La niña se sentó a mi lado. El metro estaba abarrotado a esa hora -a todas horas, en realidad-. Ella se sentó a mi lado y no conforme con eso, me arrimó con su culito para que en el mismo asiento también se sentara su mamá. Yo le sonreí. No faltaba más. Me gustan esos gestos: una niña que protege a su mami.
Creo que le gustó que le sonriera. Me miró y la miré. Y fue cuando abrió su boca y me enseñó con su dedo:
-Mira, se me va a caer un diente.
Su mamá la miró con odio.
Yo le dije lo que tenía que decir: algo así como "qué bueno, ya vendrá el ratón a buscarlo".
Su mamá me miró con odio.
Vale aclarar, para los que crean que no más fue un gesto convencional de mi parte, que la verdad es que creo firmemente en el Ratón Pérez de Chacao. Se ha portado buenísimo en mi casa, siempre trae dinero y cartas. Por eso le sabemos la vida. El primer diente de mi hijo mayor le sirvió para pedirle la mano a su novia ratona, luego entre caninos y colmillos de mis dos niños, vino el diente anillo de boda, el diente nacimiento de la primera hija, el diente bautizo de los morochos, el diente graduación de la hija, el diente boda de la hija, el diente primer nieto. La vida de los ratones es rápida y avasallante quizás por eso valoran cada ratico y lo festejan con un diente. Y es que los dientes de los niños son joyas.
La niña me miró con tristeza.
-Yo me chupo el dedo- dijo.
La mamá hizo un gruñido.
Y le confesé mi gran verdad: "Y yo me como los lápices desde chiquita".
La mamá repitió el gruñido.
-Lo que pasa es que mis dientes son feos porque yo me chupo el dedo- la niña abrió la bocota para constatar lo dicho, y añadió firme -. No me sacaré el diente, mi mamá me lo quiere sacar con un hilo y dolerá.
Su mamá estaba a punto de darle un pellizco, sin duda.
-No vale, si tienes los dientes bellos y saldrán más bellos después de que se los lleve el ratón- dije.
Su mamá estaba a punto de darme un pellizco, sin duda. Probablemente lleva mil años diciéndole que no se chupe el dedo que se le pondrá fea la boca.
La niña me miró. Y sonrió. Y sonreí. Había entendido. Luego miró a la madre, que no sé por qué no hablaba, como si tuviera una mordaza de rabia.
-Mamá, cuando llegue a casa me sacas el diente con el hilo- sentenció con firmeza.
La mamá le acarició el pelo. Era una buena mujer, seguro.
Creo que la mamá se tranquilizó cuando me bajé en la estación Capitolio. Y creo que en ese mismo instante me olvidé de la niña y su diente, iba tarde al trabajo y hay muchos buhoneros y ruido y carros y cuentas por pagar. Pero posiblemente ella llegó a su casa y se dejó arrancar el diente sin llorar, o llorando pero aguantando el dolor, se ve que era una niña valiente, sin duda lo es una niña que te arrima con su culito y sin protocolos ni "permiso señora" para que se siente su mami.
Quizás la vida es eso. Un viaje en metro. Corto. Una, dos, cinco, siete estaciones. Un desconocido que se sienta a tu lado y de pronto un gesto minúsculo te transforma. Y después el olvido. Hasta siempre. Pero está el gesto que te transformó. Su regalo.
miércoles, agosto 10, 2005
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5 comentarios:
Querida Maga: Aún no salgo de mi estupor...por favor pasa por mi blog..mi post de hoy -al menos la mitad- se trata de tí..hasta te cité "textualmente".... eres valiente y hermosa
"Two thumbs up!" The New York Times.
Yo como hielo...
Saludos.
Me gustan estos cuentos, hace rato no pasaba por tu casa. Saludos.
sii aveces las mamis
dicen cosas tan complicadas
que con algo simple
podia resolverse
un abrazo.
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