viernes, diciembre 30, 2005

feliz 2006

Feliz año 2006...lleno de lo que más quieran. Eso sí, tienen que decidir y echarle pichón. Los que quieran dinero tendrán que fajarse duro en el trabajo o ganarse la lotería; los que quieran salud, a ejercitarse y comer menos grasa y dejar de fumar (esto último tiene nombre y apellido); los que quieran hijos, deben primero disfrutar haciéndolos; los que quieran un mejor trabajo, pues tendrán que meter currículum en todas partes; los que quieran amigos, pueden escribir un blog (es un buen medio, puedo asegurarlo); los que aspiren publicaciones y premios, a escribir y concursar; los que quieran amor, pues lo primero que tienen es que estar dispuestos a amar.
Quiero abrazar especialmente a todo el club, porque los quiero. Pero necesito decirles palabras especiales a dos personas que fueron claves en mi primer blog, en mi blog del dolor, ese dolor que me atravesó en buena parte de 2005. Carmelo, que a punta de emails y gracias a su gran energía, humor y vitalidad, hizo enormes esfuerzos para sacarme de mi tristeza y sí Carmelo, me ayudaste y mucho, me hiciste sentirme en la vida. Y Nicotine, tan cercano en las palabras y en la realidad, supiste quererme y también supiste hacerte querer, mi bello amigo.
¿Ahora qué quiero?
No me quitaré los zarcillos que me regaló una de mis mejores amigas hasta que ella mejore. La quiero, es una de las más hermosas personas que conozco y no permito a la vida que le juegue feo. No me quitaré los zarcillos. Es mi acto de fe.
Quiero salud y felicidad para los míos, mi familia, mis amigos, y también para mis amigos blogueros.
Para mí quiero amor, amor que es lo único que le puedo pedir a la magia, porque lo demás que quiero lo puedo hacer yo solita (escribir, escribir, escribir). Y cuando hablo de amor, hablo de amar y ser amada por el hombre que ame. Así, tan sencillo, sin más historias ni enredos. Simple. Cuesta poco a la magia hacer ese milagro menor.
No publiqué aquí la tarjeta de navidad de mis hijos, tradicional cada diciembre desde que nacieron, porque mi hijo mayor me lo impidió. Amenazó con irse de casa si su hermana o yo poníamos su foto en nuestros blogs. "No me vas a rayar públicamente", dice y con eso deja constancia de lo que piensa de este medio de comunicación que tiene su madre.
Sin embargo describo la tarjeta de este año. Están ellos dos, bellísimos como son, con sus manos puestas una sobre otra. El texto dice "Cuatro manos hacen una montaña...imaginen ocho, dieciseis, treinta y dos, sesenta y cuatro...Que en el año 2006 se unan muchas más manos".
Y eso haremos a través de este blog, que se unan más manos.

miércoles, diciembre 28, 2005

los inocentes

¿Ese era el tren? Preguntan y ni ven el boleto. Se montan en el vagón equivocado, rumbo a ninguna parte. Le creen al primer bromista que les asegura que ese asiento, de madera y estortillado, es el que tienen asignado, cuando ellos compraron primera clase. La madera en su dureza, asegura el bromista, es buena para la espalda. Los inocentes se sientan, orgullosos de su decisión de haber adquirido el billete más caro. Aunque llegan adoloridos y con el culo plano a ese paisaje que no los esperaba.
Los inocentes ni ven en qué ferrocarril se suben, creen quizás que todos los trenes del mundo llevan el mismo rumbo. Son locomotoras, piensan, tienen el deber de llevarnos. No dudan. No dudan nunca. Los inocentes, sin cuestionamientos, son inocentes.
Les caen a coba, se caen ellos mismos a coba, facilito. Son hasta capaces de asegurar que en realidad sí querían ir en ese tren a ese país que no querían ni ver. Recalcan que quizás en el fondo de su corazón, aunque no lo sabían hasta ese momento, sí deseaban ir donde ese falso ferrocarril los lleva sin maletas, sin hotel, sin deseos.
Y en cuanto a tropezar con la misma piedra, los inocentes nunca se enterarán. ¿Cómo diferenciar a una piedra de otra piedra? Los inocentes se lo creen al pie de la letra: No, si no es la misma piedra, puedes seguir golpeándote. Anda, qué es otro moretón más para un cuerpo lleno de roturas. En realidad tienen mucha suerte los inocentes: por desconocer que se han tropezado dos veces con la misma piedra, pues nunca se tropiezan dos veces con ella. ¿Perdón, nos conocemos, piedra?

Felicidades en su día. Inocentes.
Yo, a veces lo soy. A veces es mejor serlo -cuando uno se encuentra piedras en el camino, por ejemplo-. Pero no lo soy completa: soy una inocente que se sabe inocente. Y los verdaderos inocentes nunca saben que lo son (o lo saben demasiado tarde). No, no soy inocente.

Crónica veloz de un encuentro de equivocados

Cuando llegué (tarde, no es mi estilo) estaba Rodolfo en la calle esperándome con una sonrisa de oreja a oreja. Hay que decirlo: Rodolfo es todo sonrisas. Es una sonrisa sincera deambulando por la calle, por los bares, por los eventos culturosos de una Caracas donde al final todo el mundo se conoce aunque no se haya visto nunca. También estaba Alana, con un café en la mano. Alana vive en Chile y lo primero que dijo es que añora el café venezolano y no busca excusas para tomar uno. A Alana la conozco desde que ella tenía cuatro o cinco años. Era una niña de grandes ojos verdosos y largas pestañas. Ahora es una mujer tan bella que yo estoy segura que todos los hombres que la conocen se quedan prendados de ella. Estuvo callada, reconoció ser una voyeur de blogs aunque también tiene su propia bitácora donde demuestra que no sólo es una de las mujeres más bonitas que conozco, sino también una de las más talentosas.
Luis Carlos apareció virtualmente. Rodolfo lo llamó a su celular, y desde la playa, brindó con agua de mar por nosotros. Luis Carlos supo que no se debe faltar a una cita de equivocados. Luis Carlos es 100% miembro del club.
Después llegó Fedosy. Lo reconocí de inmediato: había indicado barba, bigote y lentes, y llegó tal cual, con todos ellos puestos. Me dio un regalo, otro al hada. Sin conocernos, atinó. El collar de madera lo llevo hoy puesto. El hada se parece a su libreta de hadas. Yo le compré una camisa a su bebé, mucho más grande que su talla (yo creo que casi le cabe al papá), pero no sé por qué pensé que su Joaco (me encanta el nombre) era mayor y, además, no me dirás Fedosy que la franela no es una nota. Fedosy es amable, gentil y me sorprende, y se lo dije, lo mucho y lo bien que está escribiendo. Habló de su toma de decisión: cambiar la falsa bohemia de escritor por una verdadera vida de escritor: sudor y echarle bolas, pues.
Al final llegó Nicotine, con su look invernal, incluido gorrito. Protagonizó la velada con su ironía, su inteligencia y esa capacidad tan especial que tiene de jugar con las palabras. Se burló de la falta de cervezas y el comeflorismo de los asistentes, maga incluida.
Extrañamos a Pointdx y a Caribbean, miembros fundadores de la logia. La segunda se excusó y habló largo rato conmigo con su habla pegado cuando ya yo estaba en casa. Con Lunita no sabíamos cómo comunicarnos. Romrod tampoco respondió el correo. Sí me escribió Color Dorado, de guardia larga en un injusto medio de comunicación que no reconoce la importancia de un encuentro de equivocados y debería dejar a sus trabajadores libres para el recreo. Los que la hemos leido coincidimos en que esa niña escribe como los dioses.
Y hablando de dioses, yo hablé de Dios. Revelé uno de sus 6.400 nombres. Fedosy estuvo de acuerdo: el tipo es un DIos.
También hablamos de Carmelo, el rey bloguero, y de Silmariat, el hado. Y de Ebe, Martha Beatriz, Gandica... tantos blogueros que en 2006 de alguna forma nos acercamos y comenzamos a hacer una especie de ramo de historias que coincidían y se alejaban. Conté anécdotas terribles y amables de "El tiempo de estar vivos", mi primer y desgarrado blog que de algún modo fue el artífice de toda esta comunidad de amigos.
Como a las 9:00 pm el hada tenía sueño. Estaba aburrida. Para ella, somos aburridos los equivocados. De hecho, se negó a hacer reporte oficial del evento en su blog. Se le excusa, si no logramos divertirla pues no tenemos derecho a su poesía. Fedosy y Alana se fueron, ajenos a la caña, y el frente cañero del club se fue a la tasquita. Yo los acompañé con una cervecita no más y me fui, más dispuesta -como siempre- a unirme al frente zanahoria de por vida. Se quedaron, imagino, entre cuentos de política y mamitas, temas ambos que esta ala subversiva (y tan querida) del club conoce a la perfección.

martes, diciembre 27, 2005

OBLIGATORIO

Es obligación de todo miembro del club de los equivocados escribir sobre los encuentros reales, eso sí, y lo sabemos, sin nombres reales los que no queremos mostrar nuestros nombres reales (aunque todo el mundo los sepa). Así que Fedosy, Alana, Rodolfo, Nicotine, el hada y yo tenemos como pauta periodística escribir la reseña del evento lo más pronto posible en nuestros blogs.
Yo paso por hoy. Yo hoy me voy a dormir.
Abrazos todos, eso por adelantado.

atea (mejor)

La Maga le escribió a Dios y Dios, sí, señoras y señores, también le escribió a la Maga. Fue una carta tan amistosa, tan dulce, tan sencilla, pero tan formal y diplomática a la vez que la Maga -gustosa de los arrebatos- inmediatamente dejó de creer en Dios. Si es que ella nunca ha creído en dioses aunque escriban como los dioses, ¿se va a poner con eso a estas alturas de su vida? Los dioses por un lado y la Maga con los chicheros, los perrocalenteros, los asaltabancos, los infelices, los monstruos, las putas, los barrenderos. En realidad la Maga está mejor entre gente de carne y hueso que entre monumentos. La Maga no se sabe ninguna oración de memoria, prefiere cantar a Sabina desafinando o, junto a sus hijos, alguna canción de ésas de chamitos del compositor mexicano de la muñeca fea. Dios está ocupado. La Maga no reza, no se arrodilla. La Maga prefiere mirar a los ojos, sentirse segura. Los dioses no se equivocan, no podrán caminar por las nubes al lado de la Maga, experta en tropiezos y caídas a 200 metros.

(aunque probablemente la Maga también le escribió a Dios una carta amistosa...y muy formal)

NOS VEMOS A LAS 6

lunes, diciembre 26, 2005

Dios (insisto)

Si Dios no le manda un email a la maga, pues la maga sí le manda un email a Dios. ¡Tampoco voy a tirar la toalla tan rápido!

domingo, diciembre 25, 2005

Dios (sí que se lo tomaron en serio)

Feliz navidad, es lo primero que hay que decir. Y aclaro que me gusta la navidad sólo por la cara de mis hijos al abrir los paquetes de regalo, por la cara de mí misma también al abrir los paquetes de regalo. Confieso que no me gustan las gaitas (aunque pertenecí a un grupo de gaitas en la adolescencia, vergonzosa confesión), que tampoco me gusta la exacerbación comercial y ese aire de que todo el mundo se quiere mucho en estas fechas y donde se impone cierto obligatorio protocolo que me aburre, cierta imposición, aunque yo no cumpla demasiado con ella y sea una especie de grinch que quisiera refugiarse en la Gran Sabana, aunque para hacer felices a sus chamos es capaz de vestirse de San Nicolás (y disfrutarlo). Creo que lo que mejor ilustra lo negativo de la navidad es esa foto patética de los reyes de España que tiene Nicotine en su página. Una foto artificial y montada porque los reyes nunca pudieron reunirse con todos sus nietos y armaron ese artificio absurdo de familia feliz para el disfrute de otros, pero el collage les quedó tan mal montado que los conocedores del tema fotográfico rapidito le cazaron los gazapos. Pero en fin, les escribo de verdaíta para desearles que estas fiestas la pasen con la gente que quieren. Por cierto, tengo planeado que nos veamos este 27 de diciembre como a las 6 0 6,30 pm en un sitio de Caracas. Escríbanme al email los que puedan y quieran ir.
...
Ahora sí...el tema del título. DIOS
Resulta que utilicé la palabra Dios (en mayúsculas, incluso, irrespetuosa) como podía haber utilizado hombre o pez o caballo o ángel o escaparate o Dios, sí, porque tiendo a endiosar. Pero resulta que todos comentaron sobre un Dios al que nunca invoqué, un Dios al que se tomaron muy, pero muy, en serio. En realidad este Dios que me encanta es Dios porque escribe como los dioses. Y yo sólo quería, por DIos, que este Dios me mirara como si fuera la mujer más bonita del mundo, aunque no sea la mujer más bonita del mundo. En fin, ya pasó una semana. Ya, creo, Dios se esfumó del planeta Tierra.

miércoles, diciembre 21, 2005

Dios (y sigue)

Yo pensé que Dios me iba a escribir un email. Por eso sigo viniendo un ratico al día a este cybercafé de pueblo. Media hora, mil bolívares. Sólo por la ilusión. Esa, la que mueve al mundo. Y a mí. Yo pensé que Dios, en su timidez, se refugiaría en éstas, las palabras, lo que nos une. Pero no, Dios está muy ocupado. Dios no me para bolas.

martes, diciembre 20, 2005

Dios en 6 minutos

Tengo menos de 6 minutos para describir a Dios.

