miércoles, septiembre 28, 2005

"todo el mundo lee tu blog"

Otra vez la despedida. Otra vez a recoger peroles. Una nueva mudanza. Esta vez sin dejar huellas. Es decir, desaparece Aprendiz de Maga y sólo se dará a conocer, bajo un nuevo nombre, para los amigos virtuales, no para los reales. No es capricho, hay razones.
"Todo el mundo lee tu blog", me reprochó un amigo mío, alguien a quien aprendí a querer muchísimo, muchísimo, con esos cariños míos que a veces creo que se convierten en otra cosa o quizás se convierten en verdad en otra cosa y se hace un arroz con mango de sentimientos y equivocaciones. Pero es que soy así, excesiva y abierta y desastrosa, pero llena de verdad, que conste, y nunca ando con segundas intenciones o segundas vueltas o con ganas de estar jodiendo a otros. Soy buenísima, lo juro, de tan buena, pendeja en realidad. Aún me pongo roja si me descubren. No me meto en la vida ajena, respeto todos los rollos, las opciones, las perversiones, siempre que no dañen a otros. Yo ando por ahí tratando de no dañar. Pero esta vez lo hice. Fue sin querer.
Total que con el blog anterior le hice daño, mucho daño, a alguien y no era mi intención, pero es que terceras personas de la vida real se metieron en la historia y la etiquetaron y la llamaron por un nombre que no era. Y quizás yo hablé -escribí, en realidad- de más. Tampoco soy tan inocente.
Total que me despido, ante todo pidiéndole perdón, perdón, perdón, a este amigo que no sé si me lee, probablemente no, porque se sintió expuesto por mí y yo no tenía derecho. A veces uno no mide las consecuencias de sus actos, es decir, no mide lo que terceras personas pueden hacer con los actos de uno.
Estoy avergonzada, lloré, me sentí incluso humillada por mí misma. ¿Qué diablos me pasa? Yo no andaba tropezándome tanto antes, yo más bien andaba respondiendo a la madurez propia de la edad que tengo (ya saben, buen trabajo, postgrados, hijos bien estudiados en los mejores colegios, marido mucho mayor, galardones, cierta seriedad pues -aunque con sus bajones, sin duda, que soy de carne y hueso-) y no jugando a deshoras a ser una adolescente pasada de décadas.
Yo te lo advertí, dirá Martha Beatriz que me lo advirtió de verdad en el antiguo blog. Ella me ha seguido los pasos, parece una investigadora privada, pero en realidad es como una mamá (no por edad, que tenemos la misma casi) regañona, pero buena, regañona por preocupada aunque no me conozca. Ella me advirtió que el otro blog podía dañar. Sí daño pero no a quien ella imaginaba. A una persona totalmente inocente y demasiado seria. Y yo no tenía derecho.
Quiero nombrar aquí a otras personas, antes de irme. De mis "encontrados" de hace tiempo: A Nicotine, mi amigo mayúsculo, porque simplemente está instalado en mi vida; a Carmelo, porque, coño, quién como él para hacerle sentir a una una mujer interesante; a Pointdx, mi primer lector; a Cari, tan intensa; a Iria, tan responsable con su país; a Ebe, porque es niña grande como yo; a Rom porque tiene la capacidad de mirar a los planetas y hablar de una calle cercana, como si tuviese a la vez un telescopio y un microscopio en su alma; a green, la chica de los anteojos verdes, siempre allí brillando, como una piedra preciosa; a Edén y Kira y Martha y la Rusa y Troka y Marianne (aunque algunas no hablen casi nunca, pero me leen o me leyeron); a Rodolfo y Luis Carlos, colegas; y por supuesto a mi Alana, que es como mi hija mayor o mi hermana menor o mi clon pero mejorado, que ella es cien veces más linda. Espero que no me falte nadie, porque se me ha acercado buena gente, sin duda. La maldad nunca vino de la gente virtual en mi anterior blog, vino de otra parte.
Y de los que recién nos acabamos de encontrar: a Silmariat, a quien no conozco, pero que parece sacado del sombrero de un mago; a Otrora Color Dorado, una muchacha que intuyo que nada entre nubes; a Ligerezas, educado y comprensivo. Espero nuevamente que no me falte nadie, que también los que me han contactado aunque sea una vez me han dejado su huella, me han acompañado en este 2005 tan complicado, no termino de meter patas.
Dejo mis emails magamagamaga@hotmail.com y lamagamagamaga@yahoo.com para mis amigos virtuales, los del blog anterior y los de éste. De todos modos, con los que tienen emails en sus blogs estableceré contacto.

vuelvo a mí (yo la egoista, yo la yoista, yo la sin país)

Le escribí un email a este gran amigo mío probablemente porque tengo sobredosis de Sabina y de algún modo Sabina me recuerda a él, aunque él no cante ni sea español ni cincuentón y medio ni haya utilizado el cristal de mi foto de boda para el último gramo, porque ni él ni yo usamos gramos. Es su humor que me encanta, probablemente, no sé, ese corazón tan grande que él tiene.
Le escribí aunque me había dicho a mí misma: No, no le escribirás, Maga, que él tiene su vida y sus problemas también, que si está tan alejado es por algo, que quizás está triste también y tú le dueles, tú le alborotas el avispero de su tristeza. Pero le acabo de escribir porque , bueno, porque tengo como una también -también, también, reitero los también- tristeza (vuelvo a ella, sin sinónimos) enorme y él sabe de esas tristezas mías porque las hemos compartido en algún bar de chinos. No, la verdad, y es lo que he querido decirle, es que el protector emocional 50 no sirvió de nada, producto chimbo, mala calidad, estafa comercial, eso se lo dije en el e-mail, para que por favor no lo vaya a usar, para que no se equivoque. Sí, quizás intenté retomar mi vida (y no llamé al abogado) pensando que sí, mente fría, cerebro con coeficiente intelectual desarrollado, vamos tú puedes, serás algo así como socia y no amor, armaremos algo así como una microempresa (una cooperativa de desarrollo endógeno, habría que decir para adaptarse a estos tiempos). Pero no, ¿ves, amigo (tú me entiendes)? El corazón se declaró en rebeldía y solito y poco a poco fue dándose a respetar. "¿Qué te pasa, cerebro?", comenzó diciéndole, "¿qué te crees tú? Yo necesito mi espacio". Y nada, el corazón empezó a buscar el espacio y ni en la sala ni en el baño ni en la cocina ni en el cuarto -mucho menos en el cuarto- halló su verdad. Y el cerebro razonándolo todo. "La familia es la célula fundamental de la sociedad", caletreaba como en cuarto grado. Y el corazón pues nada, se pasó por encima el protector emocional y eso que lo había embadurnado, como en un día muy soleado en una isla. O quizás me pasó como con los relojes. No puedo tener un reloj de pulsera porque al segundo o tercer día se detiene. Me ha pasado al menos cinco o seis veces, hasta que decidí que soy alérgica a ellos o quizás soy una máquina del tiempo capaz de detener las horas -mucho Bradbury-. Total, el protector 50 fue pura bulla.
Y no sé, amigo, a ver si me entiendes (te escribo a ti, porque sé que me entiendes). El cerebro fue sumamente coño de madre y egoista, se pasó por el forro al corazón. "Si te maltrataron y te vejaron y te engañaron es cosa tuya, musculito, yo sigo adelante solito y verás lo bien que me irá", dijo él, desde su estatura de estar más arriba y a la cabeza. "Tú te quedas calladito y ni hables, mucho menos te pongas a sentir, a recordar, a revivir lo que ha sido todo el año 2005, en realidad desde noviembre de 2004 porque yo declaré la vuelta a la patria y yo soy el cerebro todopoderoso, finalista de olimpíadas matemáticas en bachillerato". Y bueno, el corazón, modesto y obediente, se echó a un lado, se tapo los oídos, cerró los ojos, se refugió en los escritos literarios de él (y de ese personaje niño que él escribió y que ella ama con locura), de verdad que hizo todos los intentos por no aparecer en escena mientras el cerebro, pues, ahí, vencedor, protagónico, comiendo sushi y luciendo auto nuevo. Pero no es tan fuerte el cerebro, aunque se crea autosuficiente, no, es un güevón, el cerebro es un pobre diablo porque no puede solo. Mientras, el corazón, de tan generoso, de tan magnífico, se anulaba, así agazapadito (y se daba cuenta cuán distinto es el personaje literario del real) y permitía al cerebro actuar independiente, quizás en el fondo estaba diciendo: "cáete solito". Y es así, se resecaba, se reseca, porque tiene tan solo como leit motiv la promesa de una estabilidad que no existe, que está basada en fantasías, sólo para que haya permanencia, dominio y espera. Pero no hay sostén, falta credibilidad, algo así como esas miradas que se dan y ya con ellas se paraliza el mundo. Algo así como la calma. Y la literatura no basta, porque la literatura no es la vida, y no siempre quienes escriben son lo que escriben. El corazón entonces empezó a palpitar. Toc, toc, toc. No, así suena una puerta. No sé como suena un corazón. Quizás como una puerta. Y salió de su escondrijo y miró a su alrededor y había un precipicio. Y se dio cuenta que ya no cree porque no siente y sobre todo porque necesita eso otro, al otro corazón, también ausente y que, repito, está lejanísimo al corazón de su obra. Allí, del otro lado ahora también hay un cerebro. Un cerebro que también piensa que la familia es la célula fundamental de la sociedad. Pero ya ni este cerebro ni este corazón creen en aquel otro. El corazón entonces le traspasó al cerebro la duda y el desamor. Y el cerebro se dio por vencido, no es un héroe. Y no le gustan las trampas.
Mi amigo, eso -si lo entiendes- es lo que ha pasado en los últimos días que no te he visto, por eso te pido: dame un abrazo, que ahora nuevamente tengo que desandar mis pasos. Me cansé de ser triste, porque -y tú lo sabes- yo no soy triste sino enormemente llena de vida, de expectativas y de ganas.

