martes, noviembre 18, 2008

Hace un año




Ella tenía 45 años cuando yo nací. Me cuidó siempre. Creo que sólo la cuidé de verdad durante sus últimos 20 días. Esos últimos días me olvidé de trabajo y de hijos y de amores y de mí misma, para estar con ella. Quizás no fue suficiente, pero allí estuvimos juntas y solas, en esos días en los que no habló y no sé si escuchó mis absurdos monólogos que unían recuerdos y cuentos inventados por mí que nunca llegarán a la maestría de sus cuentos inventados. Me preparó para la muerte desde que yo era muy chiquita, una muerte que ella deseó rápida (o fantástica: volar en un platillo volador con los extraterrestres) y tuve que enfrentarla desde ese desgastarse de a poquito que es la agonía. Siempre fui su niña. Sólo en esos últimos momentos ella fue mi niña.
Pero prefiero recordarla así como en la foto, como la mamá que tanto me cuidó, que tanto jugó conmigo y que tanto me quiso. Prefiero ser su niña.

sábado, noviembre 08, 2008

¿Subversivos? Los lectores

(Esta es la ponencia que presenté ayer en el Tercer Encuentro Internacional de Literatura Infantil y Juveni de Valencia. Está larga, pero los interesados en el tema podrán encontrar mi posición sobre el tema LA LITERATURA SUBVERSIVA DESDE LA INFANCIA. Hay una parte bien bonita que es cuando los niños definen las palabras. Sáltense lo demás, si quieren, pero lean eso que de verdad es una joyita)


¿Subversivos? Los lectores
MIREYA TABUAS

1.-¿Temas perturbadores?

Temas perturbadores. El nombre perturba. En seguida temas perturbadores suena a cosa fea, a eso que no se debe decir, que se oculta bajo la alfombra o que se habla bajito para que no oigan los niños. He escrito varias veces sobre esos temas “prohibidos” para la literatura infantil. Y vuelvo y repito de nuevo, que es un problema que preocupa al adulto padre, al adulto maestro, al adulto psicopedagogo. Para el niño ese problema no existe. El mundo está ahí y, si se lo ocultan, seguro lo buscará en esa gaveta secreta, en ese cajón con llave, en ese libro sólo para grandes, en esa película que esconden los padres en el armario, en ese universo que manejan de cabo a rabo que es Internet. Recuerdo que a los 11 o 12 años, mi papá le regaló a mamá un libro que ella calificó como prohibido: “La cándida Eréndida y su abuela desalmada”, de Gabriel García Márquez. El tema de la prostitución y la sexualidad temprana la cohibía y lo escondió. ¿Qué hice yo? Por supuesto que leerlo con fruición e interés, pero eso sí, no con más pasión que la que sentía al leer los libros de los Cinco de Enid Blyton o más tarde Tintín. Todo ello cabía en mi mundo de preadolescente.
Los temas existen. Y les juro que ninguno les ajeno a los muchachos, porque ninguno nos es ajeno a los seres humanos. Ellos hablan de sexo, de drogas, ellos se preguntan por su identidad sexual, ellos tienen temores de enfermedad y muerte, con la misma naturalidad por la que se preguntan por la religión y Dios, por los agujeros negros del espacio o si Goofy es un perro o un lobo.
¿No escribir de homosexualidad en la literatura? Se la preguntará al amigo, ¿no escribir sobre la muerte? Averiguará en aquel libro. Si usted le oculta su cuerpo, seguro que querrá pillarlo a la salida del baño para ver, pero si en cambio, exhibe su desnudez, seguro que le dirá: Tápate papá.
Nuevamente me pregunto ¿por qué a la literatura infantil se le envuelve en una serie de parámetros que no tiene la literatura sin adjetivos? Porque a los niños también se les ponen esas limitaciones y muros. Que algunos de ellos rompen, es cierto, pero que socialmente se les imponen. “Niño: no mires, no toques, eso es caca”.
Gianni Rodari, escritor italiano de literatura infantil, dijo: “Los niños no crecen en un mundo separado del nuestro, en un ghetto o bajo una campana de cristal. Ven la televisión que nosotros vemos, están rodeados de una densa atmósfera de información que es la misma que los adultos respiramos. Los libros destinados a los niños deberían procurar no ser libros fuera del tiempo. No hay ni un solo problema del presente al que los niños no sean sensibles, aunque a veces parezcan distraídos. Los libros para niños de nuestro siglo no pueden aparentar que el siglo no existe y que no transcurre, tumultuoso, a nuestro entorno. Un buen libro para los niños de hoy debe ser un libro que sintonice con el calendario y con sus problemas. Con los niños puede hablarse de todo, siempre que se les pida ayuda para hallar el lenguaje justo para hacerlo”.
Ahora bien, para mí es claro: Los nuevos temas son tan posibles como los viejos temas. El problema sigue siendo si abordamos esos nuevos temas utilizando los viejos esquemas. La posición pedagógica y moralizante sigue para mí siendo igualmente antigua, así el tema que trate sea la amistad, la bondad, la comida sana... o la muerte, la homosexualidad y las drogas. El problema es si el escritor se plantea escribir un cuento para niños “para” -y pongo el para entre comillas- enseñar que debemos ser tolerantes ante la diversidad sexual, “para” mostrar que la muerte y la enfermedad pueden ser experiencias en la infancia, “para” demostrar los peligros de las drogas, “para” que entiendan la realidad del VIH. Estos textos-para, según mi opinión, no son literatura. Puede ser un buen libro para niños, un libro que guste, que enseñe, pero no literatura. La literatura no se plantea como objetivo hacer demostraciones de tesis, y muchas veces en la literatura infantil el planteamiento de estas temáticas novedosas y tabúes, se hace con dos objetivos: una, presentarse en el mercado con la rúbrica de temática nueva, por lo tanto tratar de atrapar a un lector (la compra de un lector) a través de la promoción que sugiere que se aborda algo tabú (y ya sabemos que eso de por sí, atrae a los niños y adolescentes). Pero por otra parte, para no perder el mercado adulto (maestro-padre) el tema se presenta bajo el esquema de la moralidad, de la enseñanza escolar y no de la literatura. Entonces, por ejemplo, un cuento no muestra simplemente a un personaje homosexual al que le ocurre determinado hecho, sino que la historia se plantea en torno al tema de la homosexualidad con una resolución que al final enseñe al niño a reconocer la diversidad. Entonces, insisto, la literatura, en general, no se plantea si hay apertura a tales o cuales temas, por lo que eso no debería ser objeto de discusión en la literatura infantil. Ya sabemos, entonces, que cualquier tema es posible, porque en la vida de esos niños cualquier tema es posible. El centro de atención es cómo abordamos en los libros esos temas para que no sean, para los niños, nuevamente un aula de clases. Queremos que sean el lugar del juego, del alma, de la vida, todo eso que es la literatura. Esos nuevos temas pueden ser sumamente seductores para los nuevos lectores, pero si los abordamos desde una mirada pedagógica, probablemente decepcionemos y frustremos al joven lector. O simplemente se burle de nosotros.