Camina por una calle de Cartagena. Hace viento. Estoy a su lado. No habla.
No hablo tampoco entonces. Dios es callado. Pero se sabe de memoria cada paso.
No me reconoce. No estoy con él. No existo.

lunes, diciembre 19, 2005

Dios

Dios es colombiano
Dios, también, es poeta
Dios está demasiado ocupado armando un mundo
su rompecabezas
Dios está muy alto, no ve de lejos
y yo, por Dios, soy tan mortal
Me pierdo en las multitudes
Dios no me ve
Todo es silencio en Cartagena de Indias

sábado, diciembre 10, 2005

Cena de los equivocados

Nicotine nos propuso a Pointdx (el compadre) y a mí que hiciéramos una cena de Navidad bloguera. Una cena por ahí el 22 o 23 de diciembre. Yo pienso que también podría ser la siguiente semana y hacemos una cena de fin de año o de los inocentes, porque a fin y al cabo no somos más que unos inocentotes pasados de años los blogueros.
Yo me voy de viaje mañana y regreso una semana después. Bueno, vamos a ver si el viaducto -esa vergüenza para un país que siempre ha dejado los problemas para última hora y éste es un problema que quizás se ha anunciado desde hace 20 años (sí, hay videntes, pero videntes con instrumentos de precisión)- me deja y vamos a ver cómo está el asunto de Internet donde voy y si podré conectarme barato, porque no llevo mucha plata. Les recomiendo entonces que para cuadrar lugar y hora se comuniquen con Nicotine a hermanitojean@gmail.com
En principio ponemos sobreaviso a los primeros equivocados, esos primigenios que se aventuraron a conocernos (en mi antiguo blog) : Caribbean, Lunita, Romrod. Hay, lo sabemos, muchos que viven en el exterior, empezando por uno de los fundadores de la logia, miembro vitalicio y consagrado, Carmelo, un ángel que tiene el don de ser demasiado pana.
Nicotine pidió que invitáramos también a Rodolfo y a Ebe, aunque esta última esté lejos de Caracas. Yo, por mi parte, quisiera invitar a Silmariat, mi buen amigo, a quien me encantaría mandarle una carta a través de uno de esos búhos de Harry Potter, porque la verdad es que no me imagino mandarle un email, que como buen hechicero merece recibir un sobre rosa oloroso a perfume caro. Quiero invitar a Fedosy, el escritor "de mi generación". A ChicaVerde y a Color Dorado, la primera vive lejos, pero la segunda no tiene excusa. Y a Luis Carlos, tan brillante. Y, si vamos a ser sinceros, quiero invitar a todos los que están en mi lista (Hernán -el imposible-, Alana, Gandica, Rusita, Kira, Iria, Libélula, Lejana, Edén, Martha, Letralia, Alvaro, Protheus, José, Marianne, Procer, Kareta, Troka, Nostalgia) porque por alguna razón están en mi lista, y también a los que no están en mi lista pero me leen y me han acompañado todo este tiempo, pero tengo que abandonar la computadora ahora porque me toca hacer mil vainas antes de irme.
Ah, y la invitada especial es el hada poeta, la bloguera más pequeña.

jueves, diciembre 08, 2005

los (y que) videntes

I
Los (y que) videntes no aguardamos al tren, lo imaginamos, lo prevemos, lo presentimos, lo pronosticamos, lo anunciamos. Allí viene el tren. Y del tren ni rastro. Vaticinamos sin miramientos: será grande, espacioso, quizás caluroso en algunos vagones, pero amable. Profetizamos que será bueno el café a bordo, que pasaremos por seis túneles y de uno de ellos un pájaro intentará salir, que escucharemos la Eurídice de Gluck con un martini en la mano. Habrá cerca una señora que suda mucho, un niño en brazos de un papá muy dulce, una pareja escapada y con ganas de una cama para aprehenderse. Adivinaremos felicidad y una buena conversación con un vecino de asiento, un hombre pálido, barbado y enfermizo, un hombre inteligente. Los videntes nos reconciliamos con la imagen de ese tren en marcha y lo esperamos religiosamente en la estación, como buenos creyentes en nuestros propios fantasmas. Y el tren ¿viene?
Qué va. (A lo mejor viene otro)

II
Los videntes nos fastidiamos, nunca tenemos sorpresas. Hemos sospechado tanto cómo será la fiesta, cómo las luces, cómo los rostros de nuestros amigos con el regalo en la mano, que quizás la realidad nunca supere tamañas conjeturas. Somos imaginativos los videntes, los (y que) videntes. Nos figuramos tanto lo que pasará: él o ella vendrá, él o ella traerá una flor amarilla, él o ella nos aguardará en la esquina y creemos que lo presentimos tanto que ahuyentamos los augurios (quizás temen no superar las expectativas). Nunca sucede nada. Pasan los meses. No hay sorpresas. Todo lo posible, todo lo que se nos ha pasado por la bola de cristal de la mente no pasa: él o ella no está bajo nuestra puerta en la lluvia, él o ella no se encuentra escribiéndonos una insospechada -pero siempre sospechada- carta de amor. Nos decepcionamos simplemente con algo que debió suceder (porque además no requiere de magia mayúscula) pero que nunca sucede. Como si añoráramos de antemano aquello que no nos ocurrió, pero que vaticinamos por los astros y el tarot que ocurriría. Entonces dudamos de nuestro talento de pitonisos.

III
Pero los videntes también pronosticamos que nos tropezaremos con la misma piedra. Y ahí sí la pegamos. Nos tropezamos y nos damos tremendo coñazo. Entonces decimos: Viste, viste que de verdad veo el futuro, viste que de verdad soy brujo.

IV
Sin embargo, si somos sinceros, los videntes no creemos en oráculos. El mundo es demasiado grande y libre para andar ajustándose a profecías. Además lo preferimos así: rebelde y asombroso.

la cena de la luna

para Rom, el astrónomo del club

Mi hija y yo estamos por Plaza Venezuela. Son como las 7:00 pm. El cielo está oscuro, muy oscuro. Sólo alumbran, espléndidos, la Luna, Marte y Venus (creemos que son Marte y Venus, tampoco somos expertas). Mi hija los observa, pequeña aprendiz de astronauta.
-Es la Luna, mamá, que invitó a su cena a Marte y a Venus- comenta con la tranquilidad del que habla del clima.
La gente a nuestro alrededor camina apurada. Sólo yo escucho sus palabras. Soy una privilegiada, sin duda. No todos pueden contar con una pequeña fábrica de metáforas disfrazada de niña.

miércoles, diciembre 07, 2005

los abstencionistas

leo en el blog del amigo Gandica que la señora María Corina ha decidido sumarse todo el porcentaje del abstencionismo para ella, con un aviso en prensa que firma Súmate y que indica "EL SILENCIO DE LOS QUE NO VOTARON LE ESTÁ REVENTANDO LOS OÍDOS AL PAÍS". No, lamentablemente el silencio de los que no votamos no hace ni cosquillitas, no pesa, no cuenta, no significa. El silencio de los que no votamos (lo que es peor) ni cambia ni mueve el camino. El silencio de los que no votamos, además, no suma nada a nadie, menos aún le suma algo a Súmate. Comenté en el blog de Gandica que era un silencio variopinto, porque en él está el silencio de los que se fueron a la playita, el de los que se quedaron escuchando gaitas -vaya silencio-, el de los que se quedaron a hacer hallacas (excelente silencio, yo quiero una), el de los que no quieren ni de vaina al chavismo, el de los que se decepcionaron burda de la oposición, el de los que se quieren ir de esta mierda, y también y muy grande en porcentaje el de los que a estas alturas no creemos en nadie. No creemos en Súmate tampoco, por si no quedó claro. No nos fuimos a la playita ni queremos irnos de esta mierda, sin nos preocupa el qué hacer en este país unicolor. Porque un país necesita gobierno y necesita oposición, y el primero de los términos se nos pierde entre tanto arribismo y movimientos inverosímiles, y el segundo ya no existe entre tanto desacierto, tanta mentira y tanta maniobra oscura.
La abstención no dice nada alentador. Tampoco sumará fantasmas en el poder legislativo, si significara algo, tal vez, 75% de los puestos deberían quedar desocupados, puestos para ser ocupados por la nada, a la espera de alguien en quién creer. La abstención quizás dice que nos queremos mudar o que queremos aire fresco o simplemente nada, que la gente se quedó oyendo gaitas porque viene navidad.

los nostálgicos

I.-
-¡Primer llamado, próximo tren en cinco minutos!
Los nostálgicos nos hemos quedado allí, enclavados en aquel tren insustituible, aquel tren de la infancia, de asientos reconfortables y grandes, de un terciopelo azul aún no ajado por el uso, aquel tren que parecía reservarnos el puesto al lado de la ventanilla, con puertas puestas para la privacidad. Tren con hilo musical con el Adagio de Albinoni. Ese tren que se nos fue. Ese tren que huele a húmedo y a menta. Ese tren al que ninguno se parece.
-¡Segundo llamado, tren abordando!
Los nostálgicos pensamos que después de ese tren no vendrán más trenes, o si vienen no serán así, como ese tren en particular desde donde vimos aquel paisaje de montaña, aquellas vacas en la paz que parece otorgarles el pasto, droga quizás alucinógena que aboba a esos animalotes gordos y quedos. Los nostálgicos nos enclavamos en la lejanía de ese tren y, por supuesto, qué vamos a estar oyendo los altoparlantes.
-¡Ultimo llamado, tren en movimiento!
Los nostálgicos seguramente nos perdimos el tren. Pero a lo mejor éste también tenía asientos reconfortables recién forrados de terciopelo azul o rojo, qué más da. Quizás era el mismo tren, o uno mejor, uno donde María Callas en persona -revivida pues (quizás gracias a una buena doble)- canta Madame Butterfly, y no lo vimos, añorando el tren pasado de años y de historia.
Los nostálgicos mejor como que salimos corriendo, que aún hay chance de montarse. Aunque el tren sea de mentirita y como viene navidad pongan gaitas (unos buenos tapones para los oidos resultan grandes aliados).
Sudamos.
Se escuchan, a lo lejos, unas notas. Y hay un ligerísimo olor a menta.

II
Porque el problema con los nostálgicos es que seguimos atados a esa primera piedra con la que tropezamos. Y no. No todas las piedras se tropiezan, qué va. Las hay que se saltan, las hay que sirven de asiento tras la dura caminata, las hay que se prestan para ser vistas en su fortaleza de piedras, las hay que sirven para lanzarse con china. Hay piedras en el camino para todos los gustos. Las piedras dan para todo.
No podemos los nostálgicos comparar las piedras del hoy -siempre más vívidas- con las piedras del pasado. Además, si tropezamos, siempre caeremos en una posición diferente. Y eso ya es avance en el arte de tropezar piedras.

martes, diciembre 06, 2005

santo malandro


tengo a Ismael, el mandamás de los santos malandros, justo frente a mí. me mira con ojos pintados con cierta ternura infantil. son ojos tristes, como de drogado. era malo en sus tiempos, dicen unos, otros lo prefieren Robin Hood, dicen que robaba camiones de harina pan y las repartía entre su gente del Guarataro. Yo lo tengo en estampita desde hace un año, ahora también en yeso, pintado con témpera, con su cigarro, su pistola al cinto, su cuchillo en el bolsillo de atrás del pantalón. Ismael es el líder de los santos malandros, en quienes creen cada vez más venezolanos. Son tipos que fueron delincuentes en su época y que ahora están en el altar de los espiritistas, como parte del culto de María Lionza. Unos los buscan para que los protejan, otros los buscan para hacer el mal, aunque dicen que a ellos no les gusta hacer el mal porque ya hicieron bastante en vida y lo que quieren es reivindicarse. A mí me acompañan, simplemente, están ahí y me animan: Haz la tesis, haz la tesis, porque mi tesis es de malandros y ellos quieren entrar en la academia. Ismael, Isabelita (la niña rica metida a malandra), Petróleo Crudo, Ratón, Freddy...son miembros de una santidad que toma anís cartujo, una santidad más parecida a nosotros: a nuestra violencia del día a día, a nuestra cotidianidad que deja mucho de ser santificada.

