lunes, marzo 24, 2008

Las barajitas de Facebook

Tengo, tengo, no tengo, tengo, tengo...Me gustaba coleccionar barajitas. Era necesario completar el álbum, tenerlas todas. No era fácil. Había que comprar muchos paquetes, y la mesada era poca. Las barajitas se repetían y se repetían. Diez mil veces la 33, la de Gus, el ratón de Cenicienta. Doce veces la 52, la de Gepetto fabricando a Pinocho. Una vez sola la 17, Campanita desamparada ante un Peter Pan indiferente. Y pasaban meses y quedaban ya 6, 5, 4 espacios por llenar en el álbum y se iban acumulando las barajitas sin sentido, en enormes paquetes que ya nadie estaba interesado en cambiar porque a todo el mundo le faltaban las mismas 3, 2, 1. Y cuando quedaban tan pocas, estaba la labor de convencimiento al afortunado que le había salido una difícil repetida. Sin embargo, siempre había una que faltaba. Ahora sé que en los kioscos abren los paquetes y venden carísimas las barajitas difíciles, pero se pierde la gracia, esa emoción única de abrir el paquete indicado y encontrar la esperada barajita y ser el primero en llenar el álbum. Porque llenar el álbum era un esfuerzo de perseverancia y honestidad.
Me he sentido un poco así con el Facebook. Siento que voy recogiendo, como si fueran barajitas, preciosos momentos en los rostros de mis amigos que voy encontrando. Y abrir cada correo -cada paquete- es encontrar un nombre del que hace mucho no sabría nada. Es verdad, se me han unido algunos que prácticamente no conozco. Y otros, que no me conocen, también quieren incluirme en su página. Siento que hay gente que tiene su montón de amigos desamigos para decir: mira, tengo a este actor, a este escritor, a este político, a este candidato, a este famoso. Tengo, tengo, tengo. Es verdad, he tenido la tentación -como casi toda la gente- de llenar el espacio de desconocidos, no importa, sólo para jugar a que tengo un millón de amigos -que no tengo- . Pero no, he preferido no hacerlo, y más bien, ir armando mi casting de épocas y de momentos. Lo principal, en realidad lo único importante, es haber ido encontrando poco a poco a esa gente que me marcó, es volver a mantener el contacto aunque sea viendo un día sus fotos, otro día sus ataques vampiros, otro día el número de países que han visitado, otro día qué personajes de disney son. No importa, están allí. Ahí está mi mejor amiga desde tercer grado hasta quinto año de bachillerato, está el muchacho ése que me gustaba tanto, está mi gran amigo de cuando nos creíamos unos escritores así como los personajes de Bolaño, está la gente que conocí cuando era guionista y cuando era reportera de economía y en mis tiempos en el nacional, gente de mi adicción bloggera, y gente que a lo mejor no estuvo muy cerca en aquellos tiempos, pero a las que me unen pequeñas cosas que salen a flote con la tecnología. Están mis hijos (por supuesto), están los que estudiaron conmigo en el colegio y en la universidad, están mis amigos de ahora y también los hijos e hijas de mis amigos. Quisiera reconstruir todos mis recuerdos en Facebook, pero aún hay barajitas que no consigo: No están los que jugaban conmigo en la plaza, ni los que trataban de enseñarme a bailar salsa en las fiestas de Chacao, ni los que estudiaron teatro en la escuela de Petare, ni tampoco está algún amor importante. Atesoro, pues, mis barajitas, pero aún no he llenado el álbum. Y eso es lo bueno: que hay álbumes que no se llenan, que siempre traen sorpresas. Tengo, tengo, no tengo.

sábado, marzo 08, 2008

Los payasos

No hay circo sin payasos, aunque los detestemos. Alivian la tensión producida por los trapecistas, nudo en la garganta en sus saltos mortales. Se saben paréntesis entre la creatividad hipnótica de la contorsionista y la valentía reposada del domador de leones. Desentonan sus risas forzadas tras el ímpetu del hombre bala. Sus torpes narices redondas deslucen ante el sombrero todopoderoso del mago. Son banales en su repetición de caídas, tortazos e insultos mientras el lanzador de cuchillos sale a escena para demostrar que en la vida no hay segundas oportunidades. Son disfraz, maquillaje y morisquetas, pero se desinflan ante la contundencia natural de la mujer barbuda.
No hay circo sin payasos.
Ni política.