya no sueña ese niño que soñó que escribía..."
"El vals de la tristeza más triste del mundo..."
"Lo nuestro duró lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks"
"Esta vez yo quería quererla a querer y ella no..."
"yo quería dormir contigo y tú no querías dormir sola..."
"ahora que hemos sabido querernos como es debido sin querernos todavía"
"y la besé otra vez, pero ya no era ayer sino mañana"
"y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido"
"este hacerse mayor sin delicadeza"
"o tal vez ese viento que te arranca del aburrimiento y te deja abrazada una duda en mitad de la calle y desnuda"
"que todas las noches sean noches de boda, que todas las lunas sean lunas de miel"
"que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena".
"estas ganas de nada menos de ti"
etc., etc., etc.

(Publicidad: Sigo a media luz en la casa, hay que avisarle a Sabina)

(Por cierto, ando de borrón -la memoria tiene una gran capacidad de autosanación gracias al olvido-, aunque sin cuenta nueva, más bien revisando las tablas de multiplicar, porque aunque uno cree que se las sabe, siempre hay un siete por ocho que hace dudar).

(Los cambios en la plantilla, la inclusión ahí de la gente querida -se los debía- lo hice gracias a la asesoría técnica de Romrod vía email y también a que tengo que quedarme hoy hasta tarde en mi trabajo y sin oficio. Ahora parapetearé mi escritorio real (es un rancho), que ya medio arreglé el virtual)

viernes, octubre 07, 2005

el hombre ensangrentado

En el centro de Caracas puede pasar cualquier cosa, especialmente en ese cruce de la avenida Baralt cerca de la estación del metro Capitolio. Ya todo es indiferencia ante la locura. Los buhoneros arman sus carpas que son ya centros comerciales. No hay paso. Nadie se queja. Todos hemos aprendido a caminar ente obstáculos. Al mediodía los vendedores informales almuerzan utilizando como mesa de comedor la acera. En la tarde juegan dominó y tienen un club de admiradores. Algunos niños corretean entre cajas, son su parque de diversiones.
Allí, hace unos meses, un hombre defecaba en una esquina. La gente pasaba sin inmutarse. Hace quizás un año otro hombre fue golpeado por varios jóvenes, en esa nueva modalidad de robo en la que se utiliza la fuerza bruta para atacar a la víctima y anularla. Las decenas de personas que caminaban hacían un desvío para seguir andando, sin molestar a los ladrones en su empresa, andaban sin detenerse, para no llegar tarde al trabajo. Otro día una viejita se cayó, llevaba aferrada la cartera. Un par de tipos en una moto la habían empujado para quitársela, pero ella la defendió con su vida. Pocos la ayudaron a levantarse. Los más prefirieron seguir con las gríngolas puestas.
Ahora acabo de ver lo más insólito y triste. En medio del río de gente que iba hacia el metro, destacaba un señor ensangrentado. Su cabello, su rostro, su cuello. Corrían líneas de sangre por todas partes. La camisa ya estaba empapada. Iba rápido, con la fachada de la cara dura, como para no sentir vergüenza. No pude hablarle. Sólo pude pararme y respirar y mirar a mi alrededor y notar que para todos era un estado natural ver a un señor ensangrentado a las 9 de la mañana en plena avenida Baralt.
Se buscan seres humanos.