Y a ver si me ayudan, que necesito un poco de su valentía, de sus garras. Mi valentía, que es mucha, creo que nunca es suficiente. Ahora está como frenada.

viernes, diciembre 02, 2005

el metro

Inicio de Evento 1 en la estación Chacao, anunciaron los altoparlantes. Un eufemismo de otro eufemismo: Un arrollado en la estación Chacao. En realidad todo ese regodeo quiere decir que alguien se tiró en el metro, alguien se quiso matar y lo vio fácil ante la velocidad del tren y la posibilidad de cerrar los ojos y olvidarse. Creo que todos odiaron al que se lanzó, lo odiamos, por elegir la muerte un miércoles a las 7:00 pm cuando uno llega tan cansado del trabajo o de la universidad. Sin embargo, yo siempre pienso en la historia de ése que tomó la decisión y me da un no sé qué estar pensando en que voy a llegar unos minutos tarde a mi casa y que me preocupe eso y me dé rabia eso más que esa vida ajena. Pero mientras pienso en esa vida ajena un momento ¿estaría solo o sola? ¿tendría hijos? ¿estaría sin trabajo?, sin embargo el que está a mi lado lo insulta, "coño de su madre", y se queja, "coño de su madre" porque sabe que llegará tan de noche a la estación que no podrá tomar camionetica hasta su casa.
Un arrollado en Chacao. Y se hace tarde. Y mis niños sin comer, esperándome para ir a cenar sushi por una celebración que tenemos porque pasó algo requetebueno que hay que celebrar. Los llamo. Espérenme.
15, 20 minutos.
Fin de evento 1 en estación Chacao. SUena un suspiro de alivio colectivo. Pero en seguida, sin oportunidad para el respiro, se oye el segundo llamado. Inicio de evento 1 en estación Sabana Grande. "Otro arrollado", se asombra alguien. Esta vez dicen que el evento 1 es un tren con fallas. El operador, por altavoz, repite varias veces que hay retardo en el servicio de trenes. Pronto cambiará el discurso por "fuerte retardo". Las personas se amuñuñan, nos amuñuñamos, en el único tren que permanece quieto en la estación, con las puertas abiertas, "entren que caben cien" (cien mil, dirán). Más gente amuñuñada y más repeticiones de fuerte retardo. Los cuerpos sudan, sudamos, contra los cuerpos de desconocidos. Oímos la conversación de cada ocupante del vagón. Una hermandad. No hay territorio. Todos contra todos. Todos con el mismo sentimiento. Con la misma arrechera. "Coño de su madre", esta vez dirigido al metro mismo, como si fuera un señor que nos frena. LLamo por celular a mis hijos, les digo que se olviden de la cena fuera, les cuento que estoy agotada, que si sigue la vaina me voy a desmayar. Alguien a mi lado me grita "no se desmaye, señora" y siento que todos se saben mi vida. Piden por altavoz desalojar el tren. Millones de personas poblamos la estación, somos tigres en espera de la presa: el próximo tren que llegará lleno seguro. Seres primitivos, en supervivencia para llegar a la casa. Algunos, débiles, optan por subir a la avenida y tomar las atestadas camionetas. Yo espero, me aseguro que soy de los fuertes de la especie, que lucharé por mi lugar. Llega el nuevo tren, hay golpes y porrazos entre quienes salen y entre quienes queremos entrar. Logro un puesto apretadísimo sin derecho a barra en la cual sostenerme. Otros prefieren quedarse en la estación, resignados se sientan, incluso se acuestan en el suelo. Una comunidad sumida en tragedia. Yo permanezco en el puesto de los privilegiados, estamos como sardinas en lata, sufrimos más en realidad, pero tenemos la primera prioridad para ser removidos del sitio. 15, 20, 40, 50 minutos -ya somos íntimos- después el tren emprende marcha. Hay quien aplaude. Alguien se felicita: resistimos, no cedimos a la tentación de las camioneticas atestadas, y ganamos. Llegamos a Sabana Grande. Nuevo desalojo. Todos salimos del tren. Se cierran las puertas. Pero vuelven a abrirse y con optimismo volvemos a entrar. De nuevo nos obligan a salir, algún dios disfrazado de funcionario reta la paciencia de unos caraqueños arrechos. Un experimento, quizás. Cuánto somos capaces de aguantar antes de asesinar a alguien. Un tipo grita: Esto es un saboteo. Varios hombres parecen querer armar un escándalo. Pienso en las elecciones. Pienso en el 4 de febrero. Un aumento de pasaje en Guarenas fue el detonante. Veo las caras fúricas. Esas ganas frustradas de todos ellos que recién cobraron y quieren quitarse los zapatos, tomarse una cerveza, ver la novela, degustar el bien merecido sexo. Creo que en cualquier momento puede pasar algo y, cobarde, subo (luego me enteraría que sí pasó algo: una bomba lacrimógena fue lanzada en una estación del oeste). Eso sí, me resisto a las camioneticas. Empiezo a caminar a las 8:30 de la noche por un boulevard de Sabana Grande que se desmantela. Los buhoneros también quieren descansar. Hay colas en los perrocalienteros. Muchos de los usuarios del Metro han subido a superficie a saciar el hambre. Pero la mayoría de esa masa camina hacia el este o hacia el oeste rápida y rítmicamente, hay caras hastiadas, nadie ve las vitrinas. Todos odiamos el Metro. Aunque al día siguiente, diablos, tengamos que volver a montarnos en el Metro.

periodismo y literatura, amantes

Mi madre lo esperaba todos los domingos con el periódico sobre la mesa. El siempre traía un libro diferente para mí. Una vez él trajo el segundo volumen de una edición de El Idiota de Dostoievski que tenía tres tomos. A la semana siguiente trajo el tercer libro, muy gastado por el tiempo. Después olvidó traer el primero o quizás enfermó, no sé. Siempre me quedó la intriga sobre el comienzo de esa historia. Así, como ese libro sin primera parte, es la literatura y así el periodismo: una pregunta que nunca se responde del todo. Una herida. Un universo que siempre se querrá descubrir.
Mi papá, ese señor que sólo venía los domingos, también se murió un domingo. Y me legó la literatura y el periodismo, sus dos entregas durante su estadía semanal de pocas horas. Y la intriga.
Me vinculé a la palabra desde siempre. No recuerdo otra forma de aprehender el mundo. Desde los diarios íntimos de la infancia y adolescencia, desde los estudios universitarios, desde los talleres literarios y los primeros cuentos, desde el apasionamiento teatral. Desde el periódico. Desde mis libros. Siempre he creído que no hay divorcio, literatura y periodismo son un matrimonio, más bien una pareja swinger: se aman, se desean, viven juntos, pero a la vez coquetean con otros, se permiten la incursión de terceros en un perverso juego que siempre los ata más. Están sellados, sin duda, cortados por una tijera de punta finísima, que si te descuidas te corta.
El periodismo ha sido un espacio para mi escritura. Me ha dado la oportunidad de plasmar el entorno desde la palabra, de meterle el dedo a la yaga de la ciudad, del país, de una ciudadanía que cada vez se hace más extensa. El periodismo me ha regalado en la vida real la mejor de las ficciones de carne y hueso.
Una vez compartí una noche con un niño de la calle que terminó golpeando desde su mirada dura y sus frases certeras toda la facilidad con que pasamos al lado del otro marcando distancia. Otra vez ingresé en el mundo de los mineros ilegales y bajo una mina hecha a punta de pala uno de esos hombres me confesó que en cualquier momento el techo se nos podía caer, porque era frágil, como él, como la vida. Un día estuve con las putas, más allá de los bajos fondos, con las putas de día, que dejan a los hijos en la escuela y se retocan en una oscuridad que impera aún a mediodía. En alguna oportunidad fui a buscar a una familia que nunca se enteró de la llegada del siglo XXI, una abuela sin piernas observaba cuatro paredes condenada a la cama eterna por la picada de un murciélago. También estuve en un hospital de noche, sin esperanzas de salvar una vida porque un periodista sobra cuando no hay gasas. Fui también a un refugio donde fueron colocados como trastos gente que alguna vez tuvo un hogar que se borró bajo un aguacero. Miré también un estado Vargas, hundido bajo un deslave en 1999, desahuciado, desde unas escuelas donde ya no se podía oler el mar. Todo lo escribí, para ser los ojos, la cabeza y también el corazón de un lector a veces muy ajeno. Los periodistas tenemos la suerte de entrar en lugares de la realidad que quizás no podríamos sin las puertas que da la profesión. Vemos entonces lo que no puede ser visto por todos y si pillamos el pulso literario, pues miraremos también doblemente comprometidos.
Hay una relación económica entre literatura y periodismo: se hacen préstamos. Pareciera que no hay límites, o si los hay, se cuelan, se meten por las rendijas. El periodismo me ha hecho ver la literatura que tiene la vida. Lo he visto en mis perfiles: el de un hombre que me mostró cuán femenina era su alma; el de un abogado que registró una embajada para recibir a los numerosos seres que alguna vez llegarán de otro planeta. La vida por momentos tiene más de ficción que la creación misma.
Creo que estos dos términos, literatura y periodismo, no son parientes, son –al menos en mí- amantes y hay que darles su luna de miel. Quiero reforzar mi estilo, mi creencia absoluta de que no es posible hacer buen periodismo de profundidad si no hay detrás la palabra de un escritor. Además, porque hay un libro de literatura de no ficción que ya comienza a armarse en mis angustias. Quizás allí pueda leer esa primera parte de El Idiota, y responda alguna que otra pregunta que me ronda. O quizás, lo que obtenga, como auténtica periodista, sean más preguntas.



(a ver, este texto lo escribí hace una semana y lo paso aquí para cumplir una promesa: si me salía algo -que me salió ¡bravoo!-) pues prometí que este texto lo publicaría en el blog. No sé si debería, el país como que se está cayendo o nos hacen creer que se está cayendo, yo debería estar escribiendo de eso. También quería escribir del metro, porque fui una de las miles de víctimas del caos del miércoles en la noche y eso hay que reseñarlo con apasionamiento, con arrechera y no con la objetividad periodística -yo estoy segura de que alguien estaba buscando que se armara un conflicto social ese día-. También quiero escribir que me hace mucha falta el club de los equivocados, todos ellos, porque sin sus comentarios pues al blog le falta una pierna. Vamos a ver qué tiempo tomo para escribir de estas cosas)

jueves, diciembre 01, 2005

votar o no votar: ya no hay dilema

Me quitaron el dilema, no tengo que pensarlo más. Quería votar, soy de los que se responsabilizan y asumen, pero la verdad es que no sabía por quién. Las caras en los afiches conocidas poco me entusiasmaban -algunas son francamente risibles- y las caras no conocidas me causaban desconfianza cierta porque no veo teorías bajo esos rostros sonrientes para la foto, desconfío sobre todo cuando pienso en el sueldo de los parlamentarios, en esas caras dormidas en su escaño o comiendo chigüí o jugando a la vieja en el celular.
Yo quería votar porque creo en las decisiones de la mayoría. Claro, puestas tan en duda las elecciones últimamente, ya no se sabe de qué es mayoría uno, creo que -como dijo Uslar Pietri alguna vez y el término se hizo de Real Academia- somos más bien mayoría de pendejos. El caso es que, no sé, me gustaba la ilusión de revolver entre el basurero y votar por alguien honesto. Alguien que fuera de la oposición y no estuviera alienado viendo monstruos verdes o alguien que fuera del gobierno pero que no tendiera alfombras, que fuera capaz de disentir, de criticar, de desmentir. Quisiera -en mi país utópico (y quizás de los equivocados)-una asamblea plural, donde estuviera reflejada la sociedad y sus voces, donde los miembros no pasaran semanas discutiendo cuál es el nuevo sueldo que se van a poner ellos mismos. Quisiera un diputado, por ejemplo, que luchara por una ley por el matrimonio gay, por ejemplo. Puro primer mundo. Un diputado que se resteara por un mayor presupuesto para la educación y la cultura y la ciencia y la salud. Un diputado que emprendiera una investigación seria contra la corrupción. Un asambleísta que pugnara por leyes que protejan a los excluidos. Un parlamentario que no permitiese de ningún modo -sobre mi cadáver, diría- que entre ni un artículo en ni una sola legislación contra la libertad de expresión, contra los derechos humanos, ni un artículo que permita abusos de poder ni discriminaciones de ninguna clase. Unos tipos que no se durmieran en sus mesas, pues, que no tomaran día y medio para almorzar, que no se bajaran una botella de whisky, que creyeran. Unos carajos echados palante. En realidad unos hombres y unas mujeres que hicieran su trabajo y que creyeran en él.
Pero me quedé sin votar, no porque se haya ido gran parte de la oposición, sino porque pienso que ahora no tengo opciones ni siquiera para el tin marín.
Saldré con los hijos al cine. Comeré cotufas. Me refugiaré en la ficción.
Y seré, a mi pesar, abstencionista y no podré quejarme después. Seré cómplice.

