El miércoles pasado fuimos mis dos hijos, un amigo de mi hijo y yo al teleférico. Llegamos como a las 10:30, conscientes de que si el sistema abría a las 10:00 no habría cola. Pues resulta que los miércoles son días "de mantenimiento" y el teleférico abría a las 12:30. Más de dos horas de espera, pues, que se hicieron quizás cortas para ellos porque los dos adolescentes pasaron todo el tiempo hablando de computadoras y porque la niña siempre encuentra cómo divertirse (burlándose de que ellos pasaran dos horas hablando de computadoras, y es que mi niña -y me encanta- ha desarrollado en los últimos meses un sentido del humor y acidez dignos de los más diestros humoristas -por ejemplo, nuestro amigo Nicotine), pero yo me arrepentí: me hubiera quedado en mi cama, durmiendo más de lo que duermo o quizás con un libro echada. Total que decidí quedarme parada y pensar y soñar con Buenos Aires, como para convocar a mí esa ciudad que me propuse conocer este año como sea (parece que la cosa se va a dar, a cruzar los dedos). Finalmente el sistema comenzó a operar bien pasado el mediodía y comenzamos a subir.
Caracas es inmensa pero casi la puedes tapar con una mano y uno entiende cómo sentirse Dios un ratico en las alturas. Al adolescente amigo le dio por contar historias de teleféricos que se caían o demostrar lo débiles que se veían los enganches entre los vagones (cómo se llaman? funiculares. no?) y las cuerdas. A mi hijo y a él les dio por calcular la distancia de caída si la vaina se dañaba. Y me preguntaban ¿no se cayó una vez cuando tú eras chiquita? Las personas a las que les tocó ir con nosotros (una mamá con tres hijitas) comenzaron a asustarse al oir los comentarios. Como si te pusieran en un vuelo turbulento la película Aeropuerto. Llegamos a la estación del Avila. Esa gente salió corriendo sin siquiera despedirse de nosotros, sus compañeros de vuelo por 20 minutos.
Hacía frío. Y el amigo de mi hijo andaba en cholas y shores porque él está de vacaciones. Fuimos a patinar en hielo, antes de que llegara el gentío. Pagamos rápidamente. Le compramos unas medias al chico de las cholas. Nos pusimos torpemente los patines. Debo recordar a la audiencia que de niña yo me creía la protagonista de "Castillos sobre el hielo", es decir, que juraba que patinaba. Y aún lo juro. Por lo que soy la única mamá que no sólo se cancha unos patines sino que se lanza al medio de la pista sin sostenerse de nada, exhibiéndose ante las otras madres que sentadas y cargando bolsos y zapatos de los hijos, lo sé, se ríen y, lo sé, me envidian. Había otro papá atrevido, sólo que prefirió agarrarse de las barandillas, igual que los dos adolescentes que cargaba conmigo, que muy tecnológicos y muy hackers y muy brillantes y muy jóvenes pero allí estaban agarradisimos y patinando con prudencia, mientras que yo era superwoman -con tropezones y cierta falta de elegancia, pero sin caídas, que conste-. Mi hija era la verdadera reina de la pista, la gran lanzada, la que no le tenía miedo a nada, aunque -como a mí- los patines le molestaban demasiado esta vez, unos patines que estoy segura rescataron de algún almacén y que son los mismos que yo usaba quizás hace 30 años cuando iba a patinar al Avila.
Terminamos adoloridos los cuatro. Los adolescentes querían comer. Todo estaba aún cerrado. "Es miércoles", alegaron los que atendían las heladas tiendas. Ni siquiera un café para el frío. Al amigo de mi hijo le temblaban las piernas desnudas. Nos reimos de los miércoles. Nadie los quiere. Quisimos ver el hotel Humboldt para hacer tiempo. ¿qué alegaron? Que era miércoles, que los miércoles no hacen visitas guiadas. Qué espanto con los miércoles, mitad de la semana laboral, deberían darle un estímulo a uno y no un pésame. Volvimos a los puestos de comida. Los muchachos arrasaron como con cuatro raciones de fresas con crema cada uno. Después comieron sandwiches de pernil y chocolate, una mezcla, como ven, bastante dietética, pero como sabemos propia de adolescentes y aquí adolescentes somos todos.