lunes, septiembre 26, 2005

A APOYAR ESTA CAMPAÑA

la esencia de la vida, la esencia también de los blogs: la libertad de decir, la libertad para que una mujer llamada putísima diga lo que siente su cuerpo tras cada orgasmo, la libertad para que Venethinker describa el sexo anal, la libertad para que un grupo de mujeres llamadas sexless cuenten sus rollos con los hombres, la libertad de que mi amigo del alma Nicotine proponga un partido liberal y que luego alguien le cuestione su planteamiento supuestamente por falta de originalidad, la libertad para que Ebe sea amiga de todos, la libertad para que Carmelo las conquiste a todas (jaja, es broma, en realidad, la libertad para que Carmelo nos enseñe sus fotos, sus cuentos, sus reflexiones precisas y se meta en los blogs de todos y protagonice), la libertad para que Edén organice una fiesta bloguera, la libertad para que Silmariat sea tan gentil -yo creo que no camina, levita-, la libertad de haber constituido el club de los equivocados (aunque en paz descanse en estos momentos), la libertad para que Cari mande a Bush a hacer cola, la libertad de tantos otros (de toda esa gente hermosa que he conocido en apenas seis meses), la libertad de los que muestran sus fotos en pelotas, de los que critican abiertamente al gobierno sin pelos en la lengua, de los que lo apoyan incondicionalmente con el alma en rojo, la libertad (magnífica, no saben el bien que me ha hecho) de que yo hable abiertamente de mi vida y me apoye en el hombro de la pantalla, que al fin y al cabo es un hombro humano, el hombro de ustedes.
¿se imaginan un montón de blogs grises, con el mismo diseño, copiando el dictado que cualquier gobierno -de derecha, de izquierda, de cabeza, de culo- quiera?

La etiqueta que abre este post la creo Kira y está en su blog www.k-minos.com, otros que también han hablado del tema son Enigmasexpress, Luis Carlos, Romrod, Rodolfo, Jorgeletralia, Martha Beatriz, Iria, Juan Carlos Chirinos, Fedosy. Hay que opinar, hay que armar bulla.

chito Walter!!!!

no es santo de mi devoción, nunca lo ha sido. aunque reconozco que sabe de política internacional y mucho, no me gusta para nada su exagerado protagonismo (un excesivo yo estuve yo hice yo sé, que me suena enorme para un periodista, aunque sabemos que los de televisión tienen ese culto por ellos mismos, propio por demás de los trabajadores del espectáculo, que de algún modo tienen ese doble rol), ni tampoco comparto -debería decir: ni mucho menos comparto- su evidente pasión por lo militar (coño, no puede ver un F16, que se le caen las medias en la pantalla). en fin, debo reafirmar que voy a opinar, no en defensa en realidad de un individuo que no me mata, sino de un tema: la libertad de expresión y de información.
he estado ensimismada, la verdad sea dicha, ajena al entorno, que bastante tengo que resolver por dentro antes de comenzar mis tareas profesionales en tres días -una- y en una semana -la otra-(realidad, realidad, realidad hasta el hartazgo). tan ensimismada ando (y sí, con un día hermoso de playa en mi piel, para compensar) que me enteré de lo de Walter Martínez por los blogs, y a medias, más he leido las opiniones sobre el tema en general que la anécdota particular que comenzó todo, los esfuerzos loables por hacerse oir de gente como Kira (valiente defensora de Venezuela aunque esté tan lejos), Iria (siempre también tan informada), Romrod y JorgeLetralia (ambos, multitemáticos y cultos), y gente para mí poco conocida -pero no menos interesante- como Enigmas Express. Y me digo, creo que sólo uno o dos de ellos son periodistas, y entonces me cuestiono: cómo es posible que yo, periodista, esté hablando en este espacio de una canción infantil que no recuerdo cuando debería estar ahí poniendo el cuadrito ése que diseñó Kira (coño, no se llama cuadrito, la etiqueta esa, pues, la que dice Libertad de Expresión, pero que tampoco sé poner, intenté ponerla pero me borró el post y lo tuve que rehacer-) para apoyar una causa en la que creo.
no me gustará walter martínez, pero es necesario, sin duda. es una voz autorizada en una materia. es una voz, como la de tantos comunicadores y no comunicadores, con derecho a la identidad, con derecho a dar su punto de vista, con derecho a disentir. ¿que dijo que hay corrupción en el gobierno (según lo que leí en uno de los blogs ésa fue la causa de la censura)? Pues lo refrendo. Lo refrendo aunque yo tampoco tenga pruebas de corrupción (que no soy policía, por demás, pero que además las dudas sobre el tema son tan tangibles, son tan groseramente visibles que a veces dan pena, como el compañero que ve que te quedaste sin sacapuntas y te presta el mismo tuyo, que te acaba de robar del bulto). El gobierno en vez de callar la voz que lo dice, debe mirarse por dentro y revisar las costuras, que de sordo y manco se deshilacha. La voz, por demás, no se calla, y no se calla porque pueden cerrar los canales, los programas, las voces individuales, pero entonces vienen por debajo, silenciosas al principio pero con fuerza sobrehumana, las voces clandestinas, las que no tienen nombre pero que son voces de todos, y que tienen un poder mucho mayor. y un ejemplo menudo es este blog, privado, comeflor, desvinculado del aquí y el ahora, alejado de política y precios del petróleo, este blog idiota, que ante un debate como este alza la voz y esta señora -ni tanto- pasa de hablar de sus amores y desamores a pelear como una tigra por un tema que la sobrepasa.
porque este blog, como todos, es producto de la libertad de expresión, que también sirve para hablar estupideces como las que suelo hablar. es así como quitarle el derecho a walter martínez -que no me gusta, insisto-, es quitárselo también al que disiente de martínez, y también quitárselo al que disiente del que disiente de martínez. amordazar a uno es amordazar la cadena. incluso, es amordazarnos a todos, a este blog idiota también, por ejemplo. porque también el más fútil de los comentaristas en algún momento estará contra algo. entonces, en esa cadena de silencios, caerá quizás el peluquero que dijo ese día que el presidente estaba despeinado o la modista que criticó que la transparencia del nuevo traje del emperador muestra los pelos de la espalda.
la libertad de expresión nos atañe a todos. desde aquí saldré de mi caracol para gritar a los cuatro vientos que no es posible existir sin ella. la libertad de expresión sirve para decir y desdecir, para equivocarse y enmendar, para argumentar y contraargumentar y para no darle oportunidad a la violencia, que termina siendo la única forma de comunicación cuando falla la palabra.
no sé, al final me vino un cuento infantil que se llama "el rey mocho". un barbero es obligado a callar que al rey le falta una oreja. y calla por temor a perder la cabeza en la horca. para no hablar grita el secreto en un hoyo que hace en la montaña más alta del pueblo. allí crece una palma. un niño corta una rama para hacer una flauta. la flauta canta: el rey es mocho. eso es, la libertad de expresión siempre tendra rutas, salidas, mecanismos de sobrevivencia.