miércoles, octubre 05, 2005

de voyeurs, anónimos y un electricista que me dejó a media luz

Estoy a media luz, pero no del alma. Mi alma ni tiene tiempo de prender el bombillo, pues anda de arriba para abajo, vestida con ropa que le queda en estos días un poco grande y sin tacones, trajinando un quince y último chucuto, chucutísimo más bien (¿por Dios, aparte de Hernán Casciari -el rey de la blogósfera, lo llamo yo; cálido y comunicativo, por demás-, alguien más puede vivir de los blogs? Yo sería rica, digo yo, dada la fidelidad de mi hermosa docena de lectores). No me fui de esta taguara porque me voy a dejar aquí de revelaciones, o más bien, a lo mejor siga revelando, pero ocultaré más, diré menos. Ya demasiada vergüenza he perdido, no creo que pueda más.
Pero en fin, regreso, en primer lugar para sacudir a los anónimos, a esos voyeuristas que no se atreven, pero que después, a escondidillas, los muy sinvergüenzas (algunos creciditos y que juegan en el día a gente seria) andan metiéndose con la vida de los blogueros. Y lo hago porque me encantó que un blogger, Guillermo Casanova, asumió salir no sólo con su nombre y apellido en el blog (eso lo hace desde que empezó, creo) sino que mostró su biografía y más allá un perfil muy honesto de su persona. Yo he estado tentada, pero ya no puedo, porque dije demasiadas cosas que involucran a terceros y ya Aprendiz de Maga es una marca de fábrica, que nació así y a la que no se le puede poner autoría. Es como mi querida Mirta, la mujer gorda del primer blog que leí y que me impactó. Mirta es más real en el espacio virtual que en el real, porque la red es la única realidad de Mirta, sin embargo la gente la siente tan real que le habla y ya está viva, generación espontánea. En el caso de la Maga (le quitaron el Aprendiz), sí tiene una historia real, pero que ha cobrado certeza en el ciberespacio y, sobre todo, en el conjunto de todas las voces que se han acercado a ella, como si fuera un rincón cálido en el cual hablar de amores y tristezas y besos y pasado y bueno, una que otra vez de política o de música o de literatura (Rosario Tijeras de Jorge Franco, léanla).
Pero mi tema es los anónimos porque -en buena parte de los casos- no tienen ética. En la comunidad bloguera se ha establecido una suerte de alianza que mezcla respeto y tolerancia y cierta disposición a abrirle la puerta a la ¿bondad? (si ella existe). Las manos se tienden, casi siempre, generosas y hay, además, una especie de pacto de confidencialidad entre los blogueros, tanto que quienes nos hemos conocido en la vida real, no podemos dejar de llamarnos por nuestros nombres de batalla. Es una fraternidad no excluyente, más bien muy inclusiva. Por ejemplo, yo me encanté con el grupo que se reunió hace poco en Valencia y ya varios me han dicho que para el próximo encuentro me invitan. No he encontrado más que buena gente aquí.
Sin embargo, algunos anónimos (y no todos, nunca generalizo) han sido voyeuristas y han utilizado el material que se publica en estos espacios (con mi blog ha pasado) para llevarlo a lugares de la vida real, para reirse con sorna, para humillar a otros. Me parecen cobardes. Incluso, en este barcito de mala muerte (en realidad en el local anterior), hubo anónimos que usaron pseudónimos y estilos de otras personas para hacerse pasar por ellas y confundir y enredar y jugar con los sentimientos ajenos. Me parecen dañinos y hasta estúpidos, vaya forma de perder el tiempo, metiéndose con la vida ajena, haciendo rompecabezas de los escritos de otros, rompecabezas casi siempre mal armados -y en los que indiscutiblemente siempre falta una pieza- para crear ante otros una historia que no pertenece a la versión original. Son piratas que invaden y sabotean. Y hay tanto que hacer, mire: camine, cómprele algo a los buhoneros de todo por mil, córtese las uñas, intente bailar tango a solas en su cuarto.
Yo tengo la piel dura -demasiadas roturas en la calle, ante el tráfico y los amores-. Si algo leyeron en este blog, anónimos, vouyeristas, pues es este blog el lugar para discutirlo, soy yo de la que se deben reir y burlar y aquí es el campo de batalla. Pero sepan discriminar, el lugar del humor es el lugar del humor, el de la rabia tiene su puesto, y también el de la venganza.
En fin, volveré a escribir por aquí, no tengo cabeza ni tiempo para pensar en otro blog. Tengo demasiadas cosas pendientes: mis hijos, mi literatura, echarme el bloqueador 50 aunque mal funcione, arreglar la luz.

Ah,
Y las últimas palabras son para el electricista, que hoy vino y se fue sin arreglar el cortocircuito de mi casa, y aquí ando, a media luz, pero por suerte para mi hijo, con luz en la computadora; y con mala suerte para mí, sin luz en el calentador y pura agua fría; y con malísima suerte para mi hija, mi hijo y yo, sin luz en los cuartos y como somos unos desordenados y tenemos todo hecho un desastre pues no encontramos nada (siempre nos acordamos en la noche de ese libro que había que buscar, de esa media que no tiene pareja, de esa aguja que le falta al pajar). A media luz y sin romance. Eso, creo, es lo peor.