II.- ¿Lectores simples?


La poesía:
Agua: La lluvia azul (Natalia García, 4 años). El jugo del hielo (Mariana Martínez, 7 años). Cejas: Las barbas de los ojos (Alejandro Martínez, 3 años).

La filosofía:
Alma: Un yo, pero invisible (Jaimaryth Daza, 9 años).

La economía:
Dinero: Papel con el que puedes comprar todo menos la familia (Andrés Eloy Aguja, 10 años). Algo que todo el mundo necesita, pero no hay casi (Gabriel Rugeles, 11 años).

La religión:
Dios: Tipo judío y demócrata (Sebastián Guzmán, 9 años). Dicen que creó el mundo, pero a mí no me convence (David Zambrano, 11 años).

La sinceridad:
Amigo: Alguien que te dice "cosa", "cuaima", o cualquier otro sobrenombre y a ti no te importa porque es de cariño (Alejandra Sandoval, 11 años). Una persona a la que le tiras una bombita de agua en la espalda y no te dice nada (Renata Gouveia, 11 años). El que me da un poco de su desayuno en las mañanas (Ekain Berazategui, 11 años).
Papá: Segunda persona importante (Arthur, 10 años). Alguien que llega tarde en la noche (María Verónica Albornoz, 5 años).
Distancia: “Lugar que existe entre yo y mi papá" (Scarlet Casique. 12 años)

El país
Democracia: Algo con pobreza (Gabriel R., 8 años) Una cosa muy delicada (Mauricio Izquierdo, 12 años).
Venezuela: Ciudad de Chávez (Sebastián Guzmán, 9 años). País muy grande y un poco pobre, hace petróleo y eso le da bastante dinero (Manel Reig, 10 años).

Los peligros:
Drogas: Pastillas que sirven para morirte a través del tiempo (Carlos, 9 años). Objeto prohibido a los narcotraficantes y prohibido a los humanos (Andrés Eloy Aguja, 10 años).
Guerra: Matazón de balas (Benjamín Aldana, 9 años). Muerte, sangre, metralletas, cool (Andrés Eloy Aguja, 10 años). Una forma de liberación de estrés (Andrés Núñez, 11 años).

La cotidianidad.
Felicidad: Es quedarme durmiendo todo el día (Jennifer, 8 años). Es lo que siento cuando tomo agua después de los recreos (Ekain Berazategui, 11 años). Es cuando te despiertas y es sábado (José Alberto Romero, 11 años).
Mamá: Alguien que nos da mucho cariño, es de la familia y a veces se pone brava (Clementina Sandoval, 9 años).

La vida:
Amor: Sentir atracción hacia una persona, patineta, deporte o animal (Fernando López, 12 años). Es que mi mamá me haga cariñito (Juan Sebastián de los Ríos, 6 años).
Anciano: Tener arrugas y no comer (Ariana Villar, 8 años). Alguien que está viejo, puede morir y nacer de nuevo (Leonardo Acedo, 5 años).
Muerte: Cuando un ser humano fallece de viejo (Ricardo Chacón, 9 años). Cuando se termina la hora de vivir (George Clapham, 8 años).
Mujer: Una persona para el amor (Zadquiel y Christian, 6 años). Género femenino con dos partes íntimas (Benjamín Aldana, 9 años).
Vida: Es Es como una mandarina, te vas pelando y en el momento que menos te lo esperas chupan tu contenido y mueres (Fernando López, 12 años). Escuchar música comiéndome una hamburguesa en mi cama, leyendo (Jerly Ortiz, 12 años).

¿Escucharon estas definiciones del mundo? Son niños de Catia y de Altamira, de El Valle y Santa Inés, del interior del país, de escuelas públicas y privadas. Niños entre 3 y 13 años. Son parte de un grupo de más de cien muchachos que en 2001 jugó conmigo a hacer un diccionario, cuando los visité en sus centros de estudio. ¿Oyeron sus voces? ¿Vieron que no le temen a las metáforas, pero tampoco se coartan ante esos temas que los papás dudan en abordar?
¿Qué nos enseñan estos niños? La mirada lúdica, original y desacralizada del mundo. La inteligencia y la información que tienen del contexto. El desparpajo, el sentido del humor, la ironía. La poesía.


Todos los temas y todos los lenguajes están en el mundo del niño. Y si en el mundo de estos niños está todo eso ¿por qué no en los libros que leen? Así que mientras reducimos la sexualidad, por ejemplo, a explicarles cómo nacen los bebés, ellos están comentándoles a un amigo sobre los enormes pechos nuevos de su mamá o de los ruidos que salen de los cuartos de los padres. Mientras les decimos que el abuelo se ha ido al cielo, ellos están cuestionando lo inevitable de la muerte. Vuelan más que nosotros, señoras y señores.
Eso sí, lo que creo es que para abordar estos temas “subversivos” (con diez comillas, por favor) se requiere intuición y olfato y eso no aparece en ningún manual. A los estudiantes de los talleres que he dictado a adultos que quieren escribir para niños, les propongo estrategias para quitarse las gríngolas y dejar de pensar que literatura infantil está obligada a incluir mariposas y arco iris a juro. Pero depende de la creatividad de cada quien si logra la magia de la comunicación. Porque literatura subversiva tampoco es sinónimo de éxito ni es ninguna fórmula. La prueba final es el contacto con el niño lector, y sólo el efecto mágico de la palabra escrita dará el veredicto. Puede el texto más simple, más inocente, más “tonto” y menos subversivo llegar de una forma más sincera a los niños, que el más irreverente. Puede haber una irreverencia que sea tan falsa que los niños la sientan ajena y torpe. Creo que lo que está en juego entonces es otra cosa: La calidad literaria. Es en la calidad en lo que debemos pensar.
Alguna vez alguien me ha acusado de autora subversiva y creo que no lo soy. Me he quedado corta en todos mis textos. Subversivos son ellos, los lectores.