lunes, noviembre 28, 2005

el hombre más bello del planeta Tierra y sus alrededores

Se lo escribí hace días a una amiga. En realidad a dos. Sólo que a una le detallé más el asunto por email. Conocí, le dije, les dije, al hombre más bello del planeta Tierra y sus alrededores. A ver, aclaremos, porque una de mis amigas no entendió, no es que conocí al amor de mi vida, tampoco fue que me enamoré. Reconozco que siempre he amado a seres más terrenales y, en ocasiones, rastreros. Fue que vi al hombre más bello del planeta Tierra (y sus alrededores). Y por supuesto, me sentí mortal y ajena a su imponente presencia, a su dulcísima voz, a esa sencillez de quienes lo tienen todo y no andan presumiendo de ello, sino más bien parece que les diera como un poquito de pena ser tan perfectos, tan hechos a la medida de los dioses. Este, lo juro, caminaba flotando a unos 20 centímetros del suelo y sonreía franco y miraba de frente y escuchaba con interés las dos o tres anécdotas graciosas que pudo alcanzar a contarle esta tímida disfrazada de atrevida, pero a la que le quedaba tan bien el disfraz de atrevida. Quizás fue generoso, desde su altura y su aura de príncipe, bajar un rato de su altísimo palacio y conversar con la más oculta de las plebeyas. Quise ser, de nuevo, Uma Thurman o alguna diosa parecida, para oir de nuevo la calma que produce su voz apacible, sus palabras sin soberbia, incapaces de mirar por encima del hombro a la gente normal y corriente, como yo, esos que nacemos, nos reproducimos y morimos (y en el interín tenemos altibajos, perdemos la compostura, botamos el café sobre la blusa nueva, lloramos a moco tendido, lloramos de tanto reirnos, es decir, un clima demasiado variado, poco predecible por los meteorólogos). No me enamoré, que conste, ya he dicho que soy un caso patológico de atracción hacia lo equivocado. Sólo me hizo constatar que la ficción -ésa, la de los cuentos de hadas y que al menos yo me obligo a no creer aunque en el fondo crea- camina en estos días por las calles de Caracas, con camisa blanca y chaqueta negra y no doy más detalles aunque no creo que lea este blog (y qué importa si lo lee, supongo que si se descubre aquí sonreirá, desde su perfección y no se sentirá más o menos perfecto, más o menos superior). Eso me mostró él, que se puede ser perfecto sin ser superior, sin dañar, sin echar en cara. Tiene, dije, la seguridad de su armonía, de su integridad, de su vida de artista, del que no se exagera aunque está muy alto. El hombre más perfecto del mundo, con su sonrisa, su magia (sí) y su bella escritura-porque para más colmo escribe bien- existe. Si usted -dama o caballero- lo ha visto, seguro que pensará lo mismo que yo. Ese hombre existe para cuestionarnos, quizás, por qué casi siempre nos enamoramos tan mal.

miércoles, noviembre 23, 2005

El cargo vacante

Dejo mi cargo vacante. Mi cargo de torpe, basta de meter la pata e insistir en romperme el dedo gordo con la piedra, basta de insistir en tomar un tren que abre las puertas y te las cierra en la nariz y las vuelve a abrir como si nada. Mi cargo de tímida, ¿por qué el miedo de sentarme en un bar con una cerveza en la mano? Mi cargo de tiracoñazos, siempre soy la que le cubro las espaldas a los otros que quedan mejor que yo, la maluca, pues. Mi cargo de justiciera, que perdí -o se me rompió- mi capa de supermana. Mi cargo de invisible que nunca supe ocupar del todo -siempre descubro un tobillo-.
Regalo (nadie querrá comprar ¿o sí?) mi cargo de jugadora del segundo turno en este juego de locos (el tablero siempre obliga a los mismos pasos, el dado sólo tiene seis caras, las mismas siempre y no hay número 7). Boto a la basura (no se lo deseo a nadie) el cargo de triste. Encierro bajo siete llaves el cargo de monstrua (hay que dejarlo allí, hibernando, que uno nunca sabe cuando requiere ponerse de nuevo el disfraz).
Dejo vacante (sobre todo y es comprensible) mi cargo de amadora, ya basta de querer de un solo lado, o de querer a quien no valora la querencia, o de querer sin mirar a quien de veras me quiere -o a quien de veras quiero- o de no querer y seguir creyendo que quiero. O quizás el cargo que he tenido en estos tiempos tampoco es de amadora sino de estatua de mármol, objeto de exhibición a la distancia que otorga sin duda la piedra.
Dejo también otros cargos vacantes. Cargos de la vida, se entiende, que los cargos profesionales debo cargarlos a cuestas, recuerden que hay dos bocas que aún no han cumplido la mayoría de edad, bocas que aspiro acompañar hasta que lleguen al postdoctorado. Algunos amigos saben a qué cargos, a qué cargo en singular me refiero. Otros intuyen. Soy tan evidente. Otros me piden a gritos que deje ese cargo vacante, que quizás merezco un cargo mejor en una embajada en la estratósfera, o quizás merezco más bien andar sin cargo, andar de free lance de la existencia y aceptar contratos temporales, con todos los términos que dé, no la ley, sino la verdad de unos ojos que miren de frente.
Me quedo, por los momentos, con el cargo de atrevida, a ver si me atrevo, en realidad, a ser atrevida. Me quedo con el cargo de mamá, que me viene tan bien. El de desertora lo usé y lo tengo guardado en el bolso (junto con el cargo de rabiosa, junto con el cargo de indecisa, junto con el cargo de escondida) por si acaso me arrepiento, pues abrir el bolso, mirar adentro, respirar hondo y seguir pa'lante. Y bueno, aún es que quedan cargos por ahí a la espera de esta mala actriz en busca de parlamentos, escenografía, vestuario y público. Al menos hasta nuevo aviso y sin premuras.

lunes, noviembre 21, 2005

los desertores

mucho más auténticos que los escapistas, más realistas, más pragmáticos, pero por supuesto, menos artificiosos, menos mágicos, menos espectaculares, los desertores simplemente nos negamos a abordar el tren. ya basta de excusas. ya basta de tener que ir a alguna parte ¿quién ha dicho que es menester el boleto?, ¿quién no ha sentido que sobran las maletas?, ¿tiene poder de transformación el viaje?, ¿se alejan realmente los fantasmas del otro lado de la frontera?, además ¿quién dijo que quería de verdad-verdad ir a alguna parte?, ¿quién dijo que con quién?
los desertores ponemos fin. punto final. sanseacabó. coño, a veces nos cuesta y nos damos de cabezazos y rebotamos. pero de pronto decimos ya: no hay motivos para seguir viajando. vamos a ignorar al maquinista, al taquillero que insiste en vendernos el boleto, al gerente que pide desalojar el andén. no queremos parar el ferrocarril, que suban otros si quieren. sólo pedimos que se nos respete el derecho a desertar. a la rebelión misma. el derecho a mirar el techo. el derecho a entristecernos si queremos o a salir volando o a correr a esos brazos que quizás no se han abierto más por nuestra propia culpa, por ese mal hábito que tenemos que subir al tren en marcha, tirando coñazos a diestra y siniestra.
los desertores queremos detenernos simplemente, que nos dejen en paz, requerimos llorar nuestro desierto. hay que tocar su sequedad, y dejar de estar tomando trenes para no pisar tierra. hay que golpear el piso quebrado. se tropezará con piedras: sí (somos torpes), se resbalará con las propias lágrimas: también (somos tristes), se esconderá en el rinconcito: claro (somos tímidos), se nos ignorará entre el maremagnum de princesas: seguro (somos invisibles). pero nos enamoraremos con más locura que la vez anterior : evidentemente (somos amadores). por los momentos, vamos a quedarnos en paz. tenemos miedo -justicieros sí, héroes patrios, aún no-. ya suficiente riesgo es desertar. ya suficiente maratón es decir basta. hay que descansar, que hace calor en el desierto. ya habrá energía para seguir caminando. porque una cosa tenemos los desertores, saber que desertamos hoy -y desertamos desertamos, nos quedamos desnudos en el desierto- para no tener que desertar mañana que el día está tan bonito y quizás el tren ¿el mismo? ¿otro? nos convoque.

los escapistas

Viene el tren, les avisan. Y echan a correr, pero no como los demás, que vuelan hacia los vagones, tropezándose unos a otros, para tomar un asiento con ventanilla. Los escapistas emprenden la carrera hacia otro lado, bien lejos del ferrocarril y del destino que les espera dentro de él. Huyen, como dije, y el tren que no tolera desvaríos -los trenes están hechos para ser abordados- emprende una febril persecución para alcanzar al extraviado, a ése que se aleja con sudor y sin maletas. De pronto al tren se les hacen prescindibles los pasajeros que pagaron su pasaje y aguardan ansiosos y se empeña en asumir como único usuario a esa oveja descarriada. A veces la máquina alcanza al extraviado, la mayor parte de las veces no, otro mágico escape más del escapista, que ya quisiera aquel legendario ladrón Petróleo Crudo cuando se escabulló de la cárcel El Burro.
A los escapistas pueden amarrarles bien duro las manos, atarlos con esposas de perfil sadomasoquista, envolverlos en un saco enlazado por mil nudos, colocarlos luego en el baúl bajo siete llaves. Ellos saldrán y saldrán ilesos, y seguirán corriendo, que son como conejos, flexibles, rápidos, astutos.
A los escapistas pueden atarles, incluso, el corazón, habilmente sabrán salir de la trampa, que ellos saben que el amor es un eufemismo, un gran regalo envuelto en lazo rojo por fuera que suele contener amarras bajo el decorado.
Los escapistas hacen el amor sabiendo que probablemente no estén haciendo el amor sino el olvido.
Los escapistas andan equipados: alicates, destornilladores, cuchillos, tijeras, como herramientas para desarmar candados y desatar cuerdas; y también, porque son humanos, algodón y curitas, bien sabemos que quedan magulladuras, golpes, chichones, tras cada escape.
Quiero, lo sabe Mandrake el Mago, lo sabe el Mago Merlín, lo sabe Blakamán, lo sabe Silmariat -otro gran mago amigo-, ser escapista, pero escapista de mí misma, al menos por un día.

sábado, noviembre 19, 2005

el carro rojo

"Fuera Bush", decía el cartelito en el parabrisas. Y la muchacha adentro, preciosa, con su gorra roja, con una franela roja -igual a la de tantos- que promocionaba alguna de las misiones. Ella estaba adentro del carro, detenida. Esperaba que llegara el resto de la marcha, de la gran marcha que pasaba por la Francisco de Miranda, bajo jurisdicción de un municipio Chacao que se dejó de cacerolear. Supuestamente la manifestación era por la unión de los pueblos de de México y Venezuela, y en apoyo -por supuesto- a Chávez, pero también aparecía uno que otro afiche de Danilo Anderson y en uno de ellos Danilo como prócer junto a Bolívar, así que la nutrida movilización -estaba nutrida- también era por él, asesinado en un perverso atentado hace un año. Marcha multifacética, pues. Muchas franelas rojas caminaban enérgicas, casi todas de ese rojo de estreno. Muchas banderas de Venezuela, también de México, también de estreno. Algun cartelón con el eslogan más actual del gobierno "Rumbo al socialismo".
Vuelvo a ver a la muchacha, la del carro rojo. El carro descapotable, el carro último modelo. El carro marca gringa, como los que usan los actores de Hollywood, no poco menos. El carro rojo. "Rumbo al socialismo", reafirmo recordando el cartel. E imagino cómo será el socialismo para la muchacha que recién estrena su convertible. Me pregunto si sentirá la contradicción entre socialismo y el carrazo; si se sentirá socialista desde su gorra roja, allí sentada en el asiento de cuero, para acompañar el sudor del soberano de rojo que camina. No sé si esa muchacha odiará más o menos a Bush cuando tenga que importar los repuestos de la nave made in USA. ¿Será el socialismo, para ella, la franela roja para todos -ella, supongo, sobre un sostén francés- y el carrito convertible para uno? ¿Será el socialismo la dádiva para la mayoría y el exceso para los pocos? ¿será para ella, la misma miseria que condenamos del puntofijismo, solo que repartida para otros -también exclusivos-nuevos beneficiarios? ¿Será, qué se yo, el socialismo haber escogido el color del carro?
Yo, no lo puedo negar, creo en el socialismo de las oportunidades, creo en el socialismo comeflor del acceso sin fronteras a la salud, a la educación, a la vivienda... Pero éste de la muchacha parece más un socialismo VIP, un socialismo dale ahí algo a las masas (se ven lindísimas con las franelas rojas) y lo celebramos con un whiskicito 18 años y un viajecito a Nueva York.
No creo entonces -lo siento- en el "rumbo al socialismo" de la muchacha del carro rojo.

viernes, noviembre 18, 2005

los tristes

una vez escribí de los tristes, de los tristes con un porqué. pero éstos son otros tristes, injustificadamente tristes, es probable.