(perdonen las incoherencias, el post lo empecé a la 1:30 y cuando a las 2:00 creí que iría a dormir se me borró, cuando quise poner la etiqueta de Libertad de Expresión -sentí, dolorosamente y con sueño lo que es perder, aunque sea por culpa de la tecnología, la libertad de expresión por un momento y me dispuse a rehacerlo-. perdonen, insisto, las incoherencias, que tengo sueño, sueño, sueño sí ahora y me da rabia porque el primer post que escribí quedó mejor, parejito, tenía más paréntesis)

domingo, septiembre 25, 2005

amapolas y paticos

era una canción que estaba en un disco de cuando era niña. era un disco creo que verde, todo verde y chiquito, de 45 revoluciones, por ahí anda todavía, sin equipo de sonido donde poderse escuchar. mis hijos se ríen: discos, cosa de la prehistoria para ellos. la canción no la recuerdo bien (no consigo la letra en internet tampoco, así que si alguien se acuerda de la letra, le agradecería que me la mandara), se llama "amapolas y paticos", sé que era un patico enamorado de una amapola que estaba colocada muy alto (o era muy alta ella), y su mamá le decía que no, que un patico de su tamaño no debía estar pensando en enamorarse de algo tan precioso y ajeno y distinto.
"conozco una amapola que está alto alto alto
y tú eres chiquitico, y tú eres chiquitico
conozco una amapola que está alto alto alto
y tú eres un patico chiquito y nada más
chiquito y nada más"
es la frase que recuerdo.
quizás es parecida a mi historia: soy un patico. claro, que a veces pego unos saltos de rana (y a veces vuelo altísimo, o quizás sueño que vuelo, desde mis emplumadas alas de ave). un patico que juega en el agua y ve las flores y su reflejo y sabe apreciar la belleza de su altivez, e incluso, de su distancia.

un post, pues, ya ven, rápido y un poco tonto, para evadir mis preocupaciones reales y novísimas, que hacen hasta que me olvide de las amapolas y piense, sobre todo, en mis dos paticos que son en realidad dos sublimes águilas que crié bajo mis -insisto- quebradizas (y fuertotas a la vez) alas de patico.

...
(mis hijos, por cierto, adoran a Sabina como yo lo adoro. tuvimos una dosis de 4 horas y media de carretera con Sabina. le debo un post, pero es que no he tenido tiempo de sentarme aquí a escribir)

sábado, septiembre 24, 2005

el sexo como una de las bellas artes

Parafraseo a Thomas de Quincey, pero no es el asesinato, como dice èl, es el sexo, el sexo como una de las bellas artes. o quizàs es que el sexo tambièn es una forma de asesinato. no, es que "lo es todo" como dice uno de los compañeros de Kinsey en la pelìcula. pero sì, el sexo, y quien me lo niega, es una de las bellas artes, y quizàs la que contiene a todas las demàs, la pureza, la simpleza, la verdad, la magia de los cuerpos en contacto, pero los cuerpos que se desean, por supuesto, que no cualquier sexo es bella arte, que a veces hay sexos que son màs bien tristes, porque faltan algo asì como las ganas y uno se empeña, a ver, vamos a buscarle las estrellas, pero no, no hay, y uno lo constata màs aùn cuando ha tenido la oportunidad de sentir el sexo como una de las bellas artes. las ganas quizàs son las musas de ese arte magnìfico del que muchos se vanaglorian, pero pocos en realidad conjugan.
no creo en DIos, y que me perdone Dios, creo en la sexualidad, mi musa, aunque no escriba cuentos pornos ni poesìa eròtica, sino casi casi todo lo contrario.

(estoy en un cybercafè donde se cae internet, 5 minutos, siempre ando batiendo record. y sì, tengo que escribir sobre sabina y tambièn sobre una canciòn de mi infancia: "amapolas y paticos")

jueves, septiembre 22, 2005

factor de protector emocional nùmero 50

protector 50
nuevamente fuera de Caracas y por pocos dìas, que ya pronto retorno a mis dos trabajos. nuevamente escribiendo rapidito desde un cybercafè. nuevamente sin mucha cobertura en el celular (y por eso no he podido hablar contigo, Carmelo, si me estàs leyendo, pero estoy pendiente de tus cosas, mi buen amigo, quiero que lo sepas). y claro, con demasiadas volteretas en la cabeza. pasan cosas malas malìsimas y de pronto, como si a alguno de los dioses griegos (tienen que ser ellos) les dieraalgo de consideraciòn conmigo, me traen algùn regalo, que lo necesito, coño, despuès de determinar no sòlo que serè feliz a juro, sino que dejè de creer en el amor, o al menos, en el amor arrebatador -sagrado y obsceno- ese de la poesìa de Gonzalo Rojas, el de la locura de Sabina (que por cierto, se merece un post èl solito, porque lo quiero desde sus palabras, porque me identifico con sus tormentas, aunque no me emborrache, aunque no tenga ojos color verde marihuana). me puse, señoras y señoras, a partir de esta semana, y eso se lo comentè a un amigo en un email, protector emocional -igualito al solar, pero para el alma- nùmero 50 y me lancè a retomar algunos pasos, intentando ser màs frìa que un tèmpano, màs calculadora que la calculadora electrònica que tenìa que usar mi chamo en Fìsica. como dice ese grupo evangèlico: "pare de sufrir" y àndese por la vida como si se estuviera actuando la vida de otra. cariaquito morado -yo, que soy maga y no bruja- contra las malas rachas. y por favor, señora (me estoy hablando a mì misma, vaya trato, yo que me creo una carajita) dèjese de estar regalando sueños, que despuès anda sintiendo que recoge latas vacìas. no se meta entre los cardos, aunque le guste el peligro, la emociòn (y el amor, burda), siempre se pincha. duele.

del concepto de familia
es la cèlula fundamental de la sociedad, decìa el libro de cìvica de primer año de bachillerato. pero quizàs es, en realidad, la cèlula fundamental de los sentimientos de todos nosotros. aunque a veces salga mal y de ella no nazca ùnicamente lo bueno. aunque esa cèlula no tenga siempre igual nùcleo y no se parezca al dibujo del libro de cìvica: papà gordo, mamà rubia, tres hijitos pecosos.
una de mis primas de España me escribiò en messenger que recordara que tenìa una familia, que estaba lejos, pero que estaba conmigo. la familia. vaya concepto difìcil para mì, que toda mi vida sòlo definì como familia a la totalidad de mi madre, y ahora, a ella incluida, pero a mis hijos como el gran todo familia. creo en la familia, de verdad, creo en ella y no en DIos. creo en los abrazos a mi hija para que se levante para ir al colegio, creo en las conversaciones con mi hijo que es antibush y que mira todo feo (es el adolescente màs adolescente que existe, segùn mi amiga Ani, por cierto, y ayer cumpliò 16 años y lo celebramos a todo sushi). creo en sus sueños y en ese vernos y saber lo que estamos pensando. creo que me duela el estòmago cuando a ellos les duele. creo que me duela el alma ante cualquier quejido de sus voces. creo en ese mirarlos a ellos y reconocer de mì -y de èl tambièn, por supuesto- no sòlo gestos, sino gustos, malas mañas, malos humores y esa inteligencia y esa creatividad de artistas. creo en proyectos, aunque el corazòn a veces se declare en rebeldìa, pero bueno, que no hay que hacerle mucho caso, que por yo estar hacièndole caso al corazòn vivo dàndome tropezones. el cerebro, ese sì, con su coeficiente intelectual colocadìsimo en los primeros lugares del campeonato, puede tener la razòn. y me dice: maga, haz caso, aunque dejes de ser maga.