miércoles, noviembre 05, 2008

capicúa

Hoy cumplo una edad capicúa. Siempre me han gustado los números que se repiten a sí mismos, que se leen de atrás hacia adelante, al revés y al derecho. En mí no han sido los números redondos: 10-20-30-40..., sino los capicúas los que han movido ciclos. Son números escasos, que ocurren cada once años. Espero que éste, mi cuarto capicúa, dé marcha definitiva a una deuda que tengo conmigo misma: la palabra escrita.

miércoles, octubre 29, 2008

Abba

No sabía bailar. Entonces Abba era la salvación de mis fiestas de catorce años. Ponían en el equipo de sonido con las cornetotas Voulez Vous o Dancing Queen y al menos sabía que había alguna oportunidad de bailar aunque fuese una sola pieza con aquel muchacho que me gustaba, el que se parecía tanto a John Travolta. Más que bailar, era pegar brincos uno al lado del otro y sin tocarnos, porque tampoco era yo de las que daban volteretas como en Grease. Claro, que inmediatamente cambiaban a Oscar D'León, Willy Colón o Rubén Blades y ya me sabía condenada a la silla o a hablar con la mamá del cumpleañero o a sumergirme en el maldito balcon donde podía escapar de mis torpezas para cantar bajito Pedro Navaja o El gran Varón, sintiéndome tan miserable por tener gusto musical latino pero pies y caderas de los países bajos. Y entonces, otra vez Abba salía a mi rescate cuando el tocadiscos rasguñaba las primeras notas de Chiquitita. La oportunidad era entonces mía, porque si algo siempre he sabido bailar es lento, pegadísimo y acaricioso. En esa, mi especialidad, no pisaba pies ni desentonaba ni me movía a destiempo y sin ritmo. En la música lenta yo podía ser la reina de las fiestas de todos los apartamentos de Chacao. Pero eso sólo podía ocurrir si la imponente danzarina salsona de turno no se acaparaba a mi travoltica venezolano por toda la noche, con su boca junto a su oído y su busto grande dispuesto al roce sin disimulo. Pero entonces si la celia cruz quinceañera se instalaba a comerse lentamente a mi amado (cosa que casi siempre era de cajón, después de una buena dosis de salsa brava), Abba le daba la dosis de cariñito perfecta para convertir en romance un asunto que en otras circunstancias tendría más de mete y saca. Y mientras la diversión ocurría en el rincón mínimo que ocupaban sus cuerpos, CHiquitita hacía otra cosa conmigo: Así como podría haber sido mi tabla de salvación si el galán hubiese mirado a otro sitio que no fuese el culo de su pareja, la pajuísima cancioncita era la salvadora de otros torpes, como yo, incapaces de mover un pie y después otro durante el resto de la noche. Con mi galán hipnotizado por una lupe liceísta que le restregaba el bollito sabroso, y ante mi soledad y evidente regreso al balcón (o a la conversación con la mamá, que era peor), siempre llegaba alguno, con quien nadie quería bailar porque mírale la camisa con todos los botones amarrados, a buscar su ratico de pegadera y calor del sexo opuesto. Y si la nostalgia de un abrazo era grande, yo accedía a la pieza, más con la cabeza en otra parte, y más pegada del cuello que de la cadera del compañero de baile, que la totona no estaba para encuentros cercanos. Bailar pegado tiene acceso restringido y no hay pases de cortesía. Entonces lo único que esperaba era que terminara de una vez Chiquitita y otra vez Abba me salvara con Mamma Mía o Money, money, money para despedir al sudoroso indeseado que se desvivía por abrazar más fuerte. Entonces me ponía a saltar, saltar y saltar sin ritmo, camuflada entre las parejas, hasta que se me olvidara la noche.


(a propósito de meryl streep en Mamma Mía)

sábado, octubre 25, 2008

Parejas XXVIII. un perro.

