Cuando nació mi hijo varón yo tenía 24 años. De una cosa estaba clara, yo quería que mi hijo naciera de parto natural, si no había un problema realmente serio que lo impidiera. Sabía que desde hace varios años, la cesárea se ha convertido en una suerte de moda. Pero para mí no tenía sentido que la hija única de una mujer que a los 45 años (antes de que inventaran todo ese asunto de las madres añosas, por lo que fue la precursora) me había tenido por su totona, fuera a dar a luz por cesárea. Yo quería sentir a mi hijo nacer. Sin embargo, el médico privado que me atendía sentenció que el niño que tenía dentro era muy grande y yo, estrecha y joven. No me di por vencida. Algo en mí no confiaba, porque también estaba el asunto del costo de ese parto y la programación, eso, vamos a ver qué día y a qué hora me conviene más en mi agenda de galeno ocupadísimo. Total es que decidí dar a luz en un hospital público. Como ya estaba casi de 9 meses y todo el tiempo me había chequeado en un sitio privado, empezamos a buscar un contacto en un centro de salud. Hasta que lo conseguimos en el Hospital Clínico Universitario.
Era la tarde del 21 de septiembre. Me tocaba la primera cita con la médico del hospital. Me faltaban, según los cálculos, más o menos una semana para el parto. Me monté, con mi barrigota, pero sin real, en un carrito para la UCV. Recuerdo que ese día y a pesar de la enorme panza, nadie me dio el puesto, pero yo seguí, tan tranquila, en mi autobusete. Llegué y pregunté por la doctora, de apellido alemán, holandés, noruego, no sé. Empezó el examen, palpó, tocó, revisó, calculo y me preguntó ¿no siente nada? Y yo le dije, no. Tiene siete centímetros dilatada, dijo. No entendí. Está a punto de dar a luz, aclaró. Pedí llamar a mi esposo, tenía en casa todo preparado para recibir a mi bebé, pero conmigo no cargaba nada. No puede llamar a nadie, me dijo, no entiende, tiene que pasar a sala de partos. Yo no entendía nada. ¿No tiene contracciones? ¿No le duele?, y yo sin entender cuál era el alboroto. Me preocupaba la primera ropita de mi hijo, preparada en la maleta, allí estaba la primera ropa que usé yo (una camisita amarilla tejida por mi madre), conservadísima por ella por 24 años, era un ritual ponérsela a él. Sin embargo, la suerte está allí. El destino había hecho que yo me hubiera encontrado a una gran amiga en el centro de salud y ella pudo avisar a mi casa, mientras yo me iba, sola, de trabajo de parto. Me rompieron las fuentes, que no querían romperse solas. En el lugar había un montón de mujeres en la misma situación que yo, la mayoría gritaba y maldecía -nunca entendí por qué- a los maridos. Las enfermeras les respondían que seguro no se quejaron así cuando hicieron a la criatura que iba a nacer. Yo estaba tranquila, no me dolía, además me habían enseñado las respiraciones que ayudaban a controlar las escasas contracciones que ahora si empezaron a aparecer. Las enfermeras me veían como un caso raro y comentaban entre ellas que yo sí era excelente parturienta, no como ese pocote de gritonas, maldiciendo a los maridos. Cuando estuve lista pasé a la sala de partos y el universo se abrió en dos, como una especie de gran puerta, no recuerdo dolor físico agudo o insoportable (como esas caras que ponen las mujeres de las películas cuando van a parir), recuerdo como una gran fuerza de la naturaleza (y por eso, porque somos de la naturaleza, nada de teorías creacionistas, que lo mío es el evolucionismo), me sentí como una leona que tiene al cachorro, intenso, completo, como el acto más natural, más noble y más hermoso de la Tierra. Y nació a las 4:46 pm mi varón, ese, que dentro de unos días cumple 16 años y tiene mi tamaño. Nació con casi 4 kilos de peso (tenía razón el médico que decía que era grandote), pero nació de mi totona, como yo nací de la de mi mamá. Lloraba