lunes, septiembre 19, 2005

chavezman o calcetínconrombosman o el chapulín

Como Romrod también veo Bob Esponja. Tengo chamos. Es excusa. En realidad lo veo por surrealista y volado. Es mi héroe.
En Nickelodeon -creo, nunca me sé los canales bien- también pasan 31 minutos, un programa chileno que me parece el mejor ejemplo de la creatividad y chispa y locura latinoamericanas. Es un noticiero infantil hecho por títeres mamarros, escoñetaitos, construidos con restos de medias, de barbies despeinadas, de pelotas de tennis con ojos, de globos pintarrajeados, es decir, algo así como si usted se pone con sus carajitos y todo el mierdero que tienen en sus cuartos a hacer un video casero. El guión es genial y usted no para de reir, se lo aseguro. En uno de los episodios que me gustan uno de los periodistas-títeres (no, no es ironía) se lanza a hacer un reportaje sobre la ruta de la caca, es decir, desde la poceta hasta el infinito y más allá. En otro episodio el periodista entrevista a un fotógrafo que, al estilo de ese fotógrafo -no me acuerdo el nombre- que fotografía masas humanas desnudas, saca fotos a títeres desnudos. ¿y saben que son los títeres desnudos? manos, miles de manos. Obvio. Obvio y hermoso a la vez.
En ese programa está otro de mis héroes: calcetínconrombosman. Se trata de una media de cuadritos que va por ahí por el mundo salvando gente (medias, en realidad) en apuros, para, al final de cada episodio, hablar de uno de los derechos del niño.
Y recordé al chapulín colorado, héroe precisamente por antihéroe, por sus torpezas (uy, si hablo de las mías, se queda corto), y recordé a Tintín que no me gustaba tanto como el capitán Haddock, real héroe para mí por torpe y equivocado y comeflor. Y recordé al tipo que escribía como Cortázar cuando yo estaba comenzando la universidad y que ahora no sé qué hace (pero ya no escribe como Cortázar). Y a mi héroe guerrillero, este sí real héroe pero inalcanzable hombre. Y recordé a Los Cinco, mis héroes literarios de la infancia. Y recordé el heróico matrimonio de unos amigos míos que llevan desde los 14 años juntos. Y a aquel violinista de la Orquesta Simón Bolívar al que le dejaba noticas en el carro. Y a Cantinflas también, por qué no. Y a Chaplin. Y a Tarantino. Y al protagonista de París Texas. Y a la protagonista de Perdidos en Tokio. Y a mis amigos del centro de Ciencias. Y qué mezclote. Aunque todos sean héroes y algunos antihéroes, además que ese no era el tema. En realidad, ud. debe leer hasta el Chapulín, lo otro está de más. Ahora siga al próximo párrafo.
Y todo esto por qué y qué tiene que ver con el título. Pues que escuché a Chávez en su discurso en las Naciones Unidas y, si de antemano reconozco que me pareció largo, que dijo cosas que no debió decir y que metió esas cifras sobre analfabetismo que a mí no me terminan de cuadrar y que me parecen que anulan toda seriedad a sus frases, me reivindicó con algo que quizás tres cuartas partes de la humanidad queremos decir: que la ONU no sirve para nada, que es un organismo de protocolo, que suena a reunión de señoras que van a tomar el té. Eso, que haya dicho de frente, con su irreverencia de político tercermundista, pero con su investidura de presidente, así, miren, mijitos, no sirven para nada, me entró un fresquito y por un momento él fue calcetínconrombosman, chavezman (aunque creo que ese término lo escuché en alguna parte), aunque después, bueno, vino con las cifras de misiones -repito-, localismos que estaban de más ante el rollo que es la ONU, pero además que le quitan de algún modo seriedad porque aún en el propio país no está claro ni el alcance de esos programas y, mucho menos, sus reales logros, que bastantes costuras se le han salido a ese traje.
De todos modos, Chávez fue mi héroe de 5 minutos, como suelen ser algunos de mis héroes, porque aunque dijo una verdad de perogrullo -que la ONU no sirve- es una verdad que nadie dice en voz alta y menos en esa, su casa, una verdad de la que el mundo es cómplice de una manera casi burda, cómplices por indiferentes, cómplices además por acostumbrarnos a que la vaina es así y no se cambia, así como el que tiene en su casa a un abuelo enfermo y se habla bajito para que él no se entere que está enfermo, así como el que tiene un hermano adicto y se hace el loco y hasta perfuma con aerosol para que el vecino no huela la droga, como si así el hermano fuese menos adicto si no lo saben los demás. sí, nos acostumbramos a una Onu que hace tratados que luego casi ningún país -empezando por Estados UNidos- firma, nos acostumbramos a una Onu que justifica muchos de sus silencios con excusas que nadie cree, una Onu de adorno y que se ve bonita como zarcillo del mundo.
y me sentí que era yo -y era de algún modo calcetínconrombosman-, en mi humildad de alguien que no tiene rango, cuando hace años, en un evento internacional de uno de esos organismos de la ONU, salgo a preguntar -al final del encuentro y cuando me dieron un turno- que entonces, después de 5 días de discusiones sobre la infancia -y después de ver a varias delegadas con unas bellas pamelas compradas en el mercado local- qué se iba a hacer, porque yo sentía que simplemente la reunión había sido un ejercicio más de diplomacia, es decir, hablar sin actuar. Hubo malas caras, hubo respuestas vacías, hubo después la complicidad de un funcionario que me dijo bravo, hiciste bien en decir eso, todos hablaban de la venezolana. No hubo más nada. Siento que esas reuniones de organismos internacionales terminan siendo muy buenas para adquirir souvenirs -los reconoces en el aeropuerto, con collares de piedras al cuello y algún pájaro de madera envuelto en papel periódico- o para usar esos champucitos de hotel cinco estrellas o para dejarse enamorar por el acento de aquel funcionario colombiano, por la figura de aquella delegada brasileña, por la presencia de aquel gigantón alemán.
En fin, me gustó -como a muchos- el chavezman que le hizo fuchi a la Onu, aunque su gesto tampoco sirva de nada -Carmelo me dice que, por ejemplo, en España, ningun periódico reseñó sus palabras- y no sea más que la pataleta de un latinoamericano, un gesto como los del chapulín, de héroe gracioso al que no hay que tomarse muy en serio.

domingo, septiembre 18, 2005

carajitos (y abuela irrompible)

carajitos
hace dos días salí con mi hija y sus dos mejores amigos al sambil. son dos varones, considerados los "tremendos" del salón, un salón -por demás- etiquetado como el "terrible" del colegio. en fin, estaba yo con los tres chiquillos, sin mucha autoridad -porque no sé imponerla-, pero con alguna, que también sé poner (aunque ficticia) tremenda cara de bruja mala de cuento -no, no hizo falta-. pues, en principio, debo comentar que uno, lejanísimo a la mayoría de edad, ya usa su real piercing (y le queda bello) y el otro habla, con toda la confianza del mundo y como si yo se lo hubiera preguntado, de lo bien que quedaron los senos de su madre tras la operación (lo mato si me propone que me haga la mia, que no me hace falta, por demás, porque aunque sean tetas chiquitas -ni pesan, ni me voy de boca, ni saltan de la blusa a punto de reventar- y quizás por eso, se mantienen firmes y tienen -también- su público).
en el sambil los varones se dedicaron a mirar culos. yo los oía, sin desparpajo veían a las muchachas lindas que caminaban adelante y cuando veían unas nalgas prominentes y duras, se acercaban los muy machitos y comentaban proporciones y firmeza. mi hija se reía de ellos, porque todo le parecía un poco teatral, aunque de verdad era sentido: las sonrisas de los dos, la picardía, cierto temblor en sus cuerpos eran verídicos, niños que empiezan a aprender códigos -manidos, sin duda- de hombres. en el parque que hay en el sambil, diverxity, los dos chiquillos se dedicaron a mirar más de cerca a las mujeres buenotas, tanto que mi niña relata, no sin morirse de la risa, que cuando vieron a una chica en minifalda, los dos varones se tiraron al suelo y se pusieron a otear sus intimidades. y uno le dijo al otro: la vi cuando se acomodó las pantaletas con el dedo. triunfó. en fin, varones.
mientras tanto mi hija tenía un enamorado. un chiquillo pecoso que andaba, como ella, con un grupo de puros varones, no esperaba momento para lanzarle besos. de eso me enteré después, cuando ella me dijo: el chamo era bonito, mamá, pero demasiado fastidioso. yo los vi en los carritos chocones y enseguida me di cuenta de la locura que había despertado mi hada (mi hada segura y extrema, de bluyines a la cadera y ombligo al sol, totalmente inmune a la cursilería) en el chiquillo. el niño se dedicaba a perseguirla con el carro para chocarla y ella, coqueta y maluca -pero absolutamente indiferente a sus ataques, como si estuviera a kilómetros de altura sobre ese mortal- también le chocaba a él y de pronto no se sentía más que a ellos dos y sus choques, como si el resto de los niños montados en los carritos (inclusive a los amigos de ella, que la protegían, caballerosos, de los amorosos ataques del galán) estuvieran en segundo plano. los envolvió esa especie de aura, de gran pompa de jabón, que envuelve sólo a los que hacen clic. claro, que mi hija no se lo tomó a pecho y salió tranquila de esa historia de viernes en la tarde. era bonito, mamá, y yo le gustaba, pero qué manera tenía de demostrarlo, comentó sonreida y me tomó la mano, mientras sus amigos miraban culos en el sambil.