ella está tranquila en su casa.Que si el almuerzo, que si la peliculita de disney en el dvd con los nietos para que los hijos puedan ir a otra película que no sea de muñequitos y tomarse un trago, que si el excesivo trabajo que debe montarse encima para tener una generosa quincena, porque no quiere verse con otras cincuentonas jubiladas tempranamente que vegetan en la urbanización, pasean perros, hacen inútilmente taichí para bajar la panza y están faltas de hombre. Ella no tiene perro, pero como las demás, tampoco tiene un papito lindo ¿quieres café? en las mañanas. Los hombres son una historia del pasado, su último matrimonio aún descolgado en la legalidad, murió sexualmente -con algunos deslices que no cuentan-hace un lustro. No quedan más ataduras que algunos bienes compartidos que ninguno de los dos se han atrevido a pelearse nunca. Son amigos. Al menos ella dice eso, no como las demás señoras de la urbanización que viven divulgando las fechorías de sus respectivos ex y que no les hablan en los cumpleaños de la prole. En eso ella no se parece a las otras, como tampoco se parece la sala de su apartamento a la de esas doñas que almacenan recuerditos de bautizos y comuniones. En su sala están sus libros de ensayo político y los de él de economía, sus discos de rock y los de él de salsa, sus fotos y ya no más las de él, porque tampoco le gusta eso del culto al pasado. Suelen almorzar juntos dos o tres veces por semana, casi siempre con los hijos, casi nunca con los nietos que comen antes porque joden demasiado y se van a jugar al patio con los vecinitos. Diríase que su vida es tranquila, no lo odia a él, porque es una mujer inteligente, madura y ocupadísima en sus propios menesteres y está consciente de que jamás podrían vivir juntos y que todo es más bello así, en esa armonía diplomática de gente formada en la universidad y que arrastra la apertura de los años sesenta. Sólo algo la atormenta y sabe que se le descalabra el mundo cuando ocurre y es esa atadura no racional que tiene con él. No lo calcula ni lo prevé, pero de pronto, mientras está de compras en el supermercado o corrigiendo exámenes o manejando su impecable carrito amarillo, le viene el pensamiento: en este preciso instante ese guevón se está tirando a una carajita. Y el pensamiento no le viene del cerebro. Es la totona la que le está hablando. Su vieja y sabia totona, esa que tanto ha vivido, que tanto ha gozado y que tan bien lo conoce a él. Su totona pitonisa que lee en una bola de cristal imaginaria -bola tenía que ser- todo lo que esta haciendo él y se lo dice, la muy chismosa, con pelos y señales, como si tuviese un walkie talkie conectado con él. Por supuesto que ella se lo preguntará a él más tarde, para confirmar, él lo negará: somos amigos, si hubiese una mujer te lo diría, pero la totona metecasquillos le seguirá revelando, celosa, todos los usos que él le ha dado al falo aún firme que fue su compañero por años. La totona huele ese olor distinto en sus dedos y, detectivesca, reconoce marcas nuevas en la piel y ese sonido distinto del celular con ese pop ochentoso que él detestaba hasta ayer. Ella sabe que él no le dice nada para protegerla de una felicidad que no le pertenece y se lo agradece, pero la totona le tira puntas, la hace sentirse desgraciada y tan balurda como las otras mujeres que califican de putas a las novias jovencitas de los exmaridos mientras sus perros hacen pupucitos hediondos que deben recoger con una bolsita para que no las multe la policía. La señora no quiere oir a la totona, porque le parece estar oyendo a sus vecinas cuando maldicen la vida mientras el perro echa una meadita, porque ella está muy bien así como está y con excepción de las demandas que la totona sedienta e insaciable siempre reclama, la vida tal como está es demasiado rica: sus paseos al Avila, sus viajes anuales a Europa, sus análisis de la conflictiva política local que siempre aplauden en los congresos, el coqueteo con el tipo extranjero por Internet. Pero la totona la atormenta, se humedece la muy coño de madre además -como si se gobernara sola- le recuerda aquellos buenos tiempos en los que el goce era diario y el paraíso sonaba a eterno. Te echaré agua fría, amenaza a la vagina histérica, como si pudiera discapacitarla tan fácil como se desinfla un pene. Y por culpa de esa bruja que todo lo sabe -porque siempre acierta la maldita- le brotan los demonios y siente que sólo le falta una cosa para parecerse a todas esas mujeres que han escoñetado su vida mortificándose por lo que no están viviendo: un perro.
pero no se lo va a comprar.

lunes, octubre 20, 2008

el cambio

Tengo abandonado el blog. Mi relación con él ha cambiado desde hace meses. En 2004 el blog El Tiempo de Estar Vivos fue mi terapia, el lugar que me sirvió para aliviarme de tantos fantasmas, de tantos miedos, de tantos tormentos. Conocí gente, gente que me ayudó mucho y a la que le estoy infinitamente agradecida. Después, un día y de un plumazo, apreté un botón y borré toda esa información de Internet. Ya ni siquiera quedan rastros de ese espacio virtual. Luego vino éste, El País de los Equivocados, un lugar más lúdico y menos dramático, que me permitía reirme de mis tontas tragedias y mis incontables desórdenes, que me permitía mirar la nación en la que vivo, que me dejaba hablar libremente de la visión impublicable del entorno que puede tener un periodista que no tiene acceso a las páginas de opinión. fue un vehículo comunicacional importante que de alguna forma extraña se fue agotando y dejó de hacerse la necesidad que fue en los primeros días de escritura.
Fui por mucho tiempo una patética actriz de telenovela ventilando a diestra y siniestra mis pasiones y dolores. La exhibición de la ridiculez hay que asumirla con dignidad, así como las metidas de pata y las equivocaciones. Pues a partir de hoy dejo de ser La Maga (nombre pretencioso que para nada describe a esta mujer tímida que soy) y firmo este blog como Mireya Tabuas y a lo mejor al firmarlo termina de morir como proyecto, o a lo mejor cobra una vida distinta. Sólo sé que esta vez, antes de echarlo al basurero, debo estampar mi rúbrica, asumir mi responsabilidad sobre todas estas palabras y dejarme de pendejadas.

lunes, septiembre 29, 2008

letrero en el ascensor de un organismo del gobierno bolivariano

Ascensoristas y usuarios

Bajo ningún concepto, motivo, razón, causa o circunstancia el ascensor no debe de pasar del piso 6.
Oficialmente las paradas son S/2 - 2 - 4 - 6

Agradezco el cumplimiento de esta norma

El Técnico

(y por supuesto, el ascensor estaba en el piso 8)


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Este letrero para mí es la mayor metáfora de todo esto: un discurso chorreado de reiteraciones inútiles de la misma cosa que, sin embargo, dicen lo contrario de lo que quieren decir, pero que exigen, ordenan y al final, en la ignorancia, despeinan sus propias palabras. La manifestación de una autoridad única que impone normas y restringe sin explicación y con una soberbia vengada por la mala gramática. Y la absoluta falta de credibilidad por parte de los que están ahí en el ascensor, en el país.
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lunes, julio 14, 2008

