una vez escribí de los tristes, de los tristes con un porqué. pero éstos son otros tristes, injustificadamente tristes, es probable.
Viene el tren, les dicen. Pero se quedan anonadados, mirando a la nada, qué desgraciados ellos que no ven pasar el tren. El vigilante del andén insiste, les toca el hombro. Ey, que viene. Se quedan viendo el techo, o el cielo que ellos mismo han techado. Qué mala suerte la que tienen, comprar un boleto para perderlo, con lo caro que cuesta. Un funcionario les alerta: Ya se detuvo, es su tren, aguarda poco en la estación. Pero ellos se detienen en esa hendidura, allá en la pared (pasa una fila de hormigas). Los arquitectos han hecho mal ese andén: tiene arrugas. Suena un pito. Dos. El gerente se para enfrente, da dos palmadas para llamar la atención: Es el último llamado, no devolvemos el dinero y no vendrá otro más. Es el último tren hacia ninguna parte. Siempre ninguna parte será mejor que aquí, en la nada con arrugas, sin embargo, ahora no hay más camino que el de las hormigas, una tras otra, consagradas a la tarea que les encomendó su especie. Qué irresponsabilidad de servicio, el tren no llega, en cambio las hormigas siempre saben su destino, siempre hay una hormiga delante a la cual seguir, quién fuera hormiga, una más, sin nombre. El tren se fue, le ha advertido la señora que limpia, debe desalojar la estación. Cae una lágrima, por supuesto, siempre sobra llanto en ellos, derrochadores. El tren, quizás, era una esperanza. Al menos, haberlo visto hubiese sido una bonita historia, la gente saludando en las ventanillas, un reencuentro, alguna cara conocida, otra por conocer. Ya ni siquiera queda constancia del viaje por hacer. Es mejor romper el inútil billete. La maleta es más afortunada, vuela en un tren al que le salieron alas. Ah ¿se fue el tren? ¿se fue? También las hormigas han hallado refugio en la hendidura. Las arrugas tienen razón de ser en la pared. Arquitectos ecologistas. Hace frío.
Los tristes, coño, los tristes se bañan en sus lágrimas. A los tristes se les escapan los trenes y también las manos abiertas, las tardes de café, la luna redonda en el mirador. Los tristes no ven sino su tristeza en la baranda del décimo piso desafiando un equilibrio que no tiene. Los tristes se ahogan en el vaso sin agua. Los tristes tampoco es que tienen muchas figuras literarias esta noche. Demasiadas hormigas en las arrugas de la imaginación. A los tristes les pasa eso, se agotan de ellos mismos, se anudan, patean su existencia. Y el tren se va, sin duda. No aprenden de las hormigas: caminar hacia adelante sin dudarlo, sin desviarse en el color del techo, escuchar la bocina del tren en movimiento, porque aún hay chance de correr tras él.
Los tristes se niegan a la primera persona. Los tristes prefieren la tercera como para que no sepan que están tristes.
viernes, noviembre 18, 2005
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4 comentarios:
Una noche triste, de esas que a veces tenemos algunos, nació Lágrima Seca. Hace taaaanto que no tengo una noche así, ni una tarde, ni una hora.
Abur.-
Ser triste y camuflarse de alegre a veces es la mejor opción, maga. A veces aunque una quiera, no queda más que eso
Un beso
Colorotroradorado
Tristes tristes, no?
Ya en protozoos, como la ameba, se ven respuestas primitivas de agresión, huida y... privación. Sí, el bichito que se queda allí, inmóvil, que también es una estrategia de supervivencia. "Al que nace pa' triste, ni que le canten canciones".
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