Viene el tren, les dicen. Pero se quedan anonadados, mirando a la nada, qué desgraciados ellos que no ven pasar el tren. El vigilante del andén insiste, les toca el hombro. Ey, que viene. Se quedan viendo el techo, o el cielo que ellos mismo han techado. Qué mala suerte la que tienen, comprar un boleto para perderlo, con lo caro que cuesta. Un funcionario les alerta: Ya se detuvo, es su tren, aguarda poco en la estación. Pero ellos se detienen en esa hendidura, allá en la pared (pasa una fila de hormigas). Los arquitectos han hecho mal ese andén: tiene arrugas. Suena un pito. Dos. El gerente se para enfrente, da dos palmadas para llamar la atención: Es el último llamado, no devolvemos el dinero y no vendrá otro más. Es el último tren hacia ninguna parte. Siempre ninguna parte será mejor que aquí, en la nada con arrugas, sin embargo, ahora no hay más camino que el de las hormigas, una tras otra, consagradas a la tarea que les encomendó su especie. Qué irresponsabilidad de servicio, el tren no llega, en cambio las hormigas siempre saben su destino, siempre hay una hormiga delante a la cual seguir, quién fuera hormiga, una más, sin nombre. El tren se fue, le ha advertido la señora que limpia, debe desalojar la estación. Cae una lágrima, por supuesto, siempre sobra llanto en ellos, derrochadores. El tren, quizás, era una esperanza. Al menos, haberlo visto hubiese sido una bonita historia, la gente saludando en las ventanillas, un reencuentro, alguna cara conocida, otra por conocer. Ya ni siquiera queda constancia del viaje por hacer. Es mejor romper el inútil billete. La maleta es más afortunada, vuela en un tren al que le salieron alas. Ah ¿se fue el tren? ¿se fue? También las hormigas han hallado refugio en la hendidura. Las arrugas tienen razón de ser en la pared. Arquitectos ecologistas. Hace frío.
Los tristes, coño, los tristes se bañan en sus lágrimas. A los tristes se les escapan los trenes y también las manos abiertas, las tardes de café, la luna redonda en el mirador. Los tristes no ven sino su tristeza en la baranda del décimo piso desafiando un equilibrio que no tiene. Los tristes se ahogan en el vaso sin agua. Los tristes tampoco es que tienen muchas figuras literarias esta noche. Demasiadas hormigas en las arrugas de la imaginación. A los tristes les pasa eso, se agotan de ellos mismos, se anudan, patean su existencia. Y el tren se va, sin duda. No aprenden de las hormigas: caminar hacia adelante sin dudarlo, sin desviarse en el color del techo, escuchar la bocina del tren en movimiento, porque aún hay chance de correr tras él.
Los tristes se niegan a la primera persona. Los tristes prefieren la tercera como para que no sepan que están tristes.

miércoles, noviembre 16, 2005

el niño de la playa

no fuimos a esa playa bellísima que se va en lancha, fuimos a otra, más cerca de la carretera, temíamos una tormenta y, previsivas, preferimos estar más cerca de tierra firme.
nada más nos instalamos en el toldito violeta se nos acercó él. era un muchacho moreno, de lindo rostro. al principio no dijo su nombre. sólo se bañaba muy cerca de nosotras y a veces tocaba la colchoneta amarilla y medio desinflada que nos habíamos llevado para jugar en el mar. poco a poco se fue involucrando. me mecía a mí o a mi hija en la colchoneta. hablaba. hablaba mucho.
dijo que se llamaba Gabriel y tenía 14 años, aunque parecía de menos. pero eso lo dijo después. primero explicó, sin que nadie le preguntara, que estaba tan flaco porque su papá era flaco. le pregunté si estaba solo en la playa, dijo que sí, que sus papás lo dejaban andar solo. luego me preguntó ¿por qué alguien tiene guardaespaldas? yo le dije que no sabía, que yo no tenía guardaespaldas, por ejemplo. y él conto que su papá tenía dos guardaespaldas y que era militar. y siguió contando que era de Valencia y que había alquilado un autobús de dos pisos "que no se paró en ningún momento en la carretera" para llevarlo a esa ciudad de playa, donde ahora vivían. yo me mudo mucho, relató, y también dijo -comiéndose las eses y permutando erres por eles- que estudiaba 4to año de bachillerato y que era el mejor alumno del liceo. decía y decía, en un decir que iba con fluidez de una relativa realidad a una simpatiquísima fantasía.
fue entrando en confianza él solo. hicimos un castillo de arena, y de pronto empezó a enterrarme un pie, la pierna izquierda entera. "No va a salir nunca", decía con cierto tonito de hombre poderoso y me seguía echando arena. sin embargo, no pudo con sus cálculos, de un tirón salí de la prisión de arena y corrí a bañarme a la playa. me pidió "tóqueme la cara, está caliente del sol", y se la toqué. me pidió "tóqueme la espalda", como quien pide un cariñito que no le corresponde. luego nos llevó a mi hija y a mí en la colchoneta, él era el chofer de esa barca que se desinflaba cada vez más, se reía haciéndonos caer, se reía riéndose él.
supo que no comeriamos en la playa. dijo entonces como quien no quiere decir: "mi papá no me dejó dinero y tengo hambre". lo dijo sutil y orgulloso, sin pedir, pero queriendo que le diera. le dije que le compraría unos perros calientes cuando abriera la tienda y se puso contento y siguió jugando como si nada, cariñoso, educado y atento conmigo y con mi hija. "ella no tiene sus ojos", dijo en un momento, "pero las dos sí tienen esa nariz finitica". un galán. sentí por un segundo que jugaba a que éramos su familia, una mamá y una hermana por un ratico. había en ese interín cierta dependencia afectiva, cierta necesidad de estar, de apersonarse del momento, del aquí y del ahora, de nosotras. durante un ratico se fue a jugar futbol con otros niños que recién habían llegado con un papá, pero estaba pendiente, volvía con nosotras, me pedía otra vez que le tocara las mejillas calientes.
de pronto lo llamé, le di el dinero y se compró la comida. nosotras nos bañábamos mientras, abrazadas y gozando del agua, par de pecesitas. no volvió a meterse al mar. no volvió a acompañarnos. siguió jugando futbol con aquellos niños cuyo papá tenía una gavera llena de refrescos y sandwiches. ese papá, esta vez había sólo un papá, estaba empeñado en enseñar al bebé más chiquito a patear la pelota y él se metía y ayudaba, como un hijo más.
adoptó Gabriel una familia nueva. temporal pero novísima. pasó de la familia de la colchoneta amarilla, a la familia del balón de fútbol. veamos que el muchacho tiene capacidad de trasmutarse. veamos que su vida no tiene nada de monótona, pues.
nos fuimos, no nos vio, no quisimos molestarlo en esa su nueva vida. nosotras éramos ya su pasado.
quizás nosotras pasamos, junto a su papá de guardaespaldas y autobús de dos pisos, a la galería de historias que contar.
quizás el amor es así.

domingo, noviembre 13, 2005

los monstruos (yo hoy, por ejemplo)

los monstruos (los no sagrados) paramos el tren a los golpes (tomamos prestada para ello -nos robamos, más bien- la faceta tiracoñazos), no importa, aunque el tren en el brusco frenazo que le obligamos a hacer, nos atropelle, aunque nos deje vueltos nada, un sangrero en medio de la vía. lo paramos y después no sabemos para qué, lo dejamos detenido, con la gente protestando adentro, porque llegan con retraso al trabajo, al primer día de clases o a conocer a esa persona amada que quizás no espere en la próxima estación y se devuelva harta de aguardar a nadie.
los monstruos somos una mierda.
¿será que dejamos de creer en el amor los monstruos? ¿o es que en quien no creemos es en el ser humano? ¿o probablemente no confiamos en nosotros, nos hemos ido desgastando en nuestra faceta de amadores, de atrevidos, de justicieros de lo imposible y nos volvemos desalmados, nos salen pelos verdes, bufamos?
los monstruos, de verdaíta, valemos poco. no, no somos de confiar. nos pegamos con chicle a otros monstruos. pisoteamos ángeles y arcángeles y santas patronas. en realidad nos pasamos por el forro todo el santoral.
¿estamos tranquilos con nuestra conciencia los monstruos? o acaso ¿tenemos conciencia?
eso sí, no nos disfrazamos de ovejas. no prometemos protagonizar una novela con gran audiencia y capítulo final con the end. somos contradictorios y coñitos de madre y celosos y egoistas; los bichos malos de la película, pues. lo reconocemos sin tapujos. somos monstruos-monstruos y agarramos arrechera y vamos patras y palante.
claro, que los monstruos casi todos -por lo menos los monstruos-monstruos, los que lo asumimos, los que no andamos con hipocresías- creíamos en el amor en negritas. pero nos arrancaron las uñas una a una -y los ojos- y nos quedó ese vértigo, ese miedo a las alturas y la rabia como respuesta inmediata.
no podemos -no sabemos- competir con la bondad. menos aún con la supuesta bondad. con la bondad que se cree buena porque sí, y con derechos por ser buena y que nos disfraza de monstruos sin haberlo sido y nos deja así en la historia: monstruos de pezuñas, gruñidos y veneno por dentro.

los monstruos no fuimos monstruos (seguro), por eso casi todos lo terminamos siendo. algunos obligados. otros -finalmente-con gustico.

miércoles, noviembre 09, 2005

El regalo más hermoso del mundo

Es verdad, V. me regaló ayer unos girasoles tan grandes y tan alegres que despiertan todo el sopor que a veces se siente en la oficina -siempre ajetreada, pero siempre tan necesitada de inyecciones de café (no nos drogamos por estos lares)-. Es verdad, F. me regaló unos zarcillos de madera que me hacen ver gitana, y hasta bailo con ellos, yo que no bailo. Es verdad, mi hija me regaló un hermoso poema (y esto es clase aparte, no se mide con ninguna vara, es preciosa, mi amor). Es verdad, mi hijo me despertó con una felicitación (también clase aparte, también mi gran amor). Es verdad, mis compañeros de trabajo me picaron una torta (aunque yo no quería, esa cantadera en medio de la oficina, entre gente que anda por ahí, que no te quiere ver ni en pintura, pero que muere por un pedazo de torta). Es verdad, N. -en sus intentos de estar ahí- me lanzó en una tienda del Sambil a comprarme ropita linda sin límite de crédito (aunque yo, sencilla y modesta, no abusé).
Pero el regalo más lindo de este año me lo dio un preciosísimo joven bloguero: Luis Carlos. Ayer se me acercó, nos abrazamos (primera vez, aunque nos habíamos visto por esa casa que vence las sombras que tenemos en común) y me dio el CD: TVMaga. Una hermosa selección hecha por él de muchísimas cosas que él sabe (por lo que he escrito) o que él intuye -y con toda razón- que me gustan. No he podido verlo todo, pero les comento que hay textos de Cortázar en su propia voz, música de Sabina, relatos, textos en su voz o música de Benedetti, Galeano, Gelman, Fontanarrosa, Poniatowska, Groucho Marx, Gurrufío, Lanato, Dolina, Pescetti, Pinti...entre otros, algunos de los últimos, por cierto no los conocía, pero estoy abierta a las nuevas experiencias. Ah, y 31 minutos, ese programa de tv chileno que nos encanta a mis hijos y a mí y donde debería estar yo trabajando, vacilándome el humor de los carajitos.