mamá


así era de bella la trini

domingo, junio 15, 2008

El señor Montejo

Mi mamá solía llevar a mi hijo Alejandro al kárate cuando era chiquito. Nunca hablaba con nadie, se sentaba a ver al nieto, orgullosa de que él se negara a pegarle al contrincante cuando tocaba combate. Mi mamá no era amiga de chismes ni de amistades de esas que sólo buscan hablar para demostrar que lo mejor es lo suyo. Por eso le huía a las otras señoras que hacían barra en el gimnasio.
Pero un día me contó que hizo un amigo. El señor llevaba y traía a su hijo, que tenía la misma edad del mío. Y así como ella contemplaba orgullosa a su nieto, él hacía lo mismo con el niño. Los dos permanecían silentes, sin caer en las provocaciones de aquellas mamás que se las echaban porque sus hijos eran cinta naranja. Ella respetaba el silencio de él y él respetaba el silencio de ella y eso los unía y los hacía únicos entre el coro de mamás histéricas aplaudiendo a sus cachorros. El era un elegante caballero, no elegante por la vestimenta, sino por otra cosa, era como un alma elegante y pulcra, elevada y limpia. El era más joven que ella y casi siempre venía de chaqueta y con algún libro en la mano. Solían estar ahí, callados ambos, acompañándose en su amor hacia los chamos. Y a ratos, cuando la rutina de los ejercicios era cansona, se ponían a hablar. No sé de qué hablaban y no me lo imagino, dos seres tan distintos, hablaban de Chacao quizás, de las calles, de los pocos árboles, de los niños, de la vida. Eso sí, sé que no comparaban las cualidades deportivas de los chamos, eso no importaba, ellos estaban ahí porque se divertían y estarían allí hasta que dejaran de divertirse. Seguramente tenían mucho de qué hablar. Mi mamá fue siempre una mujer sencilla, nunca tonta, muy despierta y poco crédula. Digna, me dijo en estos días alguien, y creo que no hay mejor definición sobre mi madre: una mujer digna. Me contaba que el señor era educado. Nunca me dijo que era culto, ni intelectual, sí educado. Y buen padre. Muy buen padre. Creo que tras las conversaciones con ella fue que él decidió cambiar a su hijo al mismo colegio donde estaba el mío. Creo que ella me dijo que él quería preguntarme y me preguntó, y lo conocí, y cuando lo vi y supe quien era, lo quise más de lo que lo quise por su poesía. Quise también al buen hombre que era. Al amigo de mi madre.
Gracias al cambio de colegio, los dos niños, mágicos, imaginativos, inventores, estudiaron juntos, se hicieron amigos y una vez, en mi casa, construyeron un cohete que los llevaría a la Luna. Un día él me invitó a su casa, y como papá orgulloso que era, me enseñó los primeros poemas de su chamo. Había uno de una rosa que lo conmovía. Y así como antes iba al kárate, ahora iba, como yo, a todos los juegodramas del colegio, a los actos de música y folklore. Siempre tratando de pasar desapercibido. Siempre callado. Brillando. Un señor. El señor Eugenio Montejo.
Mi mamá cumpliría 89 años hoy. Montejo partió hace pocos días a otro reino. Juntos quizás estén observando el universo. Callados. Y como hicieron en el kárate, se respetarán los espacios y los silencios. Serán amigos.

martes, mayo 13, 2008

pájaros equivocados

El primer nombre, el de Papagayo, lo pegamos: Nos habían asegurado en la tienda de mascotas que era varón. También atinamos con el nombre de la que fue la primera señora de Papagayo: Esmeralda. La segunda mujer, blanquísima, también tuvo un nombre que daba en el clavo: Nieve. El problema empezó con los hijos. Ojito, el primero, de enormes ojos negros, se convirtió en Ojita a los pocos meses. Valentina y Cosita Rica tuvieron que masculinizar sus nombres y ahora son Valentino y Cosito Rico. Incluso, nos equivocamos con la personalidad. El Nene, si bien resultó siendo El Nene en masculino, se hizo precoz rápidamente y no hace más que frotarse cuando puede con cualquiera de sus hermanos varones. Ahora nacieron dos nietos de Papagayo, que cargan con la genética numimástica de su familia. Caleidoscopio fue el nombre que decidió Mariana para el primer pajarito aún pelado que se asomó por el nido. Pero un día, Caleidoscopio (hijo de madre azulada y padre verdoso) estrenó un plumaje blanco y negro que desdice de su nombre y lo emparenta con aquella abuela blanquísima. Esperamos que no termine transformado en Caleidoscopia.
Mi hija no se atrevía a ponerle un nombre al último, el más blanco de todos los que han convivido en esa jaula. No se atrevía, no sólo por la historia de los múltiples desaciertos, sino por la antipatía que le causaba ese pájaro que le lanzaba picotazos cuando intentaba tocarlo. Entonces mi hijo pensó en el mejor de los nombres para un ave de mente criminal: Ben Linus, como el líder de Los Otros de Lost. Vamos a ver qué tal le va, porque si sigue la tradición familiar, pronto se nos convertirá en la madre Teresa de Calcuta.