con toda su garganta, y lo reconocí mío, un catirito de ojos verdosos. Le pedí a las enfermeras que me lo dejaran abrazar. Y al acercarse a mi olor el niño se cayó al instante y sentí su piel y él la mía y sabía que mi vientre había sido cálido para él y que yo tenía que ser buena madre, sobre todo porque es lo que más me gusta en la vida. Se lo llevaron y me quedé como desnuda. En realidad nos quedamos desnudos él y yo, envueltos con sábanas, creo que azules, pero probablemente verdes, de esas duras que hay en los hospitales. Al poco rato llegó el papá, con una bata blanca, eludiendo a la vigilancia porque no era hora de visitas. Nos trajo ropa y me alegré por mi niñito desnudo a quien no pude tener conmigo al día siguiente, y al que no pude darle pecho en las primeras horas porque no me salía leche, pero al que después me llevaron y pude amamantar, con dolor al principio, porque me dolían los pechos solo al principio. En menos de dos días nos fuimos a la casa, mi niño y yo, mi niño que ahora es un adolescente al que le gustan las computadoras y las buenas películas y el teatro y el sushi, que aprendió a leer antes de cumplir los 5 años y que hacía guiones y obras de teatro en su infancia, el chamo que me mira con sus ojazos verdes -más verdes en el mar- y me pide abrazos y de algún modo me protege y me dice que soy la mamá más joven de su colegio, o al menos más diferente, y que nos peleamos, no lo voy a negar (que la vaina no es Disney), pero nos reconciliamos al poco rato, porque somos los dos impulsivos y arrechitos pero (él más que yo) más blandos que el carajo.
miércoles, septiembre 14, 2005
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7 comentarios:
Espectacular la historia, y es que además los partos son así espectaculares, son un milagro constante y un punto seguro de cambio en la vida.
Es increible como haces que suene tan fácil...
Hermosa historia...
Se me hizo el corazón guarapo de papelón con limón. Guarapo de caña bien frío.
A sus pies, Maga
Todo lo mejor para ti.
ps: Cómo sigues?
Silmariat, más o menos...pero la verdad es que decidí no quejarme más y sólo sentir y pensar en lo bueno porque si te hablo del 2005...
un abrazote y gracias!!!!
Ay... me emocioné! Me transporté a mi propio parto, a esa sensación única de sentirte madre del cachorro que trajiste al mundo y que te cambió la vida.
Un abrazo, Maga.
Abur.-
Que lindo amiga, me inspiras con tu dulzura...ahora yo haré un post sobre el otro lado de la moneda...daré mi visión, mi experiencia cuando era una "flacuchenta" médica atiende muchachos...., antes de mi casamiento indisoluble con el microscopio...ojalá te des una pasadita por mi blog y opines al respecto....hace tiemmmmmpo que no me visitas, un beso
Maga:
Así como resulta compulsivo el hecho de escribir en lo que yo llamo my dailyblog, también se me hace absolutamente necesario echar un ojo al tuyo. Para sorprenderme de que cada día te superes y de que nos hagas amar la vida como lo haces.
Aún no soy madre y nada en este mundo me obseca más que eso. Pero justamente este 15 de septiembre cumple 10 añitos el negrito más vivaracho del mundo -bueno, por lo menos del mío-. Es un sobrinito que vi nacer tras un paseo al circo, que pataleaba como Beckham en la incubadora y de quien tengo los mejores recuerdos de caritas amarillas y felices.
Por estar en la víspera de su cumple, por ser mi cariño hacia ese negrito el amor más cercano al de madre que haya podido sentir, amén del amor más aleccionador que haya podido experimentar, tu post tuvo el efecto instantáneo en mis ojos. Ahorita te escribo y felicito con los ojos temblorosos, como los ponen los personajes de los comics japoneses cuando están bravos, o tristes ((((¿¿¿¿recuerdas cómo lloraba Candy????))))
Gracias totales, como diría Cerati.
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