Este es el texto que acompaña el bello regalo:
"No alcanzan los agradecimientos, por eso intento recoger un baúl de regalos para vos y dejártelos en este disquillo plano que gira en tu ordenador. Que te acompañe cuando quieras que algunas palabras te acaricien el oído o se hagan sitio en tu montura (Serrat dixit).A ver: te he dejado más o menos ordenadas en las carpetas de los culpables, una serie de audios, videos y algunas lecturas. Unos serán de viejos amigos, otros merecerán serlo. Sólo eso, te regalo una colección de momentos. Espero que cada uno logre ser una aventura.De un lector, de un amigo.
Feliz cumpleaños, aprendiz de maga.
LuisCarlos
noviembre, 2005"


Gracias, Luis Carlos, me parece todo lindísimo. No te imaginas cuánto me animó tu regalo. Se lo dije a F., nuestra alta pana en común. Ah, ahora yo te debo un libro.

lunes, noviembre 07, 2005

los justicieros de lo imposible

(para Greeny, a quien le gusta esta serie de perfiles -equivocados todos ellos-)

si los amadores -esos otros amadores, esos amadores ajenos que lloran por los rincones de todas las calles del mundo- a veces contemplativos y torpes se quedan babeados mirando el tren que se va irremediablemente, los justicieros de lo imposible estamos allí preparadísimos para llevarlos en brazos -pesan- y para montarlos en el vagón que nunca creímos alcanzar -nos prendemos el motor del culito, abrimos las alas y aumentamos la velocidad-. tomamos ese amor del otro como si fuera nuestro y con respiración boca a boca le damos intensidad a la trama donde nunca besamos al coprotagonista. dejamos la escena The End y nos vamos a la arepera más cercana a tomarnos una cocada y a ver las noticias ésas en las que hablan de ese héroe anónimo que ya no sabemos si somos nosotros.
somos héroes anónimos, sí, no aparecemos en los créditos de la película. coherentes con nuestra negación de protagonismo.
y si los invisibles se esconden tras la puerta jugando al escondite con alguien que hace rato se fue para otra parte y los dejó absurdos ansiando un descubrimiento que nunca se iba a dar, los justicieros de lo imposible los sacamos a la luz pública, con aplausos, bambalinas y como premio sorpresa les pagamos para su disfrute -con otro- una habitación con jacuzzi en un hotel cinco estrellas. la invisibilidad ajena se borrará y el invisible sera visible en su sonrisa -en pelotas, bajo la espumita-.
héroes sí, y anónimos, invisibles nosotros jamás (pedimos la habitación de al lado, que nos encanta un jacuzzi)
si los tiracoñazos andan, por supuesto, cayéndose a coñazos como con cuatrocientos cintas negras (y ganan, los coño de madres, porque los tiracoñazos están de suerte casi siempre porque tienen dientes y gruñidos), los justicieros de lo imposible nos sentamos a reconciliar las partes que terminan todos tan amigos, tiracoñazos y coñaceados tomando cerveza y odiando todos juntos -por fin de acuerdo- a ese justiciero tan metiche.
héroes sí, y anónimos, pero de un incomprendidos los justicieros.
si los atrevidos se lanzan al vacío en busca de esa rosa que nadie les lanzó (pero una rosa es una rosa es una rosa y tiene el olor a ella), los justicieros de lo imposible estamos abajo para recogerlos -a veces nos aplastan, atrevidos pasados de peso-; si los tímidos no hablan, los justicieros de lo imposible somos ventrílocuos, marioneteros, titiriteros que movemos pies de manos de otros, avivándolos si les falta cuerpo, espabilándolos si les falta alma; si los torpes ya se han tropezado tantas veces con la misma piedra que ya no sólo sangra la rodilla, sino la piedra, el camino, el planeta, estamos allí con nuestro equipito de primeros auxilios y el sana-sana-colita de rana y un helado de chocolate con lluvia de chocolate y mimos (para la piedra) y la ambulancia y una canción para dormir (sí, tenemos nuestro raptus de cursilería los justicieros).
los justicieros de lo imposible asumimos la causa del otro como nuestra y nos lanzamos a la guerra, que inevitablemente ganamos para los otros. nos encanta que la gente esté feliz, tan feliz que no se acuerde del justiciero de lo imposible que hizo posible la felicidad (no, no hay propina). nos gusta el bajo perfil. ¿saben? cuestión de privacidad. nada de autógrafos. los justicieros de lo imposible no queremos que nos reconozcan. por eso están los que cargan máscaras, o capas, o disfraces, o nocturnidad como camuflaje. o una falsa identidad, como esta justiciera. por eso nadie nos reconoce.
aunque a veces sí.

Se busca a NICOTINE (sin nicotina, por favor)

Ha desaparecido de esta casa de putas sin putas (se declararon en huelga)
NICOTINE
Ofrezco recompensa al que lo encuentre(unas cervezas en mi tasquita vecina para los que toman, un "mus" de guanábana en la danubio para los, como yo, zanahorias). Preferiblemente lo quiero vivo, sonriente, irónico, coñito de madre y tan buen amigo como lo ha sido siempre. Ah, y no se aceptan cigarrillos, que ésta es el área de no fumadores del burdel venido a menos -como todo burdel que se precie de serlo-.
(Claro, me lo tendré que calar echón, quién le aguanta el ego después de esta oferta pública por su cabeza)

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¡GRACIAS! A todos los que me felicitaron por mis 41 años bien vividos. Gracias a los que conozco y también a los que no, pero que también conozco.
A mis amigos blogueros:
Gracias Compadre (no mío, pero asumido) y primer lector, Birdy, SIlmariat el ángel, Rabineb (qué casualidad que me viste, me hubiera gustado que me saludaras y me dijeras "aquí estoy"), Alvaro con quien me gustaría conversar horas sobre periodismo, Carmelo -"mi" Carmelo-, Fedosy (triplemente suertudo), Martha -incondicional y dale con querer quitarme mi nombre de batalla-, Rom desde las estrellas, Nicotine -perdido en Caracas, a veces gigante, demasiado lejos de mí-.
Gracias Greeny, Nostalgia, Marianne, Luis Carlos (¿nos vemos mañana en la mañana?), Color Dorado (visítame), Rodolfo -te sale cervecita-, Edén (porque también soy mono en el jueguito ese que tienes en tu blog, aunque en realidad soy dragón dragón y luciérnaga), Metalhen, ee, protheus, Lunita, Unocontodo, Iria.
Gracias Cari -¿y entonces no me vas a ver más nunca?-, Troka, Ronald, Caporal, Saa Vicenzo, Reidentort (sí, sé reir), Kira.
Espero que no me falte nadie, que soy mala para las listas.
Y gracias a mis amigos del trabajo, a los del colegio, a los del camino. Gracias a él, N., a pesar de todo, por sus intentos de estar de nuevo en mis 41. Gracias a mi mamá, aunque se puso a llorar cuando me vio el sábado. Gracias a mis hijos, pendientes de cuidar a su mami.

domingo, noviembre 06, 2005

Ayer (con Fito)

Claro. Por supuesto que me cantó a mí, aunque yo estuviese botadísima en casi la última fila y en el extremo izquierdo de balcón. El sabía que yo cumplía años y por eso me cantó, como para competir con Sabina y que lo quisiera más que a él. Casi lo logró. Lo que pasa es que soy tantito fiel con mis pasiones y claro que no las sustituyo, más bien, coloco otro Dios en mi altar para prenderle una velita.
El día todo fue bellísimo. Mi hijo me levantó temprano con un beso. Mi hija me dio un poema de dragones (los dragones fueron los que escribieron el poema, que conste). Como a las 7 am me llamó Silmariat, uno de mis ángeles virtuales que hacen vida en Europa. Luego mis hijos y yo fuimos a comprar torta y pasapalos en la Danubio. Compramos una torta de frutas pequeñita para picarla en la mañana con mi mamá, la otra -de fresas- nos la llevamos a casa. Compré cervezas. Luego sabría que compré pocas. Había más pasapalos que palos.
En la tarde llovió. Por supuesto, tenía que llover. Siempre llueve en mi historia. Vi una peliculita española medio medio. Me bañé. Me puse la blusita blanca y los bluyines, zapatos de goma para bailar y también para sortear los charcos que siempre quedan en una Caracas no dispuesta para la lluvia.
El concierto de Fito Páez fue fantástico (lo que sí fue malo fue el dj del principio). Se entregó al público, lo dio todo, se le notaba el disfrute, la complicidad con sus músicos, el don de dirección, se le notaba el genio, el talento, la autenticidad, la intensidad de una vida no sólo vivida sino amada. Con razón había un muchacho arrodillado en la primera fila, como quien adora a un santo. Con razón las chicas se quitaron los sostenes (no entendí cuando lo pediste -seguro me lo estabas pidiendo- porque también me lo hubiera quitado...el sostén, las pantaleticas). Creo que toda el Aula Magna ya estaba emocionalmente en cueros ante la desnudez de alma de Fito. Con razón un par de amigas mías sueñan con envolverse en un paquete con un lacito y ser enviadas por DHL a la habitación de su hotel. Con razón él dice que probablemente ha dejado varios hijos en Caracas. Quisiera ser una cierta voluptuosa y espectacular actriz que se le acercó -me dijeron- en la rueda de prensa y le dijo algo en el oído. Quisiera. Pero no soy.
El último disco "Naturaleza Sangre" es completamente bueno. Cantó casi todas las canciones: Naturaleza Sangre (buenísima, intensa), Urgente Amar, Ojos Rojos, Bello Abril (bella, bella), Música para Camaleones, Los restos de nuestro amor (uf), Nuevo, Insoportable, el Centro de tu corazón, y algunas más. No son sólo las letras, es la música toda. Es también él y su cabellera.
Fito también cantó los clásicos, qué se yo, "Mariposa Tecnicolor" (la cantó al final, un amigo mío iba a morir si no la cantaba), "Llueve sobre Mojado" (me volví como loca). Lástima que no cantó la del suicidio del último disco que es, sin paradojas, "para morirse": 139 Lexatins.
Después vinieron mis amigos del trabajo a casa. Mi hija me puso un cartel en la puerta: Feliz cumpleaños, mamá. Mi hijo había arreglado la mesa. F. una amiga de 21 años que es, como el poema de Maiakovski que siempre reservé para describirme a mí misma, pero que le calza: "soy todo corazón que palpita en todas partes". Estaba M, mi amiga más cercana, "mi amiga gemela". como dijo ella alguna vez. Esta Y. mi jefa y amiga de tantos años. Estaba J. mi buen compinche. Estaban N., M., C., O., todos tan jóvenes (les llevo exactamente 20 años) y tan chéveres, me hacen sentir quinceañera. No alcanzaron las cervezas. Mi hijo después me preguntó si todas mis amigas eran pavitas. Bueno, casi todas (y las que no son pavitas, lo son en realidad). Nicotine y el compadre me embarcaron. Se perdieron ver a las pavitas. La reunión terminó a las 2 am de hoy. Hablamos de Fito, de Fito y de Fito. A mi hija le sorprendió la hora, aunque ella pasó el tiempo jugando con una amiguita (N. hija de M.) que es como ella: un hada hecha niña. Es que somos gallos en esta casa, nos acostamos antes de las 12 siempre, por eso la hora era un poco rara, los vecinos deben haberse sorprendido de la bulla, aunque nadie dijo nada.
Estuve muy feliz. Gracias a mis amigos. Y gracias a Fito. El sabe que me estaba cantando a mí. Y Sabina no es celoso.
Ah, y por supuesto, no puedo dejar de decirlo. Gracias a todos, a todos los que me escribieron por el blog o por el email (cada uno se merece un detallito, pero mi hijo me está velando la computadora). Por ejemplo, Rodolfo se me acercó después del concierto, me dijo feliz cumpleaños, me abrazó y me dejó un poco perpleja. Aunque él dice en su blog que me reconoció por los ojos y porque me ha visto antes en ruedas de prensa, aún el encuentro me suena mágico.
Siento tantos vínculos especiales de amistad por esta vía, vínculos de verdad tan auténticos, que cuando en estos días me dijeron que están previendo que en 15 años Internet será capaz de transmitir sentimientos y sensaciones, yo pienso que quizás nosotros nos adelantamos, porque aquí, de verdad se genera BUENA VIBRA. Aquí HABITAMOS LOS BUENOS. Como en mi casa anoche, como en el concierto ayer.

viernes, noviembre 04, 2005

Mañana

Mañana es mi cumpleaños. Nací el 5 de noviembre de 1964, a las 7:45 am en la Policlínica Las Mercedes de Caracas. Mi mamá tenía 45 años, mi papá 64, siempre fueron una especie de abuelos. Mi mamá me tuvo de parto natural. Creo que pesé 3 kilos y medio, si mal no recuerdo de lo que me ha dicho mi madre; creo que medí 54 centímetros, pero no estoy segura, ahora mido 1,67 , puede ser. Cumplo 41 años. Cuarenta y uno. Ya entro de lleno en la década de los 40. Despido inevitablemente los treinta y pico que no me invento, aunque muchos crean que tengo treinta y pico con estos zapatos de goma y este pelo largo y despeinado.
Mañana lo celebro con mi mamá y mis hijos en la mañana, con mis hijos en la tarde, y en la noche tengo el concierto de Fito Páez e invito luego a mis amigos a casa -cervecitas y cuentos de aquí y de allá y risas y solidaridad-. Me pondré esa camisita blanca hindú, sin mangas, que es sensual y dulce, pero compensaré el toque de distinción con unos bluyines viejos. Me gustaría que vinieran también todos los del club de los equivocados -todos ustedes- pero la mayoría está tan lejos (algunos de mis principales ángeles virtuales -ellos saben quienes son- corretean por Europa con su esencia latinoamericana intocable).
Me gustaría un abrazo del gigante de Big Fish, pero todos sabemos que es un personaje de ficción, que no puede abrazarme hasta abarcarme toda. Sólo el gigante de Big Fish, cientos de metros más alto que yo, es capaz -en estos momentos- de apretujarme y decirme que estoy viva. Pero ya dije que no existe o al menos se desterró al reino de lo imposible.

martes, noviembre 01, 2005

los amadores -no precisamente amantes o amados, pero ojalá-

a Fito, aunque no es mi cantante-amado, pero no sé, se lo dedico porque voy a ir a verlo en el concierto este sábado, día de mi cumpleaños