domingo, mayo 11, 2008

Parejas XXVII: Mal paso

Pues hay personas que nos hacen sentir así, con pena ajena. Incluso podemos llegar a sentir pena ajena por los personajes de las historias que nos inventamos. Escribo y me sonrojo recordando lo que le pasó a ella, a esa mujer de ficción, hace más un año, tal vez dos. Primero hay que contar algo acerca de ella. Es una arquitecta seria y responsable, reconocida por la calidad de sus obras y por el impecable cuidado de su vida personal. En su medio es respetada, en la medida en que se puede respetar a una arquitecta de casas pequeñas, que no ha pasado a la magnitud de diseñar un edificio ni de un centro comercial, ni mucho menos de un urbanismo completo. Pero que se enorgullece de que se ha mantenido alejada del trabajo oficial, de las componendas y los sobornos. Con su trabajo menudo como un soplo, como los gorriones de Serrat.
Pues hela aquí. Ese día es la inauguración de la gran obra de ese arquitecto mayor, premiada internacionalmente. A ella –eso no lo hemos dicho aún- la mata su timidez y ha estado demasiado alejada de eventos, estrenos, reuniones y bautizos de libros porque no le gusta (nunca sabe qué hacer con las copas de vino a medio tomar) y además eso que llaman problemas personales (un portazo, una maleta que envió lejos, la tranquilidad de una poceta a la que nadie le levanta la tapa), ya hace mucho que no hace casas –ni siquiera tiene una propia- y se ha dedicado a enseñar a otros las artes que luego les servirán para ganar las licitaciones. Pues, bueno, ahí está, a medio arreglar y con un par de amigas solitarias, impecables y entaconadas. Bueno, no hay remedio, se dejó llevar. Le han dicho que no esté tanto tiempo encerrada, diseñando casas imaginarias en la computadora. En ese sitio están todos los arquitectos del país. Los que conoce de nombre, los que conoce de cerca, los que conoce de cama. Indudablemente saludará –aséptica- a ése con el que se acostó hace más de una década, que aún conserva esa sonrisa preciosa. Sin querer, dejará de saludar a aquel otro arquitecto que trabajó con ella y que le gustó tanto. Sus amigas le dirán que lo dejó con el saludo a medias. Eres antipática, odiosa. Ella se devolverá, le dirá uno de sus holas sin aspavientos. Teme mucho el rechazo y no es muy dada a las efusividades, menos aún a esa audacia de los extrovertidos. Sus amigas irán a pedirle un autógrafo al arquitecto de la obra, más por el arquitecto que por la obra, en realidad. Pero ella se aparta a un lado. Tiene sentido del ridículo. Quizás demasiado. Prefiere no moverse mucho para no meter la mata. No es de las que saldrían, espontáneas, a bailar reggaeton en una fiesta de carajitos. Mira de nuevo la reunión y se siente tan ajena. Quiere salir corriendo y refugiarse en el rincón cálido de su apartamento en el único edificio de pésima arquitectura que hay en su urbanización, una urbanización donde reinan los edificios cincuentosos con nombres italianos, de muros bordados en cemento y enormes balcones. Pero está allí y no hay nada qué hacer. Entonces lo ve llegar. Es él. Lo ha visto en fotos. Sus amigas lo confirman. Ella sólo ha leído sus ensayos arquitectónicos en Internet y ha visto dos o tres de sus obras, sembradas de forma perfecta en alguna colina de Caracas. Es más guapo en persona, dice una de ellas. Y esta mujer tiembla. El corazón se le va a salir y casi es hora de llamar al Dr. House. ¿Por qué no le hablas?, dice una de las amigas, atrevida y valiente gracias a sus tetas nuevas. Ni de vaina, qué le digo, yo no voy a pasar pena, dice ella, sin saber que le espera algo peor que simple pena, que quizás le espera la vergüenza, la humillación, el descrédito, la deshonra. Las amigas insisten, ¿quién quita? Y ella, con sus complejos confesables, insiste en que mejor no, que mejor se queda quieta en el rincón y que no sabe qué coño hacer con esa copa de vino malo. Pero ya ustedes saben, la insistencia femenina, el reto y claro, sin hacerse la víctima, también las ganas que siempre existen de meterse en líos. Entonces lo ve hablando con ese viejo arquitecto al que hace años que no ve y que sabe que la aprecia tanto. Y se imagina la escena: Ella lo saluda, él la presenta con elogios, luego se va y los deja hablando. Sabe que no pasará, pero igual avanza hacia él, sin saber mucho qué le dirá. Sus amigas la aúpan. Saben que estarán evaluando cada paso y se siente más inútil para las relaciones sociales, los trámites urbanos y la diplomacia. Entonces llega y saluda. Pero no llega como hubiese hecho cualquier persona civilizada y adulta. No se para al lado de los arquitectos, para permitir la natural convivencia entre tres interlocutores. No. Se atraviesa, le da la espalda al hombre guapo y estrepitosamente abraza al viejo colega. Dice algunas tonterías que no recuerda cuáles, y se siente entrometida y maleducada, pues interrumpió la interesante conversación que al parecer tenían los hombres. No sabe cómo voltearse para darle la cara al que tiene detrás, pues sabe que si lo hace, él notará cómo se enrojece aceleradamente, él notará lo avergonzada que está ella de un comportamiento tan atolondrado y poco elegante. Pronto se le acaban las palabras, ya no tiene nada qué decirle al señor al que tiene enfrente. Entonces se despide. Pero lo sucedido ahora sí que es en contra de su voluntad, ella lo jura, señor juez. Sin darse cuenta, toma la mano del viejo arquitecto y la besa. Sí, la besa. Como si fuese un Papa y ella muy religiosa. Como si fuese Dios y ella su sierva. Sabe que el otro la ha visto. No puede más. Siente pena ajena de sí misma. Se va corriendo. No ve a sus amigas, ni sabe dónde dejar la copa de vino malo, sino que corre, corre y corre. Se aleja de las pequeñas casas que alguna vez hizo y de ese pequeño apartamento donde supo refugiarse. Yo creo que aún sigue corriendo. Huye de ese mal paso. Llega tan lejos que cruza las fronteras. Por eso no es una persona real, por eso vive mejor en la ficción.

lunes, marzo 24, 2008

Las barajitas de Facebook

Tengo, tengo, no tengo, tengo, tengo...Me gustaba coleccionar barajitas. Era necesario completar el álbum, tenerlas todas. No era fácil. Había que comprar muchos paquetes, y la mesada era poca. Las barajitas se repetían y se repetían. Diez mil veces la 33, la de Gus, el ratón de Cenicienta. Doce veces la 52, la de Gepetto fabricando a Pinocho. Una vez sola la 17, Campanita desamparada ante un Peter Pan indiferente. Y pasaban meses y quedaban ya 6, 5, 4 espacios por llenar en el álbum y se iban acumulando las barajitas sin sentido, en enormes paquetes que ya nadie estaba interesado en cambiar porque a todo el mundo le faltaban las mismas 3, 2, 1. Y cuando quedaban tan pocas, estaba la labor de convencimiento al afortunado que le había salido una difícil repetida. Sin embargo, siempre había una que faltaba. Ahora sé que en los kioscos abren los paquetes y venden carísimas las barajitas difíciles, pero se pierde la gracia, esa emoción única de abrir el paquete indicado y encontrar la esperada barajita y ser el primero en llenar el álbum. Porque llenar el álbum era un esfuerzo de perseverancia y honestidad.
Me he sentido un poco así con el Facebook. Siento que voy recogiendo, como si fueran barajitas, preciosos momentos en los rostros de mis amigos que voy encontrando. Y abrir cada correo -cada paquete- es encontrar un nombre del que hace mucho no sabría nada. Es verdad, se me han unido algunos que prácticamente no conozco. Y otros, que no me conocen, también quieren incluirme en su página. Siento que hay gente que tiene su montón de amigos desamigos para decir: mira, tengo a este actor, a este escritor, a este político, a este candidato, a este famoso. Tengo, tengo, tengo. Es verdad, he tenido la tentación -como casi toda la gente- de llenar el espacio de desconocidos, no importa, sólo para jugar a que tengo un millón de amigos -que no tengo- . Pero no, he preferido no hacerlo, y más bien, ir armando mi casting de épocas y de momentos. Lo principal, en realidad lo único importante, es haber ido encontrando poco a poco a esa gente que me marcó, es volver a mantener el contacto aunque sea viendo un día sus fotos, otro día sus ataques vampiros, otro día el número de países que han visitado, otro día qué personajes de disney son. No importa, están allí. Ahí está mi mejor amiga desde tercer grado hasta quinto año de bachillerato, está el muchacho ése que me gustaba tanto, está mi gran amigo de cuando nos creíamos unos escritores así como los personajes de Bolaño, está la gente que conocí cuando era guionista y cuando era reportera de economía y en mis tiempos en el nacional, gente de mi adicción bloggera, y gente que a lo mejor no estuvo muy cerca en aquellos tiempos, pero a las que me unen pequeñas cosas que salen a flote con la tecnología. Están mis hijos (por supuesto), están los que estudiaron conmigo en el colegio y en la universidad, están mis amigos de ahora y también los hijos e hijas de mis amigos. Quisiera reconstruir todos mis recuerdos en Facebook, pero aún hay barajitas que no consigo: No están los que jugaban conmigo en la plaza, ni los que trataban de enseñarme a bailar salsa en las fiestas de Chacao, ni los que estudiaron teatro en la escuela de Petare, ni tampoco está algún amor importante. Atesoro, pues, mis barajitas, pero aún no he llenado el álbum. Y eso es lo bueno: que hay álbumes que no se llenan, que siempre traen sorpresas. Tengo, tengo, no tengo.