abuela irrompible
no sé de qué material está hecha mi mamá. quizás habría que patentarlo. superabuela nuclear o algo así. ayer mi mamá se cayó. yo estaba bastante lejos con mi hija, cuando el varón llamó contando que la abuela había llamado a casa diciendo que se había caido. sali volando a su casa muerta de miedo y pensando lo peor (de chiquita, cuando ella dormía, le ponía el dedo cerca de la nariz para constatar que respiraba). me imaginaba ya en un hospital, me la imaginaba después llena de yeso, me la imaginaba en sillas de rueda. mi mamá tiene 86 años y vive cayéndose, pero nunca llama, sólo muestra días despues las ronchas en las rodillas o codos y hasta se ríe, la abuela irrompible. por eso tenía miedo, si llamó era algo grave. cuando entré a su apartamento (vive sola -aunque cerca de mí- porque es terca, como buena española) estaba tirada en el piso al lado del teléfono sin poder levantarse. se había caido a varios metros de allí y se había ido arrastrando arrastrando hasta llegar al aparato y llamar a casa. tenía un gran chichón y tiene alergia a los médicos. decidí traérmela a casa a juro y aquí está. a los pocos minutos medio caminaba y ahora anda bien, no tiene chichón y no se queja de nada y hasta quiere lavar los platos. abuela a prueba de golpes. abuela todo terreno. abuela, superabuela que tiene esa memoria de elefante, que siempre fue sana y que no quiere -como no quiere nadie en este mundo- ser vieja.

jueves, septiembre 15, 2005

el nacimiento de un hada marina (o sea, mi segundo parto)

primero hay que describirla como es ahora, cuando le faltan días para cumplir 12 años (el 29 de septiembre). Mi niña es poeta (y hablo en serio), pero quiere ser bióloga marina de mayor. Es intrépida y valiente, pero le encanta dormir pegada a su mamá. Ama el mar, la cocada, el raspado de colita -todo, como la madre-. Tiene un hada que la acompaña desde niña, que aparece en la rotura que tiene el espejo cuerpo entero. Se envían correspondencia entre ellas y cuando murió el Pájaro Pez (su mascota más querida, un pez beta) se lo encomendó. Y ahora el hada tiene al pez con ella -a él, por supuesto, le salieron alas-, y él se enamoró de una pececita china y viven, por supuesto, en China y tienen montón de pececitos. Todos los años mi niña recibe regalos del hada y el hada regalos de mi niña. También es muy amiga del ratón Pérez de Chacao, tiene como amiga imaginaria a La Triunfadora, sin embargo, y a pesar de todo ello, prefiere jugar con un alienígena fosforescente, una araña de goma o un ratón de plástico que con una barbie y su película favorita es "Quien quiere ser John Malkovich".
Cuando supe que estaba embarazada de mi niña, mi hijo tenía poco más de 3 años y lo involucré. Para él la barriga era su hermana y desde allí le hablaba y le cantaba. Por eso, la primera vez que ella le oyó la voz a él -recién nacida- levantó alto la cabeza, a sabiendas que ése era el gran mago que le decía los números y le cantaba las canciones que aprendía en el kinder. Pero me estoy adelantando.
Cuando supe que estaba embarazada, lo primero que quise fue buscar un lugar donde pudiera parir con amabilidad y gentileza y calidez y alma. La experiencia con el niño había sido hermosa, pero el entorno traumático la verdad, sobre todo que me desprendieran de mi chiquillo cuando había estado tan rico entre mis senos y tuve que sufrir oirlo llorar llevado de brazo en brazo ajeno.
Entonces supe del parto en el agua y de BuenNacer. Y empecé a acudir a las consultas y a los cursos. Practiqué parir de cuclillas, porque mi idea era dar a luz en un jacuzzi y esa era la posición ideal. La doctora, conociendo mi particular historia de parturienta que ni se entera de que va a parir, me alertó que a la primera cosquillita la llamara para acudir a la clínica.
Ese primer cosquilleo o algo raro en la barriga un no sé qué lo sentí dos semanas antes de mi fecha de parto. Era 28 de septiembre, entrada la noche y yo ese día en la mañana me había caído de culo y muerta de la risa tratando de sentarme en un pequeño mueble. Salimos y llegamos a la clinica. Tenía 7 centímetros dilatada, pero como según la filosofía de ese parto todo debe ser lo más natural posible, no me aplicaron ninguna inyección de esas para provocar las contracciones, lo que hizo que lentamente, muy lentamente, mi niña fuera decidiendo a su ritmo venir al mundo y nosotros no teníamos más que esperarla -siempre ha sido así, es una reina-. La obstetra y su ayudante conversaban, dormitaban, se aburrían, el papá y yo conversábamos, pero no dormitábamos, todos conversábamos entre todos de tantos temas (aún no era el presidente el único tema de los venezolanos), vestidos los cuatro de azul, con esas telas como de papel de las batas médicas. El ambiente era cálido, sin esa luz artificial y molestosa, porque la idea era que el bebé sintiera la menor cantidad de contrastes con el perfecto vientre materno. Fue como a las 5 de la mañana que empecé a sentir las primeras contracciones y fue cuando empecé a acomodarme para parir. En cuclillas no me hallaba, tampoco sentada, ni acostada. Entonces, con mi instinto animal absolutamente dispuesto -y del que me siento realmente orgullosa- me coloqué a cuatro patas, como cualquier hembra mamífero y empecé a pujar así, con fuerza, en la bañera llena hasta la mitad de agua tibia, y ya con toda la seguridad de que tenía dominada la situación. Y eso, di a luz. Porque di una luz. Es esa sensación de una gran vía que tiende su alfombra roja para que por ella pase una alta dignataria. La doctora no tuvo más que recibir, inclinada, a la niña de 3 kilos y medio en sus manos, que ni siquiera llegó a rozar el agua del jacuzzi. Me sorprendí, tenía el pelo negrísimo (en ese momento) y abundante y era tan ella, tan individuo, que me impresionó que era el ser que tenía adentro de mí, como si yo no la hubiera parido, sino que ella misma se hubiera delineado a su gusto. El papá, emocionado (nunca vio nacer a ninguno de sus demás hijos), no pudo tomar la foto del momento cumbre, y solo fotografió a la niña llena de ese barniz que arropa a los bebés al salir del vientre. La pediatra la limpió, la pesó, la midió y me la trajo conmigo y desde ese momento no se volvió a desprender ni de mi pecho ni de mi alma. Y cuando la vio el hermano se hizo pipí de la emoción y la amó. Creo que no pasaron horas y ya estábamos en casa. Pero no quiso cuna nunca. Sólo a la mamá de almohada. Aún ahora.

miércoles, septiembre 14, 2005

mi primer parto (otro día cuento el segundo)