Le pedí al amigo de mi hijo que nos tomara una foto y nos tomó una bella foto que me gustaría poner en el blog pero que no me atrevo en verdad, por aquello de que es mejor ser anónimo o medio anónimo aquí. Se cansaron del paseo, sobre todo mi hijo, que estaba ansioso por ir a buscar la supercomputadora que compró, que tiene cara de Alien y en la que estoy escribiendo ahora. Pero el resto del público quiso quedarse un rato más y paseamos y vimos a un pintor que hacía planetas y paisajes con pintura de aerosol. Varias señoras portuguesas se disputaban los cuadros, emocionadas con el talento del "artista". Le pedían paisajes, delfines, ositos, cuanto más amaneceres y más reflejos en el agua más bonito les parecía el cuadro. Una le pidió que se lo firmara. El la miró y con orgullo dijo: "no, es anónimo". Para él, el verdadero valor del cuadro era que no tenía dueño (o que el dueño, como dijo, es el que lo compra y no el que lo hace) y yo pensé en mi anterior blog y en que quizás ese era su éxito y esa mi emoción al escribirlo, que no tenía autor y a la vez tenía alma de autor porque cada lector era de algún modo el creador de una obra colectiva.
Bajamos en el teleférico y fue lo más divertido. Al amigo de mi hijo le dio por hacer acrobacias y ver por la ventana y mover el funicular con su tamañote y hubo un poco de tensión en el ambiente, es verdad, pero amenizada de risas, al fin y al cabo, creo que todos confiábamos demasiado en ese sistema operativo. Luego, los adolescentes decidieron "saludar" a los que iban en los funiculares subiendo. "Saludar" consistía en principio en saludar con la manito con inocencia (como un par de buenos y saludables muchachos) , pero cuando la otra parte correspondía, amable, la respuesta era pintarle una paloma. A mi hija el asunto le pareció divertido con los dos adolescentes, hasta que le hicieron la broma a una viejita y claro, ella entiende muy bien los límites entre un mal chiste y una vulgaridad (y una maldad, disculpe señora, es que no sé poner orden entre chamos). Entonces los asusté: seguro que alguien hace el reclamo y los operadores los esperan abajo y los regañan. Casualmente cuando descendimos, había dos operadores hablando por radio y esperando a los que bajaban de las cabinas. Los muchachos bajaron del teleférico y salieron rapidito, haciéndose los locos como si fuesen dos chamitos que tiraron una pelota y rompieron la ventana del vecino bravo. Y nosotras dos nos reimos. Y por supuesto que a mi hijo lo quise más de lo que lo quiero -si eso es posible- y le dije que si quería adoptábamos también al amigo.
Total que el miércoles fuimos 4 adolescentes: dos que están en la edad, mi hija antes de tiempo (pero un ratico solo, que a ella le encanta la niñez) y yo que me quedé detenida.
(me voy a llevar a la niña a patinar a la plaza, envío esto sin enmiendas)
domingo, septiembre 11, 2005
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5 comentarios:
Hola,
oye.. ayudame a discernir algo. Como un blog se hace tan importante como para pensar en el en medio de un bello día?
¿Nos descubrimos a nosotros mismos?
Un beso.
Releo mi comentario y me parece que pudiera causar una impresión de interrogatorio hecho por el policia malo...
quizá inadecuado.
Pero no es así.
Solo mi respeto Maga.
Pd: disculpa la verborrea, quizá, innecesaria.
Me encantó esa mezcla de ganas de Ávila con ganas de Buenos Aires... y es que estando allá, entre el gran Río, el aire europeo, el centro y su gente en su nube de pedo (como dice Enrique Pinti), uno de pronto empieza a extrañar el Ávila. El cielo es bello, sí, pero a uno le da una impresión de vacío tremendo... se siente la cruda realidad: que la ciudad está separada del cielo. Aunque no lo creas, uno extraña ese pequeño engaño de Caracas.
Date un paseíto por las librerías y cómete un choripan con chimichurri de mi parte. Que el viaje se dé.
jaja me encanto el nombre del blog... a que se debe en si? muy original
green: no sé, no es que el blog sea importante, lo fue en algún momento, de hecho ya no lo es. quizás lo recordé como quien recuerda, qué se yo, a un exnovio cuando ve la portada de un libro, o a una compañera de escuela cuando miras a una amiga de tu hija.
luis carlos: sí, ojalá se dé, me hace mucha falta salir
valentina: es una larga historia, la conocen quienes conocían el blog anterior. pero te cuento, a raíz de él se formó el club de los equivocados y una vez nos imaginamos un blog país para vivir, es el resumen.
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