sábado, marzo 08, 2008

Los payasos

No hay circo sin payasos, aunque los detestemos. Alivian la tensión producida por los trapecistas, nudo en la garganta en sus saltos mortales. Se saben paréntesis entre la creatividad hipnótica de la contorsionista y la valentía reposada del domador de leones. Desentonan sus risas forzadas tras el ímpetu del hombre bala. Sus torpes narices redondas deslucen ante el sombrero todopoderoso del mago. Son banales en su repetición de caídas, tortazos e insultos mientras el lanzador de cuchillos sale a escena para demostrar que en la vida no hay segundas oportunidades. Son disfraz, maquillaje y morisquetas, pero se desinflan ante la contundencia natural de la mujer barbuda.
No hay circo sin payasos.
Ni política.

martes, febrero 05, 2008

creatividad y humor 100% venezolanos

Llega a la playa el hombre que vende huevos...Para destacarse de los otros vendedores playeros de Paparo anuncia su producto a grito pelado con la frase:
"Aquí viene el huevón, viene el huevón..."(y como nadie le compra)"...y se va el huevón".

Y por supuesto, siempre hay un montón de tipos vendiendo mariscos con los ya populares nombres que juegan con la connotación picaresca de sus supuestos poderes afrodisíacos:
"...siete potencias, vuelve a la vida, rompecolchón..."
pero este vendedor, añade variantes nuevas:
"...salvamatrimonios, liberen a willy..."

(y siempre hay quien pregunta quién es willy)

jueves, enero 31, 2008

niños grandes

esta mañana, no podía guardar el carro en el estacionamiento. La multitud de hombres se agolpaba en la entrada. Eran decenas de tipos, de 30, de 40, de 50, de 60, todos de sexo masculino, mirando algo que yo no podía ver seporque me tapaban. Estaban los de la panadería, los del abastos, los de la fotocopiadora. Toda esa gente seria que uno ve todos los días tras los mostradores. Era tal el nivel de concentración, de interés y de angustia en los hombres que no tuve menos que pensar que algo había pasado. Arrollaron a alguien, creí en principio. O chocaron. O un vehículo se incendió. O se desprendió el ascensor del estacionamiento. Era como para pensar lo peor, porque todos estaban boquiabiertos, atontados y callados. Pero nada me daba indicios de lo que pasaba. Nadie se percataba de mi presencia. Por fin, uno de los hombres se dio cuenta de que yo tenía la intención de estacionar. Entonces me dieron paso y vi el objeto del interés colectivo: Un carrito a control remoto de 8 0 10 centímetros que se desplazaba a toda velocidad dirigido a la distancia por su dueño y que tenía el poder de convertir a todos sus admiradores, de nuevo, en niños.

lunes, enero 28, 2008

sexo sonoro

mi hija me cuenta sobre lo que hablan los chamos de octavo en el recreo. terapia de grupo, mamá, comenta irónica. los padres son el tema. en realidad la conveniencia de tenerlos divorciados. sobre todo por los efectos sonoros de la separación. en principio, por la calma del silencio. una muchacha explica que el mayor problema son los ruiditos nocturnos que los papás juran que nadie oye, un sexo en estereofónico del que son testigos los hijos desde el otro cuarto. ella compensa con el cable en nickelodeon a todo volumen. un muchacho se queja: él no tiene televisión en su dormitorio y tiene que aguantar el parlamento de quejidos. otra más protesta que lo que más le fastidia de la pelea de sus padres es la pronta -y escandalosa- reconciliación en la cama. distinguen clarito carantoñas, confesiones, peticiones, cochinadas. los adultos, en su asunto, olvidan que tienen oyentes. no apagan el volumen. ni aprenden a trabajar en lenguaje de señas.