Los amadores amamos, inevitablemente. Que nos amen es otra historia, que bien vale ser contada en otro blog -que no éste-. No sé si esperamos el tren o si lo abordamos sin previo aviso -incluso ambos items se valen- sé que el ferrocarril nos sonará siempre a misión imposible y lo veremos perfecto y grande y dios y nosotros tan pequeños y mortales -que no morales-.
Los amadores amamos y nuestro amor arropa tanto el mundo que el amor que nos viene de vuelta (porque en ocasiones nos viene) a veces ni se ve, se transparenta, se arruga, se disminuye, baja la cabeza, o queda reducido al papel de coprotagonista, a un simple segundo plano, o a ser un extra que simula tomar un vino muy atrás en el bar mientras la cámara toma primer plano a nuestro amor protagónico, protagonista, primera figura, dama joven de la película que filmamos y que a veces sólo nosotros vemos.
Los amadores, en fin, como caníbales tragamos el amor del otro, lo masticamos bien, hacemos la digestión, mientras nuestro amor se exhibe lujurioso como un plato de lujo en la mesa. Los amadores desbordamos, el vaso rebasa y el amor empieza a empapar manos, brazos, mangas. El amor se riega por la mesa y mancha toda la sala y hasta hay que tomar una pala y recogerlo. Amor en el basurero, tuteándose con las cortezas de papas y mirando con ternura, seguramente, a algún cartón de leche solitario sin el niño que lo tomaba a escondidas con el pico en la boca.
El amor de los amadores es renovable, sobra, se regala entonces, pierde valor en el mercado amatorio, de tanto que hay, pues, se deprecia por sobreproducción, debe incinerarse para que no rompa el ecosistema, incluso porque empieza a reproducirse como mala hierba y a cubrir hectáreas destinadas a otros productos menos perecederos y con mayor valor por gramo.
Los amadores pedimos que nos inyecten y nos saquen el amor por un tubito, que nos inunda, que andamos con sobredosis amatoria, y donamos el amor en los hospitales y nos paramos en la entrada del metro y en vez de pedir una limosna andamos con restos de amor para repartir entre los desasistidos, los que vienen uniformados de la oficina, a los que les sobra cama en el cuarto o jugo de naranja en la nevera.
Y en ese pantanal de amor, pues se revuelca el amor ajeno y no se ve, barnizado por este nuestro amor inmenso de amadores que mejor no les cuento la historia cuando somos amantes o cuando somos amados, porque por sobre todas las cosas somos amadores, los que amamos sin remedio.
Ni mucho menos les contaré qué pasa cuando un amador se encuentra con otro amador (¿sucede o se chocan como dos polos positivos -mejor dicho, negativos-?). Creo que de allí, del amor de dos amadores, es que probablemente se originan los relámpagos. Y hasta dice una leyenda que los huracanes (pero sólo los que llegan a categoría 5).



(ah, estoy con mucho trabajo por eso no escribo tanto. Pero al menos en estos días voy a poder hacer dos reportajes buenos, por fin. Bueno, no sé si buenos, intentaré -contra el tiempo- que sean buenos)

jueves, octubre 27, 2005

los tiracoñazos (pura práctica -y siempre terminamos arrepentidísimos porque a veces nos pasamos de la raya-)

No es que aguardamos tranquilitos el tren como la gente normal y corriente (eso, leer el periódico, tomarse un café, asumir la espera con calma y paciencia, humano civilizado y correcto que mira el reloj y no se exalta), pero es que tampoco compramos el boleto para ninguna parte y, aunque en realidad pensamos abordar sin pasaje en mano -ni pasaporte, ni visa- no toleramos que el taquillero nos diga que no hay puesto, y protestamos si el servicio llega algunos minutos retrasado. Somos de los que abordamos el vagón a juro y nos ponemos bravos, además, si el acomodador nos obliga a levantarnos porque no es nuestro puesto sino el de esa señora de respetable presencia. Pero no es sólo eso (eso, en realidad, es lo de menos). Es más aún. Si el tren -de lo lleno- no se detiene e intenta pasar de largo, pues con nuestros poderes de Hulk el Increíble, que no sabemos de dónde sacamos -menos aún cuando hemos "enflacado" tanto, como nos dice cierta hada- detenemos la poderosa máquina, que hace chirriar con el frenazo. Y no sólo nos montamos nosotros -carajo, somos descarados, mas no egoistas-, sino que auxiliamos a todos los pasajeros a punto de quedarse varados y les conseguimos puesto arrimando con el culito a los que pretenden quedarse sentadotes y cómodos, ajenos al peso de la edad de las viejitas y de las crías de las embarazadas.
Somos los tiracoñazos, los que nos enfrentamos al mundo con demasiado en contra y nos peleamos con las piedras del camino, porque por Dios, debería haber autoridades que asfaltaran la vía. Los tiracoñazos no toleramos que otros se tropiecen con piedras que alguien dejó regadas en el camino, bien por negligencia o bien por rabia. Los tiracoñazos no es que nos quedamos quietecitos mientras el funcionario hace el registro de las piedras, no más por conocer el inventario y registrar las caídas y sacar la raíz cuadrada del promedio de tropiezos por roca. Los tiracoñazos declaramos huelga de hambre en la vía y les hacemos tragar las piedras a los inútiles. Y con nuestra rabia -a veces dolorosa rabia- seguramente el camino será más ligero para los otros porque probablemente nunca más transitemos esa vía.
Claro, a veces nos pasamos de la raya los tiracoñazos. En la playa, por ejemplo, condenamos las prácticas bárbaras de la pelotica de goma sobre nuestras cabezas o de la música tuquitituqui invadiendo el sonido de las olas. Entonces armamos nuestra pequeña revolución libertadora por el derecho a la paz en la arena y voceamos por el derecho ciudadano a oir el aleteo del mar. Y peleamos con quienes se creen con la propiedad de perturbar la tranquilidad ajena. Pero después les dejamos la playa tranquilita y limpia de abusos al montón de tiracoñazos pasivos que siempre esperan que alguien como uno dé el primer y único golpe. Nos darán la razón, probablemente bajo cuerda con un "estuvo bien esa" o con una simple -y para nada comprometedora- mirada cómplice, porque con nuestra acción de quijote a destiempo disfrutarán de la playa que dejamos para ellos purísima, mientras nos dedicamos a desterrar latas del agua y animar a los peces a armar su verdadera fiesta.
Los tiracoñazos somos buenísimos, en serio. Esperamos que el semáforo esté en verde. Nos rebelamos ante el desamor y los despropósitos. Nos exaltamos ante el abuso y la injusticia. Y, sobre todo, somos los grandes defensores de la vida, porque hay que vivirla, dando traspiés -lo entendemos-, pero evitando que otros te provoquen -y se provoquen a sí mismos- las caídas.

lunes, octubre 24, 2005

los atrevidos (pura teoría -por ahora-)

este post es para mí, tan atrevida y no me atrevo ahora que necesito más que nunca atreverme, y no me atrevo quizás por temor al abismo que acompaña cada atrevimiento (pero claro que me voy a atrever, cómo no)...pero sobre todo este post es para esa amiga bloguera que está luchando entre el miedo y la valentía que acompañan al atreverse o al intentar atreverse.

Si los torpes esperamos el tren en un andén clausurado por el Seniat, si los tímidos buscamos un refugio en el subsuelo para no oir el crujir de los rieles cuando la máquina avanza, si los invisibles se quedan con la mano levantada y el tren no se para, los atrevidos no sólo nos subimos en el ferrocarril sin boleto, sino que lo hacemos cuando está a media marcha, o mejor aún cuando va a toda velocidad y hay lluvia y se oyen truenos y tenemos a lex luthor persiguiéndonos por ser cómplices de supermán (los atrevidos solemos ser tiracoñazos -vendrá el post- y justicieros de lo imposible -vendrá el post también-). Y los atrevidos no sólo desafiamos los vientos y los túneles y el frío, sino que además, de frescos, bajamos al vagón de primera clase y nos ponemos a tomar té con las ancianas que se olvidan de nuestra fea facha (nos prestan el baño y sus bellos chales) porque tenemos excelentísimos modales y hablamos de tejidos, de viejas películas de amor y hasta tenemos cuentos de la guerra civil española que no vivimos.
los atrevidos, pues, nos atrevemos. el miedo acompaña, como una mezcla entre veneno y adrenalina, todo acto de un atrevido. y el miedo es esa puerta que está a medio camino entre subirse al tren a riesgo de caerse o quedarse quieto, tranquilo y quizás arrepentido pero a salvo el pellejo. si no hay miedo no hay atrevimiento, hay quizás descaro o desparpajo, pero no esa sensación única del que se atreve, es decir, del que salta sus propios obstáculos, del que se reta, por sobre sus inseguridades y temores, por ejemplo, a tomar esa decisión que hay que tomar -que tengo que tomar, ya saben-, o a dejar ese trabajo de quince y último e inventarse su propia jefatura, o a hablarle a ese ser imposible, o a llamar por teléfono a ese desconocido -montadísimo en un pedestal por nosotros mismos-. si bien el atrevido seguramente colgará sin hablar las dos primeras veces, no se conformará para siempre con simplemente oir la voz de ese otro, siempre se atreverá a decir Hola en la tercera llamada, pellizcándose una pierna con una mano y temblando el auricular en la otra.
Los atrevidos no pensamos en el futuro. Nos atrevemos. Es imposible medir respuestas, pronosticar certezas, calcular probabilidades. Nos atrevemos. Soltamos las amarras y la timidez y nos lanzamos al vacío, en un parapente que no comprobamos si tenía alas.
Los atrevidos hacemos de tripas corazón, tragamos grueso; a los atrevidos se nos hace un nudo en la garganta, que atreverse no es cosa fácil, que atreverse es variar el movimiento de rotación del mundo. los atrevidos trascendemos en nuestro acto de lanzarnos al escenario de la vida sin el guión aprendido, improvisamos medio tartamudeando quizás pero con una sonrisa tan amplia y un discurso tan coherente que el auditorio sin duda aplaudirá.
los atrevidos tenemos antecedentes de atrevimiento. los atrevidos le mandamos una carta a Serrat en medio de un concierto, los atrevidos le escribimos un poema al violinista de la segunda fila de aquella Sinfónica Juvenil de hace veinte años, los atrevidos nos regresamos a la selva un día sólo para que ese héroe de sangre e ideología rojas vuelva a desvestirnos con los ojos -con los ojos, únicamente (lamentablemente)-. Los atrevidos hacemos esa pregunta innecesaria pero precisa, los atrevidos escribimos y qué importa qué piense ese otro que nos lee con ojos saltados y tos, los atrevidos tenemos afinidad con las sábanas en rebulicio, con los sudores propios y ajenos, con la lluvia franca e imprevista, con los huracanes -siempre se den entre dos y sin testigos en otros pisos-. Los atrevidos pisoteamos terremotos y surfeamos malas mareas, rescatamos príncipes que nunca aprendieron el arte de la esgrima. También cantamos en el baño, porque a veces -hay que reconocerlo- perdemos un poco la vergüenza, hacemos el ridículo, somos el escarnio público.
Coño, pero a veces los atrevidos nos amarramos las manos y nos lanzamos al río, con un saco de piedras en los pies. Y allí nos quedamos, esperando que el agua nos despida la falta de arrojo. Claro, tenemos siete vidas, y las piedras no pesan nada, y la cuerda es demasiado floja y flotamos porque amamos la vida y nos atrevemos a vivirla.

todo tímido, todo torpe, tiene su atrevido agazapado, pero ese atrevido cuando sale, nunca olvida su condición inicial y lleva en el bolsillo torpeza y timidez para no caer en la provocación de la soberbia y ser, al fin y al cabo, el más humilde de los servidores de los instantes. Todo atrevido sabe que lo será sólo, únicamente, en el aquí y en el ahora, que su transformación a hombre lobo dura minutos y que si no se monta en el tren ahora que está avanzando, ahora que llueve, ahora que vienen los guardias -ahora, con todo en contra- no lo tomará y aguardará en el andén otro tren que no se devuelve.


viernes, octubre 21, 2005

se vende Chávez


para los venezolanos que están en el exterior y que leen este blog (por cierto, la imagen habla por si sola, pocos comentarios bastan)