Cuando nació mi hijo varón yo tenía 24 años. De una cosa estaba clara, yo quería que mi hijo naciera de parto natural, si no había un problema realmente serio que lo impidiera. Sabía que desde hace varios años, la cesárea se ha convertido en una suerte de moda. Pero para mí no tenía sentido que la hija única de una mujer que a los 45 años (antes de que inventaran todo ese asunto de las madres añosas, por lo que fue la precursora) me había tenido por su totona, fuera a dar a luz por cesárea. Yo quería sentir a mi hijo nacer. Sin embargo, el médico privado que me atendía sentenció que el niño que tenía dentro era muy grande y yo, estrecha y joven. No me di por vencida. Algo en mí no confiaba, porque también estaba el asunto del costo de ese parto y la programación, eso, vamos a ver qué día y a qué hora me conviene más en mi agenda de galeno ocupadísimo. Total es que decidí dar a luz en un hospital público. Como ya estaba casi de 9 meses y todo el tiempo me había chequeado en un sitio privado, empezamos a buscar un contacto en un centro de salud. Hasta que lo conseguimos en el Hospital Clínico Universitario.
Era la tarde del 21 de septiembre. Me tocaba la primera cita con la médico del hospital. Me faltaban, según los cálculos, más o menos una semana para el parto. Me monté, con mi barrigota, pero sin real, en un carrito para la UCV. Recuerdo que ese día y a pesar de la enorme panza, nadie me dio el puesto, pero yo seguí, tan tranquila, en mi autobusete. Llegué y pregunté por la doctora, de apellido alemán, holandés, noruego, no sé. Empezó el examen, palpó, tocó, revisó, calculo y me preguntó ¿no siente nada? Y yo le dije, no. Tiene siete centímetros dilatada, dijo. No entendí. Está a punto de dar a luz, aclaró. Pedí llamar a mi esposo, tenía en casa todo preparado para recibir a mi bebé, pero conmigo no cargaba nada. No puede llamar a nadie, me dijo, no entiende, tiene que pasar a sala de partos. Yo no entendía nada. ¿No tiene contracciones? ¿No le duele?, y yo sin entender cuál era el alboroto. Me preocupaba la primera ropita de mi hijo, preparada en la maleta, allí estaba la primera ropa que usé yo (una camisita amarilla tejida por mi madre), conservadísima por ella por 24 años, era un ritual ponérsela a él. Sin embargo, la suerte está allí. El destino había hecho que yo me hubiera encontrado a una gran amiga en el centro de salud y ella pudo avisar a mi casa, mientras yo me iba, sola, de trabajo de parto. Me rompieron las fuentes, que no querían romperse solas. En el lugar había un montón de mujeres en la misma situación que yo, la mayoría gritaba y maldecía -nunca entendí por qué- a los maridos. Las enfermeras les respondían que seguro no se quejaron así cuando hicieron a la criatura que iba a nacer. Yo estaba tranquila, no me dolía, además me habían enseñado las respiraciones que ayudaban a controlar las escasas contracciones que ahora si empezaron a aparecer. Las enfermeras me veían como un caso raro y comentaban entre ellas que yo sí era excelente parturienta, no como ese pocote de gritonas, maldiciendo a los maridos. Cuando estuve lista pasé a la sala de partos y el universo se abrió en dos, como una especie de gran puerta, no recuerdo dolor físico agudo o insoportable (como esas caras que ponen las mujeres de las películas cuando van a parir), recuerdo como una gran fuerza de la naturaleza (y por eso, porque somos de la naturaleza, nada de teorías creacionistas, que lo mío es el evolucionismo), me sentí como una leona que tiene al cachorro, intenso, completo, como el acto más natural, más noble y más hermoso de la Tierra. Y nació a las 4:46 pm mi varón, ese, que dentro de unos días cumple 16 años y tiene mi tamaño. Nació con casi 4 kilos de peso (tenía razón el médico que decía que era grandote), pero nació de mi totona, como yo nací de la de mi mamá. Lloraba con toda su garganta, y lo reconocí mío, un catirito de ojos verdosos. Le pedí a las enfermeras que me lo dejaran abrazar. Y al acercarse a mi olor el niño se cayó al instante y sentí su piel y él la mía y sabía que mi vientre había sido cálido para él y que yo tenía que ser buena madre, sobre todo porque es lo que más me gusta en la vida. Se lo llevaron y me quedé como desnuda. En realidad nos quedamos desnudos él y yo, envueltos con sábanas, creo que azules, pero probablemente verdes, de esas duras que hay en los hospitales. Al poco rato llegó el papá, con una bata blanca, eludiendo a la vigilancia porque no era hora de visitas. Nos trajo ropa y me alegré por mi niñito desnudo a quien no pude tener conmigo al día siguiente, y al que no pude darle pecho en las primeras horas porque no me salía leche, pero al que después me llevaron y pude amamantar, con dolor al principio, porque me dolían los pechos solo al principio. En menos de dos días nos fuimos a la casa, mi niño y yo, mi niño que ahora es un adolescente al que le gustan las computadoras y las buenas películas y el teatro y el sushi, que aprendió a leer antes de cumplir los 5 años y que hacía guiones y obras de teatro en su infancia, el chamo que me mira con sus ojazos verdes -más verdes en el mar- y me pide abrazos y de algún modo me protege y me dice que soy la mamá más joven de su colegio, o al menos más diferente, y que nos peleamos, no lo voy a negar (que la vaina no es Disney), pero nos reconciliamos al poco rato, porque somos los dos impulsivos y arrechitos pero (él más que yo) más blandos que el carajo.

lunes, septiembre 12, 2005

la torta de mis hijos

No soy una chef y por años odié cocinar. Ahora a veces me esmero, sobre todo cuando quiero agasajar a los que amo. Eso sí, desde que mis hijos son chiquitos les hago una torta, que nació con el nombre de mi hijo varón, pero bueno, ahora también tengo a mi niña y la receta -muy sencilla, lo sé, nada de cocina fusión- es para los dos. Es la torta que hago en sus cumpleaños (con adornos de pepitas de colores y chocolate) o simplemente tipo ponqué -como ayer (ya es lunes)- para comer una tarde de domingo y agasajar al ahijado que cumplió días antes, cuando no estábamos en Caracas.
Hoy, pues, me dio por hacer mi blog gastronómico y compartir mi receta, con los toques especiales que hacen de mi torta la "más rica del mundo", a decir de mis hijos, expertos degustadores de dulces de la Danubio, que no es poco decir.
Bueno, empecemos
TORTA DE MIS HIJOS
Ingredientes
200 gramos de azúcar negra
2o0 gramos de mantequilla
3 huevos
400 gramos de harina leudante
medio vaso de leche (aromatizado con vainilla, si es de su gusto, también sirven la lluvia de chocolate, también sirve nada)
Jaja, vieron, no es nada del otro mundo. Si me lee algún chef, debe sentirme analfabeta alimenticia, algo así como si a un gran poeta le transcribiera "mi mamá me mima".
MOdo de realización (he allí el "toque")
Toma un bol y, en mi caso, dos hijos. Es imprescindible que la torta se haga a cuantas manos maternales, infantiles, juveniles, paternales, abuelares, tiales, primales, amantales, haya en su casa. Coloca la mantequilla blandita y el azúcar y con una cucharada de madera empieza a dar vueltas hacia un solo lado (¿muy elemental? se reirá de mí Sumito, con mi explicación). A mi entender es preciso hacer la torta manualmente, que con la batidora nunca quedará igual, le faltará el toque que da su torpe mano de madre que no es supercocinera, como es mi caso, y además, como también es mi caso, las siempre dulces manos de mis dos hijos: las de la niña delgadísimas y delicadas, las del varón grandes, manos de hombre ya, pero de un hombre muy noble. Es decir, es necesaria la combinación de al menos dos manos pertenecientes a dos cuerpos distintos (ritmos, presiones, modos de agarrar la cuchara diferentes). Cuando estén bien unidos azúcar y mantequilla, coloque los huevos uno a uno. Si tiene hijos ellos querrán partir los huevos con la consecuencia de que, en las primeras tortas, siempre se colará alguna cáscara, pero repito, sin ellos el proceso jamás será igual. Una vez unidos los huevos, empiece a añadir la harina y la leche, un poquito de cada una, para que todo quede bien mezclado en el bol. En esta parte del proceso quizás alguno de sus hijos la abandone alegando que se le cansó la mano, seamos sinceros. Coloque la masa en un recipiente de metal, enmantequillado y con harina (obvio, ¿qué le pasa a ésta?, preguntará Sumito) y colóquelo no sé a cuántos grados porque a mi horno se le borraron los números, pero usted revisa de cuando en cuando para que la torta no se queme y le mete un cuchillo para verificar que tampoco quede cruda (ya sé, hay que volver a imaginar la cara de Sumito ante mi explicación). Mientras, lo más importante de la receta, agarrar el bol y la cuchara de madera y con todos los ayudantes de chef -hasta los que a última hora "arrugaron"- lamer toda la masa restante, esa mezcla dulzona y sin hacer. Luego, cuando la torta salga, la adorna como quiera: dandis, maní, piruli, ovomaltina, nucita, leche condensada usted ve qué encuentra en su despensa (bueno, obvie la mayonesa, la salsa inglesa, el ajo molido, mal chiste). Lo otro es buscar un par de muñequitos de sus hijos (de esos que siempre están regados en los cuartos) y ponerlos allí, presidiendo el decorado, para que la torta tenga esa pinta especial e inolvidable.
Luego a comer (advertir a los invitados que los muñequitos no se comen y que son propiedad de los hijos, por si hay tentaciones), con el privilegio de que aunque uno no es chef y hace un ponqué que es como una perogrullada, tiene una receta -nada original pero con acento propio- que heredarle a los nietos.