viernes, enero 25, 2008

parejas XXVI. las fantasías

por chat, su amigo le pregunta por sus fantasías. ociosos ellos dos que, aunque están llenos de trabajo, se ponen a hablar de esas cosas en pleno mediodía, bajo la sequedad del aire acondicionado y con montones de compañeros de labores que van y vienen. La verdad que ella no es de estar hablando de esas cosas, siempre ha pensado que quien se promociona mucho en materia sexual es más teoría que práctica y termina decepcionando a la hora de la chiquita. Pero él insiste, maluco, sin más intención que la curiosidad pues no hay nada entre ellos, son amigos y un poco cómplices, nada más que eso, ella sabe quién es el verdadero amor de él, él sospecha y sabe de algunos amores de ella. Entonces, pues, ella se deja llevar por la conversación y, porque la verdad sea dicha, está un poco aburrida de estar escribiendo el reportaje de ese día. Y él le va sacando poco a poco la información, claro que ella no es tan ingenua, ella se deja, pícara, porque también se divierte, también se le sale un poquito la maldad y la coquetería. Y entonces le cuenta alguna fantasía y él pregunta, como si la entrevistara, y ella contesta y también esconde y añade más picante y se ríe frente a la computadora y delante de sus colegas preocupados por alguna declaración de Chávez. Y él también cuenta y ejemplifica y detalla algún asomo de obscenidad. Y a veces coinciden en sus gustos, y a veces no, y por momentos él suena machista y lugarcomún y ella se lo dice, y por un instante ella suena ingenua, pero después se pone atrevida y cuenta hasta lo que no debe contar. La conversación se interrumpe en algún momento por culpa del saboteo de Internet y él piensa que ella se ha puesto brava y ella piensa que a él le llegó algún jefe y tuvo que apagar tanta lujuria virtual. Después ella va caminando hacia el metro y piensa en las fantasías. Y es que hay fantasías que se cuentan y fantasías que no, fantasías perfectas para compartir en la intimidad y fantasías que podrían dañar una relación para siempre, y hay fantasías como para morboseárselas solito y hay fantasías sin valor si no se exhiben ante un oyente ávido de estímulos. Hay fantasías para hacer realidad y hay otras que mejor se dejan en la pura imaginación. Hay fantasías que animan y otras que frustan, y fantasías permitidas, prohibidas, perversas, dañinas. Y por supuesto que habrá fantasías que ni siquiera se desean fantasear sino que solitas se meten en los sentidos, sin autorización. Y fantasías que pueden costar el lado de la cama. Fantasías homosexuales, heterosexuales, bisexuales, grupales, tribales. Fantasías muy tontas y fantasías muy peligrosas. Fantasías con rostros conocidos o fantasías con cuerpos imposibles. Fantasías que pierden el sentido al materializarlas y fantasías otras que, al hacerlas carne, uno se pregunta por qué las dejó tanto tiempo en fantasías. Las fantasías no son tan fantasías, o sí lo son, pero a veces se revuelven tanto en la realidad que no hay modo de subordinarlas. Eso sí, las fantasías animan, avivan, calientan, aceleran, despabilan, empujan, desentierran. Y casi siempre están muy vivas.

miércoles, enero 23, 2008

sólo hay que ver la luna esta noche.

martes, enero 22, 2008

parejas XXV. El cierre

En realidad ella prefiere no verte. ¿Por qué? Porque verte es maravilloso, porque cuando te ve es feliz, porque cuando está contigo está todo el tiempo sonriendo, porque se divierte contigo y es libre contigo y hasta es pícara y coqueta, porque se le desata su humor y su genialidad, porque hay una complicidad que los une que a los segundos a ella se le transforma en amor. Aunque no haya sexo -y todos sabemos cuánto enamora el sexo-, aunque no haya ni siquiera escarceos (solo alguna vez algunas indirectísimas insinuaciones, que a lo mejor tenían más de imaginación que de propuesta). Entonces ella dice: mejor no verlo. (Mejor no verte). ¿Para qué? Para ella, verte es constatar que son el uno para el otro porque ella también te alegra y lo sabes, por lo menos eso le haces creer, verte es saberse la mujer para ti, pero verte es saber a la vez que no lo es. Verte, además, es confundirla. Ella dice: El me mira, y a veces siento que me dice que soy yo, que qué espero para constatarlo, a veces siento que me pide que sea yo quien me atreva. Pero es mentira y lo sabe ¿o no lo sabe, o sigue creyéndose el cuento?: Tu no la miras, tú no le pides nada, al menos no literalmente, al menos no reiteradamente. Entonces lo mejor es el retiro. El cierre. Es mejor no verte aunque sea tan feliz al verte. Es mejor no saber. Es mejor no verte para alimentar ni lo que es ni lo que será. Es mejor salir corriendo. Es preciso jubilarse antes de tiempo.

sábado, enero 19, 2008

Adriano

Nunca había visto a un profesor llorar en clase. Hablabas de Juan Rulfo, recuerdo, y al comentar su obra te salieron gordos lagrimones.
Cuando leí País Portátil entendí que tu sensibilidad y tu talento estaban también en tu escritura, en esa novela grande que debería ser lectura obligatoria para mirar el país.
No todos los alumnos entendían tu pasión al hablar de Lezama Lima, de Borges, de Cortázar. Tú lo sabías. Algunos habían tomado esa materia electiva sólo para tener los tres créditos necesarios para completar el semestre. Entonces cuando entrabas a ese salón feo de la escuela de Comunicación Social de la UCV apuntabas con el dedo y de veinte estudiantes escogías a dos, tres, cuatro. "Sólo a estos les doy la clase".
Siempre me apuntaste con tu dedo.
Creo que también era de las que lloraba en clase. Y me he aguantado los mocos para no ser ahora de las que lloran dando clase.
Para alguna tarea, hice un cuento.
Un día alguien llamó a mi casa. Una voz de hombre se detuvo a narrar durante hora y media aquel relato mío de unos niños y una casa abandonada y un escarceo sexual torpe. Pensé que era alguno de mis amigos que había leido lo que yo había escrito y le había gustado. Luego esa voz, tu voz, dijo generosas palabras sobre mi intento narrativo. Recuerdo que me dijiste que era la primera vez que la palabra totona se registraba en un cuento. Me hiciste bien. De algún modo, en esos veinte años míos tan inseguros, me nombraste escritora. Y aunque no he sido consecuente con mi nombramiento oficial, sé que es mi deuda. Y es mi gran error interrumpirla, posponerla.

jueves, enero 10, 2008

los niños no existen

para mary


Uno

Entrevisto a un grupo de niños que están en situación de riesgo y se recuperan en una casa hogar. Les digo que me cuenten sus historias. Uno responde, con seguridad y precisión: "No tengo historia". Yo le comento que eso no es cierto, que todos tenemos historia, que a todos nos han pasado cosas buenas y malas. Entonces me mira, desconfiado, escrudiñándome y me pregunta, como si no lo pudiera creer, en un tono que es casi un grito: "¿A usted le han pasado cosas malas?"



Dos

Voy a una casa que fue invadida por dos familias. Un policía está en la calle e impide la entrada. Le pregunto cuántas personas están dentro de la vivienda. "Tres personas", afirma serio. Me extraña su respuesta, pues yo tenía la información de que eran más y le vuelvo a preguntar si está seguro de que ése es el número de personas que hay adentro. "Sí, tres personas", responde malhumorado pensando seguramente que yo era sorda o tonta. No le creo e insisto en cuántos adultos y cuántos niños hay allí. Y entonces me dice: "Ya le dije, son tres personas... y ocho niños".