Es de verdad-verdad. No vayan a creer que es broma mía. Es producto de la creatividad de un venezolano (aún no se sabe quien, pero hay que felicitarlo por el ingenio) y está fabricado en China.
Vaticinan que será el juguete de la temporada (pero para adultos). El que esperan vender en diciembre y que seguramente ya se agotó. La página Mercado Libre.com, que lo promocionaba por Internet a 35 mil bolívares, ayer lo dejó de exhibir en sus páginas, seguro por exceso de peticiones -por cierto, cuando vi la lista de compradores (pensando que hallaría a Leopoldo López, Henrique Capriles o JUlio Borges), había un tal Guerrillero2004 tentado por el consumo-. La tienda del Sambil que lo vendía a 60 mil, después de que apareció en un periódico debe haberse quedado sin un sólo muñequito.
Habrá quien lo compre para entronizarlo en el altar de la sala y prenderle velitas. Habrá quien por el contrario lo adquiera para ponerlo patas arriba y montarle un trabajo de magia negra. Habrá quien piense que será un producto altamente cotizado entre los coleccionistas del año 3.000, habrá quien simplemente considere que será un buen souvenir que regalarle a sus amigos en el exterior. Habrá quien lo bese, habrá quien lo insulte. Un Chávez al alcance de la mano a quien hacer quizás más tangible.
El caso es que se vende. Que es un juguete al que se le pueden poner y quitar las botas. Que hasta habla (no sé cuál discurso) y tiene el lunar en la frente. Viene en dos versiones, vestido de rojo y de militar, ambas con boina. Hay quien asegura que lo hicieron de color más claro que el original de carne y hueso, hay también quien sostiene que le afinaron el perfil. No tiene pipí, como todo ken que se precie de su condición ¿metrosexual?
¿Jugarán los niños con Chavecito -o los papás-? ¿Vendrán ahora los kenes de la oposición? (coño ¿quiénes?) ¿Y la barbie? ¿será Lina Ron? ¿Marisabel -¿dónde está?-? ¿o alguien sacará del maletero aquella barbie de Irene Sáez que algún otro creativo venezolano inventó cuando era candidata presidencial?
No sé, sólo sé que el venezolano es volado. Así como quien inventó el ken Chávez, habrá quien se las ingenie para darle el uso que le sea propio, bien sea desde el amor o desde la rabia. Como cualquier fetiche.

miércoles, octubre 19, 2005

(los invisibles -post invisible y provisional en espera del post de los "atrevidos" porque quizás es su abrebocas)

de niña quería ser invisible. eso lo escribí en mi novela -inédita, más inédita aún si habla de invisibilidades-. mezclaba un montón de ingredientes de la cocina, del baño, los ponía en un frasquito y luego me echaba muy delicadamente una gota en la palma de la mano. no lograba la invisibilidad. y la soñaba. y volvía a mi experimento científico. una, otra vez.
quizás empecé a lograrla cuando me negaba a maquillarme. a veces también lo lograba con ciertas blusas varias tallas mayores. y con los silencios. la invisibilidad, gran aliada. quería ser invisible no sé, quizás para que allí se extraviaran la timidez, la torpeza y ese, mi peligroso atrevimiento, mi gran aliado a veces, pero que me produce tanto, tanto vértigo.
hoy, no sé, amanecí con ganas de invisibilidad. transparentar, borrarme con la goma de borrar que siempre me como de los lápices (eso merece su historia aparte), desaparecer con la varita mágica que no tengo. iba por el centro y de pronto dije qué diablos hago yo con una franelita sin mangas, con los bluyines ceñidos aunque algo grandes porque he adelgazado sin buscarlo en los últimos dos meses. iba por el centro y me preguntaba por este año, precisamente, que debía borrar del mapa, junto con toda la visibilidad que debió ser invisible en los últimos meses.

si los torpes esperan el ferrocarril en la esquina opuesta del andén, y los tímidos silban, miran de ladito y se hacen los locos para no abordarlo, a los invisibles el tren pasa y los ignora y a veces incluso hasta los atropella y ni un quejido que muestre al mundo que están allí, bajo los rieles. los invisibles -si salen vivos del accidente ferroviario- pasan felices por la vida y nadie se da cuenta de que pasaron por el lado y no los saludan y no tienen que decir los buenos días. los invisibles no se sienten -quizás ni ronquen-, hacen silencio, no les suenan los zapatos cuando andan en puntillas. los invisibles pasan desapercibidos, nadie se acuerda del nombre, tropiezan con la misma piedra pero la piedra cree que lo ha tropezado otro y por eso el segundo tropezón no cuenta en las estadísticas. eso quiero, andar quedo, que no se me descubra la mirada. ser anónima, cara común, de esas personas que la gente deja con la palabra en la boca porque no los han oido.

pero cuando me da por ansiar la invisibilidad más invisible, también me da por el atrevimiento. como hoy. sí, soy atrevida, cómo no, a pesar de ser tímida y torpe, o con mi torpeza y con mi timidez a rastras y saboteándome.
por si acaso, hoy, en mi faceta atrevida, prepararé la fórmula de la invisibilidad y la tendré en el bolsillo. aunque esa pócima siempre me falle.

sábado, octubre 15, 2005

los tímidos (teoría y práctica)

Teoría tímida

Si los torpes esperamos un tren que ya se fue de un país en el que no hay rieles, los tímidos nos escondemos bajo el andén, no vaya a ser que el tren llegue a tiempo y tengamos que abordar y compartir el asiento con un desconocido al que le tocó la ventanilla y que nos preguntará la hora y dirá qué buen clima el de hoy ¿usted se ha casado? Si los torpes tropezamos en la acera con esa persona que mantenemos cristalizada en la última nube y la pisamos sin querer con nuestros duros pies, más terrenales que nunca; los tímidos nos pasamos a la acera de al lado y buscamos un paseante -preferiblemente gordo o alto o con doce niñitos a su lado- que cubra nuestros pasos y si podemos nos detenemos y silbamos, damos la espalda, o nos agachamos disimulando que un pañuelo imposible se ha caido, mientras el ser que nos intimida (que probablemente sea nuestro vecino puerta a puerta, nuestro jefe en la oficina, el compañero de pupitre, el mejor amigo que nos cuenta que ama -tímido igual- a esa otra amiga tan lejana) camina sin vernos por la acera original que no nos atrevimos a andar, y posiblemente camine solo (o acompañado pero solo) y torpe o tímido o indiferente, porque timidez e indiferencia se funden cada tanto en sinónimos, aunque sean tan anónimos, e incluso, no se sabe, quizás él también se había cambiado de acera antes o se haya puesto un sombrero y un sobretodo invisibles o use lentes de sol a plena noche o se haga el cegato que dejó los lentes en casa aunque tenga visión 20/20. Y claro, después nos acusaremos con el dedo, maldeciremos la maldita timidez, la oportunidad perdida -siempre se nos extravían los chances-, y probablemente en la otra acera ese otro también la maldiga, aunque eso sí, nunca reconoceremos la timidez del otro -siempre será distancia-, siempre la timidez será absolutamente nuestra, como un virus que no se contagia, sino que se extrema con los años. Somos los dueños y señores de ésa, nuestra tara de nacimiento.
Los tímidos hablamos en clave pero nunca damos la contraseña, esperamos que el otro la entienda y si es tímido, seguro que la entiende, pero tampoco se atreverá a revelarla o tendrá su propia clave, y ambos lenguajes secretos se harán guiños y andarán como flotando, ajenos al tacto.
Los tímidos no bailamos y si bailamos, lo hacemos mal para avergonzamos de que bailamos y afirmar que somos el hazmerreir de la fiesta, que mejor estamos en el rincón, entre la abuelita en silla de ruedas que alguien dejó olvidada y el niño tremendo que amarraron a la pata de la mesa.
Los tímidos no estamos en fiestas sociales, bien sabemos asumir el anonimato, siempre habrá una silla en la cual esconderse -abajo, se entiende- con una copa en la mano que nos sostiene para no desmayarnos, si es que la silla -abajo, se entiende- no ha sido adueñada por otro tímido (o por el niño tremendo que se desamarró) o la copa tiembla demasiado en nuestra mano inquieta, siempre serán alborotadoras y bailarinas las manos de los tímidos, dispuestas a arrojar el vino en trajes ajenos. Los tímidos envidiamos a las avestruces que tienen donde alojar la cabeza; a los canguros que tienen un bolsillo incorporado para guardar el susto; a los leopardos, veloces, listos a salir corriendo -pero nosotros, los tímidos, no corremos tras la presa, corremos de la presa-; a los peces que no tienen que ir a fiestas ni aprender a caminar en tacones ni sonreir con la risa a cuestas; a las serpientes que no tienen que hacer vida social ni caerle bien a nadie ni hablar de ese tema que no nos interesa, qué carajo hago yo aquí si pasaban una película tan buena en el Centro Plaza. Los tímidos siempre tendremos las manos sudadas aunque no sudemos; agarraremos un papelito que leeremos por horas -con tal de no mirar al frente- aunque no tenga letras; no sabremos qué decir cuando tenemos tanto que opinar; y seremos torpes, torpes, torpes cuando se nos requiera moderación y certeza.
Los tímidos nos perdemos el tren que se fue del país donde no hay rieles, pero generalmente terminamos abordando ese tren del que nos escondimos en el andén. Y nos montamos porque teníamos el boleto en la mano -y a veces sin boleto- porque, en el fondo, nos encanta la desventura de vernos, hechos un lío de maletas y palabras, en el asiento que nunca está al lado de la ventanilla junto a un extraño que será un enigma (esperen el post de "los atrevidos").

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Ejercicio práctico de un encuentro entre tímidos

Pongámoslos en Caracas. Pongámoslos hace cinco años y a mitad de la treintena, cuando los treinta ya se cumplieron y los cuarenta suenan lejos aunque están más cerca que nunca. Pongámoslos a mediodía y por una o dos horas.
Los dos tímidos almuerzan. Ella ha pensado todo eso que le quiere decir. Le dirá -lo ha pensado bien, ha estudiado las frases, ha pasado noches sin dormir imaginando el momento, amueblando cada detalle-: "Me gustas ¿no te has dado cuenta?" (al final ni fue tan original, pero es que sus frases originales la llevaron a imaginarse montada encima de la mesa del restaurancito chino del centro y desistió de la idea). Pero se lo dirá al final del almuerzo, piensa, porque cada vez que se ven empiezan a hablar de otras cosas, de su trabajo, del trabajo de ella, de su vida, de la de ella, de su pareja, de la de ella, de la infancia, tan cercana.
Se conocen desde hace tiempo. Demasiado. Aunque tampoco se conocen. Pero se saben. Los gestos. Cada quien intuye lo que sin decir dirá el otro. Hablan de otra cosa -y se divierte, lo juro, ella la pasa superbien, y también él, aunque eso ella nunca lo va a decir- pero también sólo piensa (mientras comen las berenjenas que les gustan a los dos y que siempre piden, mientras hablan de dinosaurios, o naranjas, o la bondad de los egipcios -vaya ejercicio mental-) cómo le dice "me gustas", sin montarse sobre la mesa. Es como si hubiese un discurso visible y otro latente, y hay que estar pendientes que no se confundan. Digno de Olimpiada Matemática. Una especie de juego de interpretación de silencios. Mejor busca otra forma. No le dirá me gustas, lo sabe, aunque quisiera decírselo al final, cuando pueda salir corriendo y llegar quizás hasta la autopista Guarenas -Guatire. Mejor lo obligará -con disimulo, con indirectas, con preguntas a medias (como si fueran preguntas de las que no quisieran oir la respuesta) a decirle por qué él le dijo que ella ya sabía lo que él quería decirle. Eso fue en el anterior almuerzo. Claro, que quizás lo que él quería decirle en el anterior almuerzo no era lo que ella imaginaba -aunque se lo negaba- que él quería decirle, tal vez es que quiere hablarle de su proyecto de cambiar el mundo (ahora, cinco años después, y desde ese estatus en el que está -y que le impide tener almuerzos en los chinos- lo está cambiando, o al menos, pone granitos y más granitos de arena, generosos siempre, enormes granitos). O quizás lo obligará a decirle por qué él le dijo que la decisión era de ella. Eso fue en el almuerzo anterior del anterior almuerzo. Claro, la decisión no puede ser la decisión de usar tacones -que ni a él le gustan ni a ella tampoco- o de pintarse las uñas -que él detesta y ella también-. Así que la decisión sólo puede ser ESA decisión, que media Venezuela se imagina, y ella también, pero en ese instante no y no y no, piensa, cómo va a querer él que ella se decida ustedes saben a qué, seguro que no es lo que quiso decirle, seguro que ella lo malinterpretó todo y oyó mal y se le salió por un oido algo que nunca entró.
A veces él le habla de otra, que a veces ella no sabe si es ella; y ella le habla de otro, que él nunca sabrá que es él o sí lo sabe y lo disimula (pero si lo sabe y lo disimula es que ella no es la ella de la que él habla). El le cuenta que tenía una foto de niña de esa otra y ella insiste en preguntarle quién es esa otra -que cree que es ella misma pero a la vez se dice que no, que no es ella- y él insiste en decirle que trabaja en lo mismo que ella pero en otro lado y tiene la misma edad que ella y que la conoce desde niña como a ella y que le dice las cosas sin decírselas y que no se atreve.
Eran tan felices entre códigos, risas, silencios, disimulos, juegos de inteligencia a ver quien dice menos, quien deja más por decir; era el de ambos un universo tan sin besos que ella nunca sabrá si él -y si ella misma, en realidad- los deseó realmente. Aunque los besos estaban como en freno de mano, reservados para una despedida que siempre terminaba siendo un nuevo motivo para imaginar el próximo almuerzo, para que nuevamente ella jure que dirá "Me gustas" y quizás -aunque ella no lo crea- tal vez (tal vez, ojo, que me refugio en el tal vez y con ello no pierdo al personaje) él también lo jure.