(Tengo fiebre, me vino de pronto hoy a las 6:00 pm y no se me ha bajado a esta hora. No me gusta enfermarme, sobre todo si no tengo un adulto responsable por mí, snif. Mejor me baño y no sé por qué cuento esto.)

domingo, septiembre 11, 2005

Miércoles en El Avila

El miércoles pasado fuimos mis dos hijos, un amigo de mi hijo y yo al teleférico. Llegamos como a las 10:30, conscientes de que si el sistema abría a las 10:00 no habría cola. Pues resulta que los miércoles son días "de mantenimiento" y el teleférico abría a las 12:30. Más de dos horas de espera, pues, que se hicieron quizás cortas para ellos porque los dos adolescentes pasaron todo el tiempo hablando de computadoras y porque la niña siempre encuentra cómo divertirse (burlándose de que ellos pasaran dos horas hablando de computadoras, y es que mi niña -y me encanta- ha desarrollado en los últimos meses un sentido del humor y acidez dignos de los más diestros humoristas -por ejemplo, nuestro amigo Nicotine), pero yo me arrepentí: me hubiera quedado en mi cama, durmiendo más de lo que duermo o quizás con un libro echada. Total que decidí quedarme parada y pensar y soñar con Buenos Aires, como para convocar a mí esa ciudad que me propuse conocer este año como sea (parece que la cosa se va a dar, a cruzar los dedos). Finalmente el sistema comenzó a operar bien pasado el mediodía y comenzamos a subir.
Caracas es inmensa pero casi la puedes tapar con una mano y uno entiende cómo sentirse Dios un ratico en las alturas. Al adolescente amigo le dio por contar historias de teleféricos que se caían o demostrar lo débiles que se veían los enganches entre los vagones (cómo se llaman? funiculares. no?) y las cuerdas. A mi hijo y a él les dio por calcular la distancia de caída si la vaina se dañaba. Y me preguntaban ¿no se cayó una vez cuando tú eras chiquita? Las personas a las que les tocó ir con nosotros (una mamá con tres hijitas) comenzaron a asustarse al oir los comentarios. Como si te pusieran en un vuelo turbulento la película Aeropuerto. Llegamos a la estación del Avila. Esa gente salió corriendo sin siquiera despedirse de nosotros, sus compañeros de vuelo por 20 minutos.
Hacía frío. Y el amigo de mi hijo andaba en cholas y shores porque él está de vacaciones. Fuimos a patinar en hielo, antes de que llegara el gentío. Pagamos rápidamente. Le compramos unas medias al chico de las cholas. Nos pusimos torpemente los patines. Debo recordar a la audiencia que de niña yo me creía la protagonista de "Castillos sobre el hielo", es decir, que juraba que patinaba. Y aún lo juro. Por lo que soy la única mamá que no sólo se cancha unos patines sino que se lanza al medio de la pista sin sostenerse de nada, exhibiéndose ante las otras madres que sentadas y cargando bolsos y zapatos de los hijos, lo sé, se ríen y, lo sé, me envidian. Había otro papá atrevido, sólo que prefirió agarrarse de las barandillas, igual que los dos adolescentes que cargaba conmigo, que muy tecnológicos y muy hackers y muy brillantes y muy jóvenes pero allí estaban agarradisimos y patinando con prudencia, mientras que yo era superwoman -con tropezones y cierta falta de elegancia, pero sin caídas, que conste-. Mi hija era la verdadera reina de la pista, la gran lanzada, la que no le tenía miedo a nada, aunque -como a mí- los patines le molestaban demasiado esta vez, unos patines que estoy segura rescataron de algún almacén y que son los mismos que yo usaba quizás hace 30 años cuando iba a patinar al Avila.
Terminamos adoloridos los cuatro. Los adolescentes querían comer. Todo estaba aún cerrado. "Es miércoles", alegaron los que atendían las heladas tiendas. Ni siquiera un café para el frío. Al amigo de mi hijo le temblaban las piernas desnudas. Nos reimos de los miércoles. Nadie los quiere. Quisimos ver el hotel Humboldt para hacer tiempo. ¿qué alegaron? Que era miércoles, que los miércoles no hacen visitas guiadas. Qué espanto con los miércoles, mitad de la semana laboral, deberían darle un estímulo a uno y no un pésame. Volvimos a los puestos de comida. Los muchachos arrasaron como con cuatro raciones de fresas con crema cada uno. Después comieron sandwiches de pernil y chocolate, una mezcla, como ven, bastante dietética, pero como sabemos propia de adolescentes y aquí adolescentes somos todos.
Le pedí al amigo de mi hijo que nos tomara una foto y nos tomó una bella foto que me gustaría poner en el blog pero que no me atrevo en verdad, por aquello de que es mejor ser anónimo o medio anónimo aquí. Se cansaron del paseo, sobre todo mi hijo, que estaba ansioso por ir a buscar la supercomputadora que compró, que tiene cara de Alien y en la que estoy escribiendo ahora. Pero el resto del público quiso quedarse un rato más y paseamos y vimos a un pintor que hacía planetas y paisajes con pintura de aerosol. Varias señoras portuguesas se disputaban los cuadros, emocionadas con el talento del "artista". Le pedían paisajes, delfines, ositos, cuanto más amaneceres y más reflejos en el agua más bonito les parecía el cuadro. Una le pidió que se lo firmara. El la miró y con orgullo dijo: "no, es anónimo". Para él, el verdadero valor del cuadro era que no tenía dueño (o que el dueño, como dijo, es el que lo compra y no el que lo hace) y yo pensé en mi anterior blog y en que quizás ese era su éxito y esa mi emoción al escribirlo, que no tenía autor y a la vez tenía alma de autor porque cada lector era de algún modo el creador de una obra colectiva.
Bajamos en el teleférico y fue lo más divertido. Al amigo de mi hijo le dio por hacer acrobacias y ver por la ventana y mover el funicular con su tamañote y hubo un poco de tensión en el ambiente, es verdad, pero amenizada de risas, al fin y al cabo, creo que todos confiábamos demasiado en ese sistema operativo. Luego, los adolescentes decidieron "saludar" a los que iban en los funiculares subiendo. "Saludar" consistía en principio en saludar con la manito con inocencia (como un par de buenos y saludables muchachos) , pero cuando la otra parte correspondía, amable, la respuesta era pintarle una paloma. A mi hija el asunto le pareció divertido con los dos adolescentes, hasta que le hicieron la broma a una viejita y claro, ella entiende muy bien los límites entre un mal chiste y una vulgaridad (y una maldad, disculpe señora, es que no sé poner orden entre chamos). Entonces los asusté: seguro que alguien hace el reclamo y los operadores los esperan abajo y los regañan. Casualmente cuando descendimos, había dos operadores hablando por radio y esperando a los que bajaban de las cabinas. Los muchachos bajaron del teleférico y salieron rapidito, haciéndose los locos como si fuesen dos chamitos que tiraron una pelota y rompieron la ventana del vecino bravo. Y nosotras dos nos reimos. Y por supuesto que a mi hijo lo quise más de lo que lo quiero -si eso es posible- y le dije que si quería adoptábamos también al amigo.
Total que el miércoles fuimos 4 adolescentes: dos que están en la edad, mi hija antes de tiempo (pero un ratico solo, que a ella le encanta la niñez) y yo que me quedé detenida.

(me voy a llevar a la niña a patinar a la plaza, envío esto sin enmiendas)

viernes, septiembre 09, 2005

senos en tostiarepa

Tengo 40 años. Y una de las obligaciones que conlleva mi edad es la de hacerse la primera mamografía. Ayer me la hice, pues, y consideré que la experiencia, digna de película de terror, era menester ser narrada para las nuevas generaciones.
Una vez en mi anterior blog escribí que el condón femenino seguramente había sido creado por un misógino, dado no sólo su carácter antiestético y matapasiones, sino debido a su evidente incomodidad y su disfuncionalidad. Pues creo que la máquina para hacer mamografías fue inventada por un tipo a quien su mamá le pegó de chiquito, de quien se burlaban las niñitas en el colegio, que no tuvo novia, que tiene el pipí chiquito, a quien su esposa le montó cachos y con su única amante no se le paró. Es decir, un individuo que decidió vengarse en pleno del género femenino e inventó un aparato de torturas disfrazado de artefacto médico.
El asunto consiste en una suerte de máquina prehistórica, como una especie de diplodocus, que tiene en el centro una plancha transparente, que parece un tostiarepa. La técnica consiste en que la fémina a examinarse debe colocar allí sus senos, primero el derecho, luego el izquierdo y dejárselos escachapar por esa especie de plancha industrial, igualita a la que usan en las tintorerías. Imaginese cómo la plancha de arriba va bajando (como esas gruas que utilizan para aplastar los carros viejos en las chiveras) y cómo la dama va sintiendo que su tetica va siendo cada vez más aplastada sin piedad por la máquina que parece no querer detenerse. La preciada teta dura escachapada como unos 20 o 30 segundos hasta que la plancha superior vuelve otra vez a subir y la fémina al fin vuelve a la vida. Así es cómo los senos, los más hermosos atributos de la hembra, el alimento de los hijos, el paraíso rosado del amado, se convierten en unos pobres torturados -tipo Seguridad Nacional, lo juro- por un delito que no cometieron.
En mi caso, llegué al laboratorio ayer en la tarde. Había al menos 5 o 6 mujeres por delante, así que tuve que esperar bastante tiempo. Cuando me tocó entrar ya eran como las 6. La máquina estaba en un frío cuarto de aproximadamente 2 por 2 metros. Ni un cuadrito. Ni algo qué mirar que te haga la vida más gratificante, qué se yo, un afiche de George Clooney, por ejemplo, para las cuarentonas como yo, o de Robert Redfort o Alain Delon para las más viejitas. "Desvístase de la cintura para arriba, quítese el collar y los zarcillos y los coloca allí", dijo friamente la enfermera o la radióloga (nunca supe quién era quién) y mostró un triste gancho como único adorno del cuarto de las torturas. Entró él, el enfermero o radiólogo (nunca supe quién era quién) y me tomó con delicadeza el seno derecho y lo montó en el tostiarepa que se ajustó a mi altura. El me echaba el cabello para atrás y sentía, no sé, cierta condescendencia, cierta comprensión por esa sufrida mortal. La mujer montó la placa radiológica. "Son pequeños", oí que dijo (luego supe que los pechos pequeños duelen más, probablemente había algo de morbo entonces cuando lo dijo).
Cuando me lo comenzaron a apretar mi cara lo decía todo. "¿Le duele?", me preguntó él (a la mujer, la verdad, ni le importaba). "Mucho", dije. "Aguante", dijo con cierta ternura solapada, de hombre para quien probablemente ya tocar un seno sea como amasar una arepa. Luego me colocó delicamente otra vez el otro pecho en la máquina de tortura. Nuevamente echó para atrás mi largo cabello. Y me volvieron a torturar. "Espere un momento", dijeron. Y se fueron a revelar las placas. Y me dejaron desnuda de la cintura para arriba y con aquel frío y aquellos nervios y aquel dolor y esos pensamientos que me acompañan todo el tiempo. Volvieron. "Salieron mal, se movió", dijo ella haciéndome sentir culpable. La mujer fue entonces la encargada de montarme las tetas en el tostiarepa. Brusca, arisca, como si mis pechos -de los que tomaron leche mis hijos- fueran una bolsa de basura; mis senos -los que aún me encantan cuando los veo en el espejo- fueran un poco de ropa sucia. Así me toco las tetas ella, como quien agarra una cucaracha que acabó de matar; mis tetas, que han sabido lo que es una dulce mano. Y las apretó más duro con el aparato, lo juro, "como para que escarmientes, mijita", supongo que pensó. La verduga era ella. Volvieron a llevar las placas a revelar. Nuevamente una había salido mal y además faltaban las placas verticales. Esta vez la plancha se volteó y escachapó los senos de lado. El hombre fue el encargado nuevamente de colocarlos y, juro, que tocaba los senos con el mayor respeto, de verdad que como quien tiene en sus manos un objeto muy sagrado y ajeno que le fue encomendado por un ratico, como cuando te dejan en casa al niño de una amiga y sabes que debes cuidarlo más que a los propios. Y me dijo, en voz muy bajita: "Los hombres hacemos mejor esto, porque sabemos lo que es". Se lo agradecí con lo que me salió de sonrisa (éste no hubiera inventado una máquina así, pensé). Me siguió doliendo, pero menos, ya sabemos que la frecuencia en las torturas aumenta el nivel de tolerancia. El cuerpo termina acostumbrándose al dolor como estado natural. Además, yo sabía que aquel enfermero o radiólogo me veía a la cara y entendía que me estaba doliendo, entendía que el dolor me hacía quizás moverme y por eso repetían y repetían las placas, aproximadamente 4 veces en el pecho derecho y 6 en el izquierdo. Entre placa y placa me quedaba sola con los senos al aire, en ese cuarto de 2 metros por 2 metros y sin afiche de George Clooney y juro que recordé que mis senos, en ese momento torturados, han vivido también buenos momentos, pobres, sometidos en ese instante a la presión del tostiarepa (por culpa de un inventor que odiaba a las mujeres), cuando se merecen, en realidad, besos.
Al final me vestí. Caminé por la avenida Francisco de Miranda, con la consciencia de que tengo cuarenta años y es mi primera mamografía.

lunes, septiembre 05, 2005

en clave de Woody Allen

Hoy vi Melinda y Melinda de Woody Allen. La clave de la comedia y la clave de la tragedia. Es una decisión de vida. De eso habla Allen. La situación puede de alguna manera ser la misma. La esencia del conflicto siempre es trágica, o al menos, dramática. Siempre está allí el drama, las emociones, la sangre brava, los sentimientos humanos enredando las historias. Pero hay dos maneras de tomarlo: con pastillas y suicidios a cuestas o con equívocos y tropiezos y malos entendidos y en el fondo y de alguna manera con ese burlarse de uno mismo, ese saberse el gran perdedor del planeta Tierra pero reirse (llorando a veces) de ello. La verdad es que la anécdota de 2005 ha sido bastante no sé si trágica -bien melodramática eso sí- para esta servidora. Pero me veo en retrospectiva y me doy cuenta que hasta en el llanto me he burlado un poco de mí misma, de esta trágica que soy, he sabido verme como a través de una cámara y me he dado cuenta que todo es tan dramático y tan absurdamente trágico que no es más que una comedia y yo una buena intérprete (que no se va a cortar las venas amigo Carmelo). Me veo en ese barco rumbo a la isla de Coche y me veo observar a la chica del bikini amarillo y querer ser ella, esa muchacha de tetas operadas y culo grande, tan dueña de sí misma, aunque su rostro no fuese tan bello, aunque tenía celulitis de más entre su delgadez, ella, que bebía como una cosaca y que bailó reaggetón en un tubo y que escogió -sin titubeos, sin miedos, sin indecisión- entre todos los machos presentes (solteros, casados, viudos, gordos, flacos, viejetes) a aquel joven de buen cuerpo y escasos años que le gustó y se le avalanzó sin tantos cuestionamientos, sin tantas preguntas, y lo besó y él le metió mano después en la arena y pasaron un día de playa, caña y escarceos y sudores. Y la sentí tan feliz y tan despreocupada, probablemente feliz por ser despreocupada, ni trágica ni cómica, simplemente una chica a la que bien le podrían dedicar la letra de un reaggetón. Y me río de mi drama y de por qué no me pasan más que tragedias tan aderezadas de comedia, tanto que siento las risas del público. Las estoy oyendo ahora. Jajaja-jjaja. Sí, soy una payasa. No me